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Una opinión personal sobre el caso Marset

Jorge Nelson Chagas

“Aun sabiendo quién era Marset, el pasaporte había que darlo. Fuera narco o fuera cualquier cosa: había que darlo. De acuerdo con la ley actual, a decretos actuales, había que darlo […] ¿Nos gusta que un narco tenga pasaporte? Por supuesto que no. Pero esa es la ley vigente”, expresó textualmente el presidente Lacalle Pou.

¿Así que ministros y subsecretarios  además del bueno de Lafluf  participaron en una reunión, a la que se recomendaba entrar por el garaje, y en la se le pidió “figuradamente” a Ache que perdiera el celular y se destruyó un documento protocolizado, para cumplir con la ley?

¡Sorprendente!

Una reunión a la que él admitió haber  pedido, a fines de 2022, a su asesor Lafluf que convocara   en el piso 11 de la Torre, para dialogar sobre el intercambio que habían tenido un año antes por WhatsApp acerca del narcotraficante Sebastián Marset. Lacalle dijo que ese encuentro fue “a los efectos de tener una línea única de trabajo y de acción”. O sea que de hecho confirma que su alter ego  Lafluf no mintió cuando invocó su nombre.

Honestamente no entiendo. ¿Qué es exactamente una “línea única de trabajo y acción”? ¿No es que todos actuaron conforme a las disposiciones legales? ¿No es que el pasaporte había que entregarlo sí o sí, sin importar que Marset fuera un narcotraficante, un asesino serial o un tratante de blancas?  ¿Por qué diablos aceptó las renuncias de los jerarcas de gobierno? SI todos actuaron correctamente y no existió ninguna intención de ocultamiento, ¿no debería mantenerlos en el cargo y defenderlos a rajatabla?

Nadie me puede acusar de darle continuos palos a este gobierno.  Es más, he reconocido públicamente sus logros en materia de política económica y su manejo impecable durante la pandemia. Conozco personalmente a dos de sus ministros (Da Silvera y Mieres), a otros jerarcas (Gerardo Sotelo, Carlos Muñoz) y tengo una relación de respeto y aprecio con la senadora Gloria Rodríguez. Pongo las manos en el fuego por cualquiera de  ellos. Repito: las manos en el fuego.

Pero, en este caso particular, no puedo evitar hacerme esas preguntas  – como ciudadano común y corriente no como politólogo – y otras muchas más.  Preguntas no acusaciones.

No todo es malo en este asunto. La justicia ha actuado bien y la oposición demostró responsabilidad y mesura. La izquierda ha comprendido, ¡al fin!, lo sagrado que es la institucionalidad. Es una crisis política grave, pero hay que evitar que desemboque en una crisis institucional porque todo el país se perjudicaría.

Finalmente: no comparto en absoluto la idea que ha comenzado la transición para un cuarto gobierno del Frente Amplio. Si bien es cierto que el gobierno de coalición está muy golpeado (el slogan “Se acabó el recreo”, suena hoy bastante gracioso para ser suave) considero un error echar las campanas al vuelo.

Nadie tiene la vaca atada.

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