Historia

Si Perón no hubiese iniciado un conflicto con la Iglesia no habría sido derrocado

Jorge Nelson Chagas

Contrariamente a lo que se supone, el peronismo no atacó ningún interés fundamental de las clases altas tradicionales, más allá que algún sector de las mismas se viera afectado por la política agropecuaria.  La Sociedad Rural o la Unión Industrial, para citar dos ejemplos, no se opusieron públicamente a Perón. Es más: hubo cooptaciones y surgió un “nuevo rico”, un tipo de empresario peronista – piénsese en Jorge Antonio – que se mezcló con la clase dirigente.

Es que es un error suponer que Perón era un revolucionario. Nada de eso. Nunca lo fue. El discurso virulento, especialmente de Evita, contra la oligarquía no representaba la realidad. No había ninguna “guerra social”. Lo que sí ocurrió durante el primer peronismo fue la incorporación de amplios sectores populares a ámbitos visibles que antes le estaban vedados. En este contexto miles y miles de familias humildes accedieron a lugares de esparcimiento y diversión, se fomentó el “turismo social” con la generalización del sábado inglés. Se llenaron las canchas de fútbol, las plazas, los parques, el Parque Retiro y los bailes. El peronismo reconoció al pueblo trabajador y le dio dignidad. 

Se potenció lo comparativo, el “antes y después”, referenciando como se vivió y el “ahora” venturoso. Hubo un rescate de lo gauchesco, anclando en la tradición popular del pueblo de las provincias, en las estrofas gauchescas de Zoilo Laguna de la revista PBT y en Mundo Peronista, en los versos de un payador para Evita y Perón que escribió Homero Manzi, retomando su tradición forjista. En cuanto al lunfardo las letras de Enrique Santos Discépolo fueron, junto a Cátulo Castillo, síntesis del espíritu tanguero con la impronta peronista.  A esto se le sumó las movilizaciones del 1º de Mayo (día del Trabajador) y las del 17 de octubre (día de la Lealtad). En el primer caso, se resignificó un acto impulsado por socialista y comunistas, replanteado como una fiesta frente al “ayer” con hechos luctuosos, banderas, rojas y odios de clase. En la celebración peronista se destacan las movilizaciones a Plaza de Mayo, los discursos del presidente Perón, de Evita (a partir de 1948) y del secretario general de la CGT, junto con desfiles de carrozas alusivos al trabajo y a cada sindicato, y la elección de la Reina del Trabajo. En cuanto al segundo caso, siendo la movilización fundante del movimiento, revistió el momento de reafirmar la “lealtad” entre Líder y pueblo.

Hubo una simbología y estética muy particular, con los escudos, banderas, marchas, los hombres con camisas blancas y las mujeres con “traje sastre” —a la usanza de Perón y Evita, posters, postales, dibujos, estampillas y sellos postales. La radio, medio masivo por excelencia, potenció la presencia de Perón y Evita a través de sus discursos —con el recuerdo de Hacia un futuro mejor, protagonizado por Evita en su etapa de actriz—, la recreación del 17 en las voces de actores reconocidos, o en el ciclo Mordisquito de Discépolo.

En cuanto al cine, abundaron, primeramente, los films del “teléfono blanco”, idealizando las situaciones del confort y el status adquirido recientemente. En segundo lugar, los films y cortos oficiales como Payada del tiempo nuevo, con Enrique Muiño; Soñemos, de Luis César Amadori; No es una ilusión, de Mario Soffici; Argentina de hoy (el día de una obrera), Eva Perón inmortal; Su obra de amor, Y la Argentina detuvo su corazón, y otros, amén de que fuera constante la presencia de Perón y su obra en Sucesos Argentinos y en el Noticiero Panamericano. Y, en tercer lugar, las películas “impregnadas” de espíritu peronista como Las aguas bajan turbias, Los isleños y El grito sagrado, donde Fanny Navarro hace un símil de la vida de Evita. Finalmente, el Ateneo Eva Perón de actrices adherentes o de artistas comprometidos con el peronismo, dio su particular impronta.

Esto explica – en gran medida, aunque no totalmente – su permanencia en el sistema político argentino.  El problema es que el peronismo tenía una fuerte carga autoritaria, lindante con el totalitarismo, reñida con el republicanismo. Es realmente sorprendente su esfuerzo por hostigar y acorralar a la oposición cuando, en realidad, no corría ningún riesgo de perder el gobierno.  Por otro lado, resulta difícil imaginar a Perón traspasando la banda presidencial a un opositor. Y resulta difícil – por no decir imposible – porque el propio sustento ideológico de su doctrina era absolutamente ajeno a una cultura republicana. 

No deja de ser interesante observar que la mayor parte de la clase política uruguaya de ese tiempo haya sentido por el peronismo una mezcla de aversión y miedo.  Cuando Tomás Berreta hizo una gira por EE.UU. antes de asumir la Presidencia de la República, manifestó reiteradamente ante las jerarquías de la Secretaría de Estado sus aprensiones con respeto al gobierno argentino. Luis Batlle coincidía totalmente con esta apreciación. Perón era peligroso, por sus intenciones hegemónicas en el continente. Las Medidas Prontas de Seguridad de 1951-1952 para sofocar las huelgas de los gremios solidarios fueron provocadas por el temor a que fueran incentivadas por el peronismo para desestabilizar al gobierno.

Pero más allá de lo político, el peronismo representó un conflicto cultural. La oposición observó con sumo desagrado la democratización social, la apropiación de los espacios públicos de los “cabecitas negras” y lo que consideraba la pérdida de normas de deferencia y respeto por la acción demagógica del régimen. Imposible olvidar lo que significó simbólicamente el episodio de “las patas en la fuente”.  A su vez, en el plano discursivo el peronismo caracterizaba a sus adversarios/enemigos como una oligarquía fría y egoísta, absolutamente insensible a las demandas populares. Este conflicto peronismo/antiperonismo (los “gorilas”) quedaría instalado por décadas en la sociedad argentina. 

Es bastante probable que si Perón no hubiese iniciado un conflicto con la Iglesia no habría sido derrocado. Su caída dio inicio a un largo período de inestabilidad política, porque los hombres de la Cruzada Libertadora pensaron que podían erradicar el peronismo con proscripciones y represión.

No comprendieron que estaban antes que nada, ante un fenómeno cultural nacido en el seno mismo de la sociedad argentina, destinado a perdurar más allá del propio Perón.

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