Vargas Llosa; luz del pensamiento liberal
Lorenzo AGUIRRE
Mario Vargas Llosa (28 de marzo 1936, Arequipa, Perú – 13 de abril 2025, Lima, Perú), educado en la Pontificia Universidad Católica de Perú, y en la Universidad Complutense de Madrid (doctorado, 1971), fue considerado uno de los más importantes novelistas y ensayistas contemporáneos. Miembro de la Real Academia de España, Miembro de la Academia de Francia, Premio “Nobel de Literatura” (2010), Premio “Príncipe de Asturias” (1986), Premio “Cervantes” (1994), entre otros. Vargas Llosa, que navegara entre Flaubert y Galdós, en su juventud fue defensor acérrimo de la Revolución Cubana porque estaba convencido poder liberar al continente, e implantar una verdadera justicia social, hecho que, obviamente, lo convirtiera de la noche a la mañana, en “el mejor escritor”. Al paso de los años, terminó siendo – al decir de promarxistas – “un fascista latinoamericano, y novelista como hay tantos”, al cargarse el nacionalismo reaccionario, haciendo pública su admiración por Margaret Thatcher, más tarde por los expresidentes José María Aznar, y Nicolas Sarközy, y finalmente por figuras tales como, Cayetana Álvarez de Toledo (diputada del “Congreso de los Diputados de España”), e Isabel Díaz Ayuso (presidente de la “Comunidad de Madrid”).
En 1975 Mario Vargas Llosa era el escritor de “Conversación en la Catedral” – exponiendo desconcierto y pesimismo ante la realidad peruana del momento, donde estaban en juego conceptos morales -, y “La ciudad y los perros” (en los comienzos llamada “Los impostores”, más tarde, “La morada del héroe”) – abriendo una etapa moderna en la narrativa latinoamericana -, convirtiéndose en un artista famoso.
Por supuesto no faltó el momento para discutir quién era mejor, si Vargas Llosa, o Gabriel García Márquez, planteamiento estéril en cuanto a la comparación pues reunían estilos totalmente diferentes aunados a perfiles sociales personales también distintos, y más allá de todo porque Vargas Llosa fue un obsesionado proyectándose en los libros, mientras García Márquez marcaba un tránsito periodístico, como asimismo cierto estímulo en la música popular.
Finalmente, no faltaron los torbellinos políticos; Vargas Llosa y García Márquez, se dividieron … ¡también, los lectores!
García Márquez sabía bien que, para emerger, debía lustrar las botas a Fidel, y, a la larga, esa “inversión” daría buenos resultados. Por otro lado, Vargas Llosa, que tantas veces se había deslumbrado con la revolución – luego falseada -, recibiría todo lo tóxico del comunismo cuando rompiera eslabones con Castro, y a través de innumerables artículos de prensa narrara lo putrefacto del régimen en la isla.
Durante largos años gran parte de los lectores entrelazaron a don Mario, con un realismo del 1800, pero se olvidaron del experimentalismo de su época, dejando a través de su vida – especialmente en sus años jóvenes – claras pautas filosóficas, como también posturas políticas que se fueron desdibujando, haciendo que, su interior, fuera una lucha rodeada de inconformismo, pero intentando dejar un mensaje transparente y profundo en cuanto a que, un verdadero liberal, jamás podría ser un conservador.
Vargas Llosa viajó por “La fiesta del chivo” (2000) – centrada en el asesinato al dictador Rafael Trujillo, y los hechos posteriores -, “La casa verde” (1966) – caracterizada en las nuevas narrativas de autores europeos y estadounidenses a lo largo de la primera mitad del siglo XX -, y la referida “Conversación en la Catedral” (1969), transitando en forma paralela, ética, su relacionamiento en viejos tiempos con políticas decadentes – la de Fidel Castro -, y el incisivo relato hacia un continente con majaderos populistas en época de la asunción de Hugo Chávez.
Entre esos caminos llegarían fluctuaciones, llevándolo de Castro, a Ronald Reagan, quedando atrás, perdidas en la memoria, las aventuras de contrabandistas, prostitutas y héroes polvorientos, como también un recogido silencio del reloj de arena, sobre los vientos del ayer respecto a doña Julia Urquidi, esa voluptuosa, irresistible, e inestable mujer convertida en tía política – más tarde, divorciada del tío de Mario – que, entre familiares zaguanes con olor a humedad y farolas de luz agonizante, explotara jadeos y asma en desenfrenadas pasiones con un “varguitas” de 19 años.
Julia, en poco tiempo se casó con su joven impetuoso … él, comenzaría a trabajar en Madrid como colaborador de segunda en algunos pobretones diarios ahogados en oscuras casas de callejas adoquinadas, para más tarde, en París, empezar a crecer en “France Press” y “Radio Televisión Francesa” a través de artículos de opinión y ensayos sobre novelistas y pintores.
Alrededor de cincuenta años Vargas Llosa abordó todo tipo de temas periodísticos, como económicos, políticos, culturales y religiosos, porque sin ellos no podía vivir … al igual que sin doncellas de tolderías prostibularias, azafatas de tropósfera – ¡y de las otras! -, modelos, más tontitas aún – ¡y no tanto! -, buscadoras de éxitos televisivos y cinematográficos, oportunistas, aspirantes a ladies, y desesperadas por encastrarse en pasillos de “palacio”, y con sus frustraciones, colarse en una sociedad monárquica, aunque fuera una corte alienígena. Tampoco, faltaron pseudas burguesas pretendiendo vivir del jet set, hasta culminar con revocadas por maquillajes faciales de interminables inmersiones en bañeros, que ocultaban su hechicería de imaginación burda.
Junto a todo ello, vivió una mujer íntegra … su prima hermana Patricia Llosa, cuyo amor por Mario empezara en 1960 – él, ya estaba casado con Julia Urquidi -, contrajera matrimonio con él, en 1965, le diera tres hijos (Álvaro, Gonzalo, y Morgana), y durante medio siglo no solo fuera esposa, también, musa, manejara compromisos, agendas, y soportara las infidelidades hasta con una ignorante, frívola, y soberbia erosionada, con la cual, Mario, conviviera ocho aburridos años sintiendo ofendido su ego, porque, ella, jamás se interesó por la grandeza literaria, sino por folletines y vulgaridades del momento.
Pero … Mario … ¡siempre, volvió a casa!