Romina y el terraplanismo
Fátima Barrutta
Bajó el telón de una de las comedias de enredos más grotescas de que se tenga memoria en el país.
El domingo pasado quedó develada la falsedad de un personaje construido por las redes sociales y amplificado por los medios de comunicación, en ese vedetismo escandaloso en el que tanto nos estamos pareciendo -lamentablemente- al que venden algunos canales de TV de la hermana República Argentina.
Empecemos por decir lo evidente: que la trama ruin urdida por Romina Papasso y Paula Díaz no debe llevarnos a la confusión de despreciar la justa lucha de las minorías por el respeto a sus derechos.
Las dos falsarias no representan en absoluto al colectivo de personas trans, apenas ponen en evidencia una marginación cultural que debe combatirse con educación y oportunidades de superación, nunca con discriminación al diferente, ni con la condena inexorable a que ejerza la prostitución como único medio de supervivencia.
Se equivocan y mucho aquellos que mezclan los tantos: la raíz del delito está en los valores de la persona que lo comete y no en su identidad de género.
En estos días hemos leído y escuchado comentarios terribles. Se criticó que valía más la palabra de una prostituta que la de un precandidato a la presidencia, como si no fuéramos todos iguales ante la ley y como si la fama y el prestigio social fueran factores que determinaran la credibilidad de las personas.
Se habló de “traviesas musculosas” en claro menoscabo de la libertad de la gente de asumir su propia identidad de género en una sociedad abierta y tolerante como la nuestra.
La inconducta de Papasso y Díaz ha tenido la pésima consecuencia de afianzar injustamente esos prejuicios.
Quienes agravian a la condición de transexual por eso, deberían culpar a un abominable asesino serial como Pablo Goncálvez, no por su perversidad individual sino por ser un joven heterosexual de clase alta, lo que sería absurdo.
Me preocupa y mucho el doble rasero con que muchos militantes del Frente Amplio han manejado este tema.
Cuando acusó al exsenador Gustavo Penadés, Papasso era para ellos una heroína.
La justicia actuó y dio lugar a las denuncias; el dirigente marchó a prisión, demostrando que en este país la independencia de poderes es una garantía para todos los ciudadanos, ricos o pobres, vulnerables o poderosos.
Sin embargo, cuando Papasso la emprendió contra Yamandú Orsi, la bajaron del pedestal en un minuto.
Y ahora, utilizan la vuelta de tuerca para sugerir una conspiración político-partidaria igual de absurda. Un publicista del Frente Amplio -que parece no estar en sus cabales- formula una trama ridícula según la cual tanto la denuncia a Penadés como la posterior a Orsi fueron urdidas por un sector del Partido Nacional, para beneficiarse en la interna en el primer caso y en la elección nacional en el segundo.
Es una idea tan carente de sentido como la de los movimientos terraplanistas, que llevan su paranoia conspiratoria al extremo de afirmar que la tierra no es redonda.
La burda utilización electoral de esta historia revela una frivolización del debate público que debería llamarnos a reflexión.
En la misma jornada del domingo, el canal de la Intendencia de Montevideo TV Ciudad entrevistó a Romina Papasso, que dijo a cámara un exabrupto irreproducible, acorde a su mitomanía delirante, pero fue despedida con un cordial agradecimiento por su participación en el programa.
¿Por qué hemos llegado los uruguayos a un nivel tan bajo?
¿Qué hace que una persona que comete un delito sea vista como una víctima valiente un día y como una herramienta de conspiración política al día siguiente?
La respuesta está en una aguda devaluación de los valores ciudadanos, en una politización ruin de las noticias, donde el rating importa más que la verdad y la intencionalidad electoral más que el análisis responsable.
Ojalá saquemos conclusiones serias de esta triste historia y recuperemos un Uruguay batllista, donde la educación y la cultura le tuerzan el brazo a estos escándalos oportunistas para siempre.