Editorial

Se fue Mariano Arana

César García Acosta

Noventa años no es poco. Haberlo conocido fue un privilegio.

En 1994 cuando fui candidato a Edil por Montevideo por el Partido Colorado, accedí –en tiempos electorales y como Coordinador de la campaña de Mario Carminatti-, a su imponente trayectoria municipalista.

Recuerdo que sus propuestas eran fáciles de entender por lo realistas. El Frente Amplio había hecho bien en recurrir a un docente universitario para seguir los pasos de Tabaré Vázquez.

Arana tenía clarísimo cuál era su objetivo: la ciudad de Montevideo y sus centralidades como expresión de cotidianeidad. Su política, con todas sus vicisitudes y desavenencias, apuntaban a un proyecto socialmente necesario: él era capaz de conversar en una esquina con un vecino, discutir de política con políticos, o de conversar con los vecinos de una cooperativa para lograr una mejor calidad de vida.

En momento de difíciles entendimientos, como en la previa al fin de “la guerra de las patentes”, y cuando desde Flores le instalaban una mini oficina ambulante en la esquina de la calle Ejido y Maldonado para sacarle matrículas, o la Intendencia de Colonia le sacaba impuestos ofreciendo opciones baratas desde una oficina en la galería Caubarrere en 18 de julio y Convención, Arana caminando por el Centro –escribía esquelas de su puño y letra- que dejaba apretadas por el limpiaparabrisas, con mensajes de “empadrone donde vive: todos somos Montevideo”.

En 13 años de Edil lo interpelé varias veces. El llamado a sala que más recuerdo fue al principio de la gestión de ambos –él como Intendente y yo como Edil de la oposición- por las políticas del Departamento de Cultura, que por esos años dirigía Gonzalo Carámbula. Mi crítica apuntaba a cuestionamientos de la gestión cultiral, y a resaltar lo que había sido la política de Thomás Lowy en tiempos del Partido Colorado.

Jamás olvidaré que un impasse de aquélla interpelación que duró casi 20 horas, Arana, con claro afecto, al ver que mi lucha ya no era con él sino con los 21 Ediles del Frente Amplio que amagaban a cada instante a dejar de hacer número para que la sesión se suspendiera, me llamó a un pasillo contiguo a la Sala de Sesiones, y me dijo: “si ellos –aludiendo a Ediles del Frente- se van, yo me quedo. Vos hablá que yo respondo. Esto nos sirve a los dos… Espero que mis ideas sean mejores que tus críticas…”

Con el paso del tiempo, y ya en su segundo mandato, quizá por la dureza opositora o por los intermediarios de su partido, ya no pudimos compartir nuestra pasión por Montevideo como hubiésemos querido. Nos enfrentamos por los fracasos de la concesión del Hotel Carrasco, por las desavenencias por los Casinos que perdían plata cuando lo único que podían hacer era ganarla, por su promesa de los patos del arroyo Miguelete (de los que hasta él se reía), y por los altos costos del estacionamiento tarifado.

Tan largo fue nuestro periplo que varias veces terminamos en los pasillos de los Juzgados al judicializarse la política. Ni siquiera sentados en los juzgados de la calle Misiones, antes de declarar por el affaire de los casinos, que terminó con la cárcel de uno de sus directores por corrupción, Arana perdía su buen humor. Recuerdo que esa mañana en el juzgado, que coincidía con mi cumpleaños en un soleado mes de agosto, Arana me dijo: “de acá nos vamos juntos a apagar las velitas”.

Cuando volvamos a vernos –sea donde sea- estoy seguro que podré disfrutar de todo lo que sabía sobre nuestra entrañable Montevideo, sobre su visión de la cultura y su convicción que todo, en cualquier escenario, podía resolverse en una conversación.

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