Política Internacional

Un libro, una opinión: apenas eso

Jorge Nelson Chagas

He terminado de leer el libro “Camino al golpe de Estado. Cinco miradas desde la contrahegemonia”. Federico Leich es el editor y prologuista. Hay cinco artículos de Mercedes Vigil, Álvaro Diez de Medina. Rodolfo Fattoruso. Diego Andrés Díaz y Roque García. Admito que antes de abrir el texto respiré profundo,  guardé bajo candado mis prejuicios sobre algunos de sus autores y encaré la lectura con la mayor frialdad posible.

Reitero lo que ya he expresado: es un libro serio y documentado. Merece mi respeto como amante de la historia, Por tanto, recomiendo su lectura. Y es precisamente por eso, que intentaré realizar un análisis del mismo.  

Si bien puedo pecar de subjetivismo, los tres artículos que más me gustaron son los de Álvaro Diez de Medina (admito que tiene una forma algo irónica de narrar los hechos, pero maneja información muy precisa), el de Diego Andrés Díaz (un excelente estudio sobre la “izquierda cultural”) y el de Roque García (una mirada sobre la reacción de las  fuerzas de seguridad ante la violencia guerrillera, manejando datos cuantitativos y no eludiendo el tema de las torturas). Esto no implica desmerecer a los otros dos trabajos, que también aportan información veraz, pero contienen falencias notorias que detallaré.

Para empezar hay en el inicio del libro un problema básico. Si el objetivo del libro es contrastar un presunto “relato hegemónico” , no queda claro – al menos, para mí – a qué se refiere exactamente Leicht en su prólogo. No hay una “perspectiva unívoca de la investigación académica” que ubique a la sedición y a los militares como actores determinantes del conflicto. El trabajo de Francisco Panizza, para citar un sólo ejemplo, “Uruguay: Batllismo y después” (1990) desmenuza la construcción del sistema político uruguayo en el siglo XX, la institucionalización de la democracia liberal y el proceso de deterioro de la misma, que culminó con el entronizamiento del régimen militar en 1973. Es un análisis que, al igual que otros, va mucho más allá del conflicto entre tupamaros y militares.

Por otro lado, el artículo de Mercedes Vigil “El Uruguay inventado”, apunta hacia una  suerte de conspiración internacional del comunismo desde el fin de la II Guerra Mundial basada en la lectura de los Cuadernos de Antonio Gramsci. Pero no aporta ninguna documentación que avale su afirmación de que la izquierda uruguaya basó su accionar en el pensamiento gramsciano.  En realidad,  en el caso uruguayo, Gramsci fue casi desconocido para la izquierda hasta el retorno de la democracia en 1985. Rodney Arismendi, el principal teórico del PCU, no lo cita prácticamente nunca. La colección completa de la revista teórica por excelencia del PCU, llamada Estudios,  está en internet y cualquiera la puede consultar. El guía inspirador de los comunistas era Lenin. El concepto de “acumulación de fuerzas”, que por cierto incluye la intelectualidad y la cultura, estaba basado en el pensamiento del revolucionario ruso, expresado en su clásica obra “¿Qué hacer?”. Vivian Trías, el teórico del PS en los años ’60-’70, tampoco menciona al pensador italiano. En su obra “Por un socialismo nacional” cita a una variada gama de pensadores marxistas (incluso a Stalin y a Mao) pero nunca a Gramsci y no es del todo seguro que lo hubiese leído alguna vez. Los otros grupos de izquierda de inspiración marxista no lo mencionan jamás.

Hay otro aspecto en el artículo de Vigil: el papel que le adjudica al semanario Marcha. Es verdad que Marcha fue condescendiente con la dictadura cubana. Es verdad que Marcha fue filo-tupamara.  Es verdad que creó el mito del “Chueco Maciel” (esto no lo dice Vigil, lo digo yo). Pero su crítica a las falencias de la democracia uruguaya son bastante anteriores a la Revolución Cubana y al surgimiento de la violencia política en país. En plena “euforia bovina” –  para citar al mismo Carlos Quijano-  Marcha advertía con lucidez las graves falencias del Uruguay y la fragilidad de la bonanza económica.  Ni Marcha, ni la intelectualidad de izquierda “inventaron” un Uruguay inexistente. La crisis social-económica que se abatió sobre el país era absolutamente real. Aunque no se resolvía por los “fierros”. 

Sin embargo, es posible que Vigil con el concepto “Uruguay inventado” no intente una negación de la crisis. Sino que refiera a que cierta intelectualidad difundió la idea de que Uruguay estaba en una situación prerrevolucionaria y era “justo” el camino de la violencia política. O sea que existía un Estado en descomposición, baja moral y división  en las fuerzas del orden, gobierno ilegítimo e impopular, apoyo masivo de las masas urbanas y rurales – los peones eran “campesinos” – a una revolución en ciernes. Algo, por cierto, total y absolutamente irreal. Si es en esta acepción que Vigil usa el término “Uruguay inventado”, tiene – a mi juicio- toda la razón del mundo. Sólo que su artículo, creo yo, no es totalmente claro en este punto.

El artículo de Fatorusso plantea también el tema de la conspiración internacional comunista y hace una referencia expresa a la Conferencia de la   Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) realizada en La Habana,   entre el 31 de julio y el 10 de agosto de 1967, que incluyó en sus postulados la lucha armada para la toma del poder en toda Latinoamérica. Todo lo que narra Fatorusso sobre ese evento – en el que participó una delegación uruguaya presidida por Rodney Arismendi – es verdad. Pero, curiosamente, no menciona la notoria discrepancia de Arismendi con la “teoría del foco”.  Una discrepancia que se hizo ostensible cuando se negó a aplaudir el belicoso discurso de Fidel Castro.  En una de sus principales obras  “Lenin, la revolución y América Latina” (1970) Arismedi criticó al foquismo, (aunque su argumentación es contra las tendencias absolutizadoras de la vía pacífica o de la vía violenta). Por cierto, las diferencias estratégicas entre el PCU y el MLN-T fueron públicas y notorias. 

No es posible que Fatorusso ignore ese dato histórico. Lo que me lleva a conjeturar que su omisión es para justificar la feroz represión contra el PCU del año 1975.  Se me dirá: pero el PCU tenía un aparato armado. ¡Absolutamente cierto! Pero el problema es que las Fuerzas Armadas se enteraron de su existencia después de aplicar el “Operativo Morgan”, no antes. De lo contrario sería inexplicable que hayan dejado salir del país a Arismendi – el principal responsable de ese aparato –   y tardaran tanto en llevar adelante ese operativo de gran escala.      

Finalmente, lo diré una vez más: recomiendo la lectura de este libro. ¿Por qué? La respuesta es sencilla: porque siempre es saludable conocer miradas diferentes sobre nuestra historia reciente. Leer, pensar y llegar a comprender otros argumentos, no significa que estemos de acuerdo con ellos.  Es uno de los  ejercicios más sublimes de la libertad humana.

Compartir

Deja una respuesta