Vargas Llosa, un apasionado por la libertad
Daniel Manduré
El pasado 13 de abril, a los 89 años falleció Mario Vargas Llosa, premio Nobel de literatura, premio Cervantes entre otra infinidad de galardones. Imposible no reconocer su invalorable aporte a la cultura, al mundo de las letras y del pensamiento. Un referente indiscutido en el manejo del lenguaje, con una gran capacidad creativa. Un escritor que hace pensar, no encorsetado, que alimentaba el pensamiento crítico. Que ayudaba a soñar aun cuando tal vez algunos de sus sueños puedan no ser los nuestros. Políticamente incorrecto en tiempos de tanta hipocresía. Decía que la corrección política era enemiga de la libertad.
Siempre, en el acierto o en el error, compartiendo o discrepando de él, un hombre jugado por sus ideas. No buscaba ser complaciente al momento de emitir opinión. Era un librepensador.
Se inspiró en Jean Paul Sartre, Faulkner y en Flaubert.
Sus ideas y visión política fueron cambiando, un intelectual al que no le tembló el pulso al hacerlo. Afirmaba que: “si la realidad cambia, el pensamiento también puede hacerlo” Desde el sueño socialista de sus inicios, como tantos jóvenes de su época, apoyando la revolución cubana a su profunda decepción posterior, para abrazar luego las ideas liberales, las que defendió hasta sus últimos días.
Su palabra de cabecera en la acción y el pensamiento era la libertad.
Combativo al defender sus ideas, confrontativo. Incomodaba con su opinión. Los dogmáticos transpiraban al escucharlo, los fanáticos sufrían al leerlo.
En buena parte de su vida la izquierda lo llegó a vilipendiar cuando en otro trayecto de su existencia lo hizo la derecha. Aquellos que para apreciar la calidad literaria del escritor exigen calzar sus mismos zapatos ideológicos. Ese enanismo mental que no les permite admitir otro pensamiento. No entienden que hay otra horma al momento de elegir un zapato, el de la libertad. Ese era el único calzado que le sentaba bien.
Esa hemiplejia mental que llevó a la FEUU, aquí en nuestro país, a intentar censurar, sin éxito, cuando la Universidad de la República decidió otorgarle el Diploma Honoris Causa, por cuestiones “políticas ideológicas”. Actitud tan intolerante como fanática. Duro crítico de autoritarismos como los de Chávez o Maduro, pero también manifestó su rechazo profundo por Donald Trump.
Vargas Llosa no era un conservador, no era un derechista. Era un liberal.
Era un agnóstico, crítico y alejado de todas posturas dogmáticas.
Defensor de la laicidad, como garantía de pluralidad.
Estaba a favor de la despenalización del aborto, de la legalización regulada de la droga y del matrimonio igualitario.
De la eutanasia, como forma de una muerte digna, porque como él decía, el derecho a la vida no se opone a la muerte asistida.
Se oponía al lenguaje inclusivo y al feminismo radical. Alertaba sobre los peligros de que la lucha por los derechos del feminismo podía llegar a pervertirse de seguir la linea de un rancio fanatismo. Afirmaba que no es una guerra entre hombres y mujeres, sino de corregir las injusticias, poniéndole fin a todos los atropellos.
Ese ilustre escritor partió, dejó el mundo terrenal y con él se fue un pedazo de libertad.