Un fracaso que nos avergüenza a todos
Hugo Machín Fajardo
Putin es un hombre del antiguo régimen (soviético, ex agente de la Seguridad del Estado de la ex URSS, la KGB) especialista en tergiversar, montar operaciones, y en explotar situaciones objetivamente difíciles de solucionar, generadas por sus antecesores en el Kremlin a partir de las anexiones territoriales de 1920. El asalto a Ucrania, anticipado durante semanas por Occidente, equivale al conflicto terrestre más grande de Europa desde la Segunda Guerra Mundial. También podría presagiar el surgimiento de una nueva «Cortina de Hierro» entre Occidente y Rusia, con repercusiones globales.
Cómo llega Rusia y su presidente eterno, Vladimir Putin, a esta situación de avasallamiento, no solamente de Ucrania —pues tiene en su haber la ocupación de cinco territorios en los últimos 20 años—, sino también de desprecio por el Derecho Internacional al atacar a su vecino en el momento en que desde el Consejo de Seguridad la ONU se le pedía «darle una oportunidad a la paz», es un proceso que arranca desde hace casi un siglo y que transitó por diferentes etapas.
La explicación surge del fracaso de la comunidad internacional en desarrollar un sistema eficaz de protección a los derechos humanos luego del Juicio de Núremberg en 1945- 46, y de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948.
Núremberg fue el símbolo del desarrollo de la legislación internacional en Derechos Humanos, al demostrar con pruebas inocultables la responsabilidad de los crímenes cometidos por los acusados, con la evidencia de documento firmados por los responsables nazis de los decretos de «noche y niebla», del exterminio de «consumidores inútiles de alimentos», y de «vidas indignas de ser vividas».
Letra muerta. No obstante el avance que significó el enjuiciamiento y la admisión de culpas de los jerarcas nazis, así como la Declaración del 48, el congelamiento de la guerra fría condicionó absolutamente —y en ocasiones impidió— el desarrollo y evolución en materia de Derechos Humanos; Derecho Penal Internacional (DPI) y Derecho Internacional Humanitario (DIH).
Mary Robinson (77), ex Comisionada de Derechos Humanos de la ONU cuestionó «los resultados de cincuenta años de mecanismos a favor de los derechos humanos, treinta años de muchos miles de millones de dólares invertidos en programas de desarrollo y retórica de alto nivel, y el impacto es bastante abrumador (…) es un fracaso de implantación a una escala que nos avergüenza a todos», dijo en ocasión de celebrar el 10 de diciembre de 1998 los 50 años de la Declaración Universal.
¿A qué aludía Robinson? A que la promesa de «un nuevo orden mundial», también establecida en la Convención del Genocidio de 1948 y las cuatro convenciones de Ginebra, referidas al trato a dispensarse a civiles, prisioneros, enfermos y heridos de guerra, a los pocos meses ya era letra muerta.
En 1950 el Consejo de Seguridad de la ONU inició una guerra contra Corea del Norte que hasta 1953 tuvo un costo de casi un millón de vidas. Bajo el brutal dictador Kim IL-sun los norcoreanos, aliados a los chinos, cometieron atrocidades. Al igual que las practicadas por los surcoreanos, dirigidos por el corrupto Syngman Rhee, socio de Estados Unidos. Los bombardeos estadounidenses contra población civil coreana utilizaron la misma cantidad de explosivos que contra la Alemania nazi; los norcoreanos dejaron morir de inanición a sus prisioneros y los chinos introdujeron el «lavado de cerebro» en los campos de concentración de Corea del Norte, aberración que permanece. No hubo enjuiciamientos.
Impunidad mundial. Las omisiones y miradas para el costado por la comunidad internacional se sucedieron. No hubo juicios luego de 1963 para los crímenes cometidos durante el neocolonialismo francés en Argelia. Recién en 1967 comienzan las sanciones contra el apartheid en Sudáfrica, un régimen existente desde siglos antes y formalizado, paradojalmente, en 1948, donde tres millones de blancos sojuzgaban a 17 millones de negros y mestizos. La intervención soviética en Checoslovaquia (1968), y la guerra de Estados Unidos en Vietnam (1964-1975) no fueron juzgadas. Bajo Pol Pot murieron asesinados 1,7 millones de camboyanos a manos de los jemeres rojos, nunca juzgados, y, por el contrario, recompensados con la participación en la coalición anti-Vietnam, con respaldo de la ONU y la administración Reagan.
