Octubre y la aporía colorada
Guzmán A. Ifrán
Las elecciones internas del pasado 30 de junio y su desarrollo en tanto proceso, resultaron más que satisfactorias para la colectividad colorada. Se realizaron en orden, sin mayores heridas que subsanar y con una resolución de fórmula ciertamente feliz, respetando la voluntad soberana tras la contemplación de la segunda minoría mayor en la misma. Ahora marchamos unidos bajo la misma candidatura rumbo a octubre.
Abierta entonces la segunda etapa del proceso electoral, resta entonces preguntarnos cuán efectiva será, a los efectos políticos, la estrategia adoptada por nuestro partido en el abordaje de la nueva compulsa. Al respecto, sin embargo, y previo a profundizar en el análisis de las dimensiones más relevantes de la misma, se torna imprescindible la referencia a su marco de determinación. Esto es, la principal premisa bajo la cual se yergue la planificación de nuestro partido de cara a las elecciones nacionales de octubre. Ya que en tanto otros partidos como el Frente Amplio definen -en términos generales- no solamente su programa de gobierno de manera colectiva, sino también la tónica de campaña a emplear, la línea retórica a utilizar y las ideas fuerzas a promover, en el Partido Colorado la gravitación de la opinión -y estilo- del candidato tiene un peso relativo mucho mayor en dichos aspectos. Va de suyo mencionar que esto no es una lógica de ahora, ni mucho menos impuesta o forzada por el actual candidato. Tampoco, por tal, peor o menos efectiva que el otro abordaje mencionado. Es simplemente diferente.
Ahora bien, descripto ya el contexto y los antecedentes de su configuración, sí me adentraré en la estrategia de campaña en apariencia decidida por el candidato colorado de cara al último domingo de octubre, como también, a mi proyección personal de sus resultados y consecuencias inmediatas.
En primera instancia, se impone a las claras una visión maniquea del estado de situación política en nuestro país en lo relativo al posicionamiento general de sus partidos mayoritarios. De un lado el Frente Amplio y del otro la Coalición Republicana. Y es una lectura por demás acertada del sentir popular. En el imaginario colectivo ya hay dos bloques claramente definidos que pujan por el poder. Dos coaliciones que miden fuerzas relativas de forma indirecta en las elecciones nacionales de octubre y decididamente directa el último domingo de noviembre en la instancia del ballotage -si ningún lema logra por sí mayoría absoluta de votos en las primeras, lógicamente-.
Ahora bien, la Coalición Frente Amplio ostenta una representación ideológica claramente definida e identificada para el electorado nacional: la izquierda. Más o menos alejada del centro según el perfil del candidato circunstancial y los resultados electorales de cada facción que lo componen, pero siempre a la izquierda del espectro político. Sin embargo, y pese al empeño voluntarista de la retórica frenteamplista, la identificación ideológica de la Coalición Republicana no responde -en absoluto- a la misma lógica pero en sentido contrario. Es decir, que la Coalición Republicana no es necesariamente un conglomerado de partidos de derecha que se alejan más o menos del centro en relación al perfil de su candidato único en el ballotage, o los resultados electorales coyunturales de los colectivos que la integran. En tanto en la misma hay expresiones claramente de derecha, centro e izquierda. Pero es también cierto -y deshonesto intelectualmente sería omitirlo- que dependiendo del resultado electoral obtenido por las distintas expresiones dentro de cada partido de la Coalición Republicana, y de ellos en suma, que la misma variará de sensibilidad mayoritaria de elección a elección. Y, naturalmente, a los efectos de este análisis nos convoca la composición de situación vigente en la misma tras las elecciones primarias. Pero no sin antes reparar en un aspecto no menor que no deseo pasar por alto. Hay quienes afirman que las terminologías “izquierda”, “centro” y “derecha” en política para la identificación del posicionamiento filosófico de cada cual son algo anacrónico y perimido. Por algún motivo que realmente desconozco, quienes lo dicen suelen tener posicionamientos políticos clásicos y hasta arquetípicos de la derecha tradicional. Curiosamente, sin embargo, es algo que en la actualidad está cambiando y aun ritmo acelerado, en tanto los representantes políticos de la derecha mundial y latinoamericana en particular es algo que sus principales exponentes vivan públicamente cada vez con más orgullo y explicitud, como en los casos del actual Presidente argentino Javier Milei, el ex-Presidente brasileño Jair Bolsonaro y el aspirante chileno a la presidencia José Antonio Kast.
Así las cosas, en apariencia y al menos de momento, el Partido Colorado se encamina a las elecciones nacionales de octubre con una línea retórica que hace mucho más énfasis en la necesidad de truncar el retorno al Gobierno del Frente Amplio que a la promoción de una visión de país que entusiasme y enamore. Claro que ello no es algo bueno o malo per se, simplemente es. Lógicamente, hay quienes adherimos muchísimo más a la segunda que a la primera lógica de praxis política, pero resulta por demás justo y sensato que quienes resultaron triunfadores en las elecciones internas tengan la posibilidad de imprimirle a la campaña de octubre su impronta y estrategia. Pues están legitimados nada menos que por las urnas, y para un buen colorado voz populi vox dei.
Ahora bien, ¿que hemos de esperar entonces del abordaje de campaña escogido por la mayoría circunstancial y legítima de nuestra colectividad? En lo personal me resulta tan claro como aporético. En 2019 -y en suma- la actual Coalición de gobierno se impuso con luz sobre la Coalición Frente Amplio en las elecciones legislativas de octubre. Ciertamente Luis Lacalle Pou, Ernesto Talvi, Guido Manini Ríos, Pablo Mieres y Edgardo Novick encarnaban sensibilidades sociales y electorales muy variadas, contemplando así un amplísimo espectro del universo de votantes, que iban desde ultra conservadores a liberales progresistas. Hoy eso cambió. De hecho, de nuestra parte hasta se ponen en valor las escasas diferencias con el Partido Nacional, al punto de casi renegar de las fronteras partidarias entre colorados y nacionalistas. Es evidente que ello es algo que facilitará el trasiego de votantes a la interna de la Coalición Republicana, lo que -al menos a priori- conspiraría en contra del caudal electoral del Partido Nacional en favor del Partido Colorado. Por otra parte, el camino escogido prioriza únicamente el crecimiento propio en desmedro del de la Coalición, en tanto no aporta crecimiento en términos absolutos para el conglomerado en general. Es así, que de mantenerse y resultar efectiva la estrategia trazada, probablemente dos cosas han de esperarse: un crecimiento nada despreciable del Partido Colorado en su representación parlamentaria de hasta 8 bancas de diputados más (por aventurar un número de máxima), así como la pérdida del gobierno nacional y, con ella, la de 200 o 300 lugares de responsabilidad en el poder Ejecutivo desde dónde hacer batllismo desde la gestión.
De modo que la propia obsesión por que no retorne el Frente Amplio al gobierno y su supremacía discursiva frente a la promoción de una visión superadora de país que enamore a ciudadanos hoy ajenos a la Coalición es, paradójicamente, lo que a mi modo de ver aumenta y de forma drástica sus chances de volver. Qué lectura es correcta y cuál equivocada es algo que será sentenciado únicamente por las urnas el último domingo de noviembre. Hasta entonces, seguiremos trabajando por una gran votación Colorada en octubre y el triunfo de la coalición en el ballotage, la aspiración de todos quienes orgullosamente la integramos.