Política nacional

Un acto de coraje en las horas más oscuras

Ricardo J. Lombardo

La historia hay que escribirla y repetirla una y otra vez. Si no, aún los hechos más relevantes se pierden como hojas en el viento y luego se sepultan en el olvido.

Esto que quiero compartir hoy, es uno de los hechos más inspiradores, corajudos y disruptivos que me tocó vivir. Que aunque ocurrió hace 39 años, aún tiene vigencia en su contenido, en sus circunstancias, y en sus consecuencias: ¿por qué no se ha podido aún saber el destino de los desaparecidos o las circunstancia de su fallecimiento?

Refieren a Enrique Tarigo y a lo que se llamó “El Primer Samizdat uruguayo”.

Ocurrió en enero de 1984. En plena dictadura militar. El régimen autoritario estaba en su plenitud. Los abusos a los derechos humanos todavía se producían de manera soterrada, aunque públicamente se estaban negociando las condiciones para la salida a la democracia. Por esos días se producía el atroz asesinato de Vladimir Roslik y seguramente otras cosas horrorosas que aún no se conocen.

Con un grupo de jóvenes (y otros no tanto) seguíamos el liderazgo  que Enrique Tarigo inspiraba en las páginas de OPINAR, el semanario que había fundado para impulsar su valiente campaña contra la propuesta militar del plebiscito de 1980, y cuya misión era desafiar al régimen y presionar al máximo la censura de prensa que regía.

Me tocó ser uno de los columnistas de esa publicación, y además, en mi calidad de contador, llevarle las cuentas a la empresa que lo editaba, cuyas acciones mayoritarias pertenecían al propio Tarigo. Una tarea bastante simple desde el punto de vista profesional, pero que envolvía una extrema responsabilidad pues el gobierno de Gregorio Álvarez lo miraba con lupa y no toleraría ningún tipo de desvío en los informes contables o en el cumplimiento de las obligaciones.

Tarigo era un ejemplo de buena escritura, de valores morales y de mucho coraje.

En enero de 1984, recibió dos cartas de los lectores que denunciaban, a pesar de toda la secrecía imperante, atropellos que estaban ocurriendo y que después, con el tiempo, se comprobó que se trataba de espantosas violaciones a los derechos humanos, desapariciones y viles asesinatos.

Una de ellas provenía de Francia de unos exiliados uruguayos a quienes se les negaba el pasaporte por razones injustificadas y por lo tanto estaban inmovilizados y no podían viajar al Uruguay; la otra desde Hungría donde una mujer reclamaba saber dónde estaba un familiar desaparecido.

Tarigo resolvió incluirlas en la sección: “Cartas de los Lectores” de OPINAR.

El resultado fue que la dictadura requisó la edición.

Pero Tarigo, nutrido de un fuerte temperamento, no era hombre de resignarse y quedarse quieto.

Así que, con OPINAR silenciado, decidió explicar lo sucedido en una página escrita a máquina, de la cual después se hicieron numerosas fotocopias para ser entregadas de mano en mano a los ciudadanos.

A eso lo llamó “El Primer Samizdat uruguayo”.

Samizdat se les decía a las publicaciones censuradas en la Unión Soviética y que sus autores no tenían más remedio que entregar en propia mano a los transeúntes o a sus eventuales lectores.

Lo mismo hicieron  los alemanes antinazis cuando en 1945 se caía el régimen de Hitler, y ellos buscaban los medios para reorganizar una nación que había quedado totalmente devastada como consecuencia de la insania de un gobernante psicópata y sus seguidores.

Lo que escribió Tarigo fue una gigantesca muestra de coraje en defensa de los derechos humanos y la libertad de prensa en las horas más oscuras.

Emociona recordarlo y regocija el alma al pensar que todo aquello no fue en vano, aunque todavía queden tantas cosas por saber de lo que ocurrió realmente.

Con un fajo de esas publicaciones debajo del brazo, él y varios de nosotros, enfilamos para la Plaza Cagancha y se las empezamos a entregar a quienes pasaran por ahí. No importaba el riesgo que ello significaba. No importaba lo que pudiera pasar con nosotros y con OPINAR. Ahí estaba Tarigo, el profesor de la universidad, el brillante periodista, el ejemplar padre de familia, desde el cordón de la vereda guiándonos a todos nosotros.

Los transeúntes primero temerosos, luego sorprendidos y más tarde con expresión de complicidad, recogían la hoja que le entregábamos. Era un acto de rebeldía en aquel oscuro tiempo de la dictadura, la censura, el silencio.

El documento explicaba el porqué de la confiscación y lo que contenían las cartas.

Al final, expresaba:

“Por fin: ¿por qué sobre todo esto no se ha de poder hablar y escribir en el país, dándose en cada caso la información que corresponda y desmintiéndose los datos que sean falsos si es que lo son?

Mientras se siga aplicando la mordaza de la censura de prensa, lo único que se logrará es que la opinión pública no crea a quienes no saben dar razones o explicaciones, sino, simplemente, cumplir actos de fuerza, como sin duda lo es éste de confiscar, por segunda vez en dos semanas, las ediciones enteras de OPINAR.

Sin libertad de prensa, sin libertades, el Uruguay no podrá, jamás, construir su futuro. Si el gobierno y las Fuerzas Armadas –a las que el gobierno representa y compromete– no han entendido esto, no han entendido nada”.

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