Pascale y el país del futuro
Fátima Barrutta
Es imposible dejar de aludir en estas horas a la dolorosa noticia del fallecimiento del economista, académico, docente, artista visual y expresidente del Banco Central, el admirable Ricardo Pascale.
Colorado y batllista de todas las horas, fue mucho más que una fuerza nutriente de nuestra ideología republicana, realizando aportes programáticos decisivos para nuestro Partido.
Fue también un pensador que, a través de sus libros, marcó el camino que debe transitar el país para alcanzar la prosperidad. Los dos últimos que publicó, “Del freno al impulso” (2021) y “El Uruguay que nos debemos” (2023) dan muestras de su lúcida visión del futuro, tan profunda y tan ajena a las pequeñeces en que cae frecuentemente el debate público. Ese porvenir, signado según Pascale por temas claves como la creatividad, la educación, la ciencia, la innovación y la productividad, es la hoja de ruta de quienes hoy tenemos el compromiso de avanzar sin pausa rumbo al país que soñamos.
Es un ideal que debería unirnos por encima de banderías: salir de la famosa “trampa del ingreso medio”, que termina estancando a los países que se desarrollan por su incapacidad de mejorar la productividad, e ingresar al círculo virtuoso de aquellas naciones que invierten en conocimiento, optimizan su producción y se hacen un lugar propio en la competitividad internacional.
Esta semana tuvimos una noticia reveladora a ese respecto: el último informe de la Organización Mundial de Turismo (OMT) coloca a Uruguay en el lugar 14 a nivel mundial, como destino con mejor desempeño en la llegada de turistas internacionales. En 2023 recibimos a 3,8 millones de turistas, un 55% más que en 2022, lo que demuestra una performance pospandemia de carácter excepcional.
Sin estridencias, la cartera liderada por nuestro precandidato Tabaré Viera fue un ejemplo práctico del paradigma promovido por Ricardo Pascale: el crecimiento se logra con análisis, estrategia, ejecutividad y sin estridencias. En Uruguay precisamos justamente eso: dejar de lado la “política menor” (esas discusiones pueriles que suelen leerse en la ex Twitter) y poner el foco en lo que realmente importa: crecimiento genuino y sostenible que garantice una mejor calidad de vida para más compatriotas.
La contracara de este éxito es la otra noticia que impactó a la opinión pública en el correr de esta semana: un exgerente de Petroecuador reconoció en un juicio en Estados Unidos que Uruguay se vio envuelto en un escándalo de corrupción, cuando el exvicepresidente Raúl Sendic dirigía ANCAP.
Admitió, para nuestro bochorno como país, que una empresa europea utilizó la triangulación de aquella ANCAP para lavar dinero de la corrupción ecuatoriana.
Cada vez que el buen nombre de Urguay aparece entreverado en noticias de este tipo, es como si retrocediéramos varios casilleros en confiabilidad.
En un momento en que los inversores internacionales nos reconocen como un país seguro, con reglas claras y estabilidad macroeconómica, estas noticias que vienen de un pasado no lejano desmerecen nuestra imagen.
La observación es pertinente porque allí está, ni más ni menos, el desafío ciudadano de cara al próximo período electoral: seguir creciendo y proyectando el Uruguay soñado por los mejores de los nuestros, o retroceder a un pasado de turbiedades y manejos discrecionales del poder.
En su prédica fundamentalista, el Frente Amplio está intentando mancillar a la coalición de gobierno, sacando el máximo partido de disonancias recientes, como los casos de Astesiano y Marset. La diferencia está en que estas crisis fueron resueltas en todos los casos de manera estricta, con la renuncia de sus responsables; algo bien diferente al período frenteamplista, en que las irregularidades se escondían y nadie se hacía cargo de ellas.
Las elecciones de este año son una instancia clave: en junio, cada partido de la Coalición deberá elegir al mejor de los suyos, al más probo y experiente; en octubre, renovar una mayoría parlamentaria con más batllismo, que asegure la victoria en noviembre.
Es tan sencillo como eso: continuar en la senda del Uruguay del futuro, que con tanta claridad nos ha marcado el querido Ricardo Pascale, o retroceder al secretismo y la improvisación de otros tiempos.