Africa ofrece una zaga de autócratas perpetradores de los Derechos Humanos y simultáneamente apoyados por gobiernos de las superpotencias. El emperador Bokassa (1921-1996), de República Centroafricana, amigo del presidente francés Valéry Giscard d’Estaing, partícipe del asesinato de 100 niños entre otras numerosas violaciones a los Derechos Humanos, incluido acusaciones de practicar canibalismo con sus opositores. Solo su ceremonia de coronación en 1976, a la que asistió hasta un representante especial de la Santa Sede, —Bokassa se había pasado del islamismo al catolicismo— costó 75 millones de dólares en valores de 2011. Idi Amin (1925-2003), que en 8 años de gobierno dejó entre 100.000 y 400.00 muertos en Uganda, murió en el exilio dorado. Mugabe (1924-2019) muere en Zimbabue, sin problemas; Mengistu Haile Mariam (85), de Etiopía, condenado en ausencia por genocidio, permanece exiliado en Zimbabue. Gadafi (1942-2011) tuvo otro destino tras una dictadura de 42 años. Yahya Jammeh (56) exdictador en Gambia, hoy exiliado en Ghana, presuntamente autor de delitos de lesa humanidad. Teodoro Obiang (80) gobierna Guinea Ecuatorial desde hace 43 años. Es el país más rico de África, tres cuarta partes de la población sobrevive con menos de dos dólares diarios, y Obiang goza de la amistad de Condoleeza Rice, Rodríguez Zapatero, Marian Rajoy, Kofi Annan, entre otros.
Aunque hay excepciones que abonan el camino justo. Charles Taylor, de Liberia se convirtió en el primer exjefe de Estado contra el que la justicia internacional ha completado un juicio. En 2012 fue condenado a 50 años al hallársele culpable por 11 cargos de violaciones a los Derechos Humanos.
Hissène Habré (1942 -2021), exdictador de Chad, murió en prisión en agosto 2021, mientras cumplía cadena perpetua desde 2016, luego de haber sido acusado de 40.000 crímenes cometidos entre 1982 y 1990. Pasaron 15 años entre su arresto y la condena por crímenes contra la humanidad, violación, ejecuciones sumarias y torturas.
Existe una tendencia, a veces imperceptible, que en Latinoamérica ha tenido sus avances y merece un análisis en sí mismo.
En otro contexto, los tribunales de Alemania Occidental procesaron a seis mil nazis entre 1959 y 1981, según del juez y abogado superior británico, Geoffrey Robertson, autor, entre otros libros, de Crímenes contra la humanidad. La lucha por una justicia global, un texto fundamental en la materia. «El comportamiento de las superpotencias en esta etapa [segunda mitad del siglo xx] estaba motivado exclusivamente por intereses nacionales ideológicos, con cierto respeto subyacente por la idea de una justicia internacional obligada a disfrazar la agresión con el lenguaje de la legalidad», en palabras de Robertson.
Después del Muro. Las decisiones de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU se hacían y hacen en función de los bloques de poder que en un tiempo era Occidente contra Oriente, luego Norte contra Sur. Su sustituto, el Consejo de Derechos Humanos (CDH) creado en 2006, ofrece oxímoron: dictaduras que integran el CDH órgano encargado de velar por la vigencia de los derechos.
La lista de negligencias de la comunidad internacional ante desconocimientos del Derecho Internacional y las convenciones y pactos de Derechos Humanos es extensa y abarca a todas las regiones del mundo. Sadam Hussein (1937-2006) gozó de impunidad durante años luego de utilizar gas venenoso contra los kurdos con un saldo de 8.000 muertos.
Tras la caída del Muro de Berlín (1989) y la posterior implosión de la URSS (1991), no se procesó el enjuiciamiento de los responsables de genocidios y violaciones masivas de los Derechos Humanos de millones de europeos del este.
La guerra fría había asordinado las denuncias que desde hacía décadas provenían de Occidente, licuadas en la confrontación ideológica entre capitalismo y comunismo, y contrarrestadas por las denuncias acerca de las violaciones a la soberanía y los Derechos Humanos ocurridas en numerosos países occidentales y difundidas desde el llamado campo socialista.
Los países euroasiáticos que hoy vuelven a estar en riesgo de usurpación de su soberanía, 33 años atrás estuvieron más preocupados por los cambios económicos y acceder al modo de vida occidental, que por revisar su pasado y el derecho a la memoria con fines de no repetición. A ello se sumó la masacre de Plaza Tiananmen (1989) que disuadió a los opositores chinos de mantener en las calles sus reclamos de libertades.
