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Ni la lluvia lo detiene

Fátima Barrutta

Fue aquel domingo histórico, cuando en Atlántida, el Partido Colorado inauguró su campaña en defensa de la LUC bajo el lema de “No pares el cambio”.

Allí estaba él, con sus jóvenes 86 años, empuñando un micrófono y arengando a los presentes bajo la lluvia.

Legándonos a todos su energía, su convicción, su firmeza, esa capacidad única que tiene de emocionar y exaltar el entusiasmo militante.

“No nos va a detener nada, la lluvia tampoco, a estas banderas coloradas que son las de siempre”.

Y viéndolo, vibrando con su persuasión eternamente joven, entrecerrábamos los ojos y pensábamos que ese hombre que se rebelaba así a las inclemencias del clima era el mismo que, siendo ministro de Educación y Cultura hace más de 50 años, redactó una histórica ley de Educación para defender la laicidad contra los que inundaban las aulas de propaganda político-partidaria.

El mismo que combatió la dictadura militar desde el primer día, llegando al extremo de haber sido el blanco de atentados con bombas en su estudio jurídico.

El mismo que con idealismo y capacidad negociadora, superó uno a uno los obstáculos que ponían los dictadores a la reapertura democrática.

El mismo que se convirtió en el primer presidente de la democracia recuperada, que pacificó al país, restañó las heridas del autoritarismo y no cedió a quienes perseguían la venganza y la reactivación del violentismo del pasado.

El mismo que fue elegido presidente por segunda vez y generó transformaciones extraordinarias, como la reforma de la seguridad social y una reforma educativa que universalizó la educación preescolar, creó las escuelas de tiempo completo y descentralizó la formación docente.

El mismo que, retirado de la vida política partidaria y dedicado a escribir obras de inmenso valor historiográfico, salió al rescate de su partido y volvió a la palestra pública, a recorrer el país, hablar con la ciudadanía y seguir promoviendo la prédica laica del batllismo. 

El mismo que reasumió la conducción partidaria ante desafortunadas renuncias de líderes más jóvenes, una voluntad inquebrantable que lo llevó a en columnarse en defensa de la LUC y defenderla bajo lluvia en aquel acto de Atlántida…

Para muchos es Julio.

Para mí es y será siempre el Presidente Sanguinetti.

Un batllista de los de antes que es el modelo perfecto de los de ahora y los del mañana.

“Somos el republicanismo laico de Batlle y Ordóñez, somos la libertad de Fructuoso Rivera, somos el gobierno de la gente, somos el humanismo, somos los que no hemos claudicado, los que no aplaudimos dictaduras”, exclamó aquella vez desafiando al clima y a una oposición cerril que apostaba al fracaso de un modelo republicano y liberal, trabajosamente reconstruido a partir del primero de marzo de 2020.

Qué valioso es mirarnos en su ejemplo.

Reflejarnos en el fuego inextinguible de su mirada y en su serena pero firme convicción de libertad y justicia.

Trabajamos en política para honrar nuestras tradiciones partidarias, para continuar portando la antorcha de don Pepe y Arena, de Brum y Grauert, de Luis y Jorge Batlle, de Enrique Tarigo y Martha Montaner, de Alejandro Atchugarry…

Y lo hacemos con la fuerza y pasión que tenemos el privilegio de ver, día a día, en este gran luchador de más de medio siglo, Julio María Sanguinetti, a quien no detienen ni la calumnia, ni la envidia, ni la injuria, y mucho menos el paso de las décadas.

Siempre a su lado, Presidente.

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