Todo coadyuvó a enterrar artificialmente el ominoso pasado trascurrido durante medio siglo en Eurasia.
Confírmelo el lector preguntándole a algún conocido de izquierda su opinión sobre Gorbachov: ¿Fue un defensor de Derechos Humanos o un servil del imperialismo estadounidense?
Precisamente fue el dirigente ruso reformista que retiró del este europeo las tropas soviéticas en 1989 con la propuesta de que las ex repúblicas soviéticas no se integrarían a la OTAN. Algo que inicialmente pareció haber sido aceptado por Occidente, pero que luego de la caída del impulsor de la perestroika y la glasnost, lo desconoció.
La impunidad post caída del muro, alentó la acción genocida en la antigua Yugoslavia. Un cuarto de millones de vidas perdidas en combates antes de que empezar en 1996 el primer juicio a un torturador bosnio, luego que 7.500 hombres y jóvenes varones musulmanes prisioneros en Srebrenica fueran ejecutados por el ejército serbobosnio del genocida Ratko Mladic —condenado a cadena perpetua— en un «limpieza étnica» que incluyó la violación de entre 20.000 y 44.000 mujeres musulmanas, según el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia. Desde tiempos del nazismo no se conocía algo igual en Europa.
La suiza Carla del Ponte (75), fiscal general de Suiza, que en 1999 fuera nombrada fiscal jefa del Tribunal Internacional para Ruanda (hasta 2003) y para el Tribunal internacional de la ex Yugoslavia (hasta 2007), ha dicho que en muchas oportunidades chocó contra el muro di gomma representado por «la falta de valor y autoridad de los tribunales y voluntad de los dirigentes de la nación en cuestión para perseguir a individuos de alto rango responsables» de delitos de lesa humanidad.
Putin es un hombre del antiguo régimen (soviético, ex agente de la Seguridad del Estado de la ex URSS, la KGB) especialista en tergiversar, montar operaciones, y en explotar situaciones objetivamente difíciles de solucionar, generadas por sus antecesores en el Kremlin a partir de las anexiones territoriales de 1920. El asalto a Ucrania, anticipado durante semanas por Occidente, equivale al conflicto terrestre más grande de Europa desde la Segunda Guerra Mundial. También podría presagiar el surgimiento de una nueva «Cortina de Hierro» entre Occidente y Rusia, con repercusiones globales.
Desde 2013 en Ucrania se han producido y luego derogado leyes dictatoriales, enfrentamientos armados entre minorías pro rusas— 17,3% de la población—y fuerza pública ucraniana, violencia nacionalista contra esas minorías, exceso del Euromaidán (milicianos nacionalistas que habían derrocado al presidente Viktor Yanukovich, pro ruso, quien pidió la intervención de Moscú en 2014); casi 2 millones de desplazados internos desde la zona en conflicto a otras regiones ucranianas, y unas 760.000 huyeron a otros países de la región, incluida Rusia. La Cruz Roja de Ucrania llegó a definir la situación de 2014 como de «guerra civil».
Esa persistente coyuntura inestable es la que aprovechó Putin —cuando el mundo aún no superó la pandemia— para justificar, con invasión y guerra, su apoyo a la «autodeterminación» de la minoría pro rusa hostigada por sectores de la población ucraniana, narrativa incompatible con sus amenazas a Suecia y Finlandia. Putín, entrevera las cartas y dice que el gobierno ucraniano es fascista, lo que desmiente el actual presidente ucraniano, comediante de televisión, outsider, con discurso populista Volodymyr Zelensky, ruso, nieto de un judío que combatió la invasión nazi y que en 2019 fue votado por el 70% de la ciudanía.
Este «sembrador de la guerra» como ha llamado a Putin el ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Jean-Yves Le Drian, podría extender la ofensiva en curso en Ucrania «también a las vecinas Moldavia y Georgia».
En lo que va del siglo XXI la humanidad no ha mejorado al anterior, donde se vivió la peor violencia coincidente con el mayor adelanto científico de la historia. /La violencia te sale a cada paso/ y violento se vive, aunque no quieras/, decía a fines de los sesenta el poeta uruguayo Juan Cunha (1910-1985) y así es, pues ninguna región de la tierra la evitó: Europa, Estados Unidos, Rusia, Asia, el Tercer Mundo, todos implicados.