18 de mayo de 1975
Libertad de expresión
Enrique Tarigo
Se admite unánimemente que la libertad de expresión es una de las libertades esenciales del hombre, pero en cambio, hay quienes sostienen que la libertad de prensa non está dotada de un rango similar ya que solo constituye una derivación de la anterior. Nosotros hemos afirmado en otra nota .que llevaba precisamente por título “libertad de Prensa”- que “la democracia no puede funcionar sin la libertad de expresión; y la libertad de expresión no consiste en opinar libremente en el seno de una reunión familiar o en una rueda de amigos”, sino que “la libertad de expresión se concreta y se materializa, fundamentalmente, a través de los grandes medios de comunicación… a través del libro y del diario, a través de la radio, el cine y la televisión”. Todo lo cual nos permitía concluir que “la libertad de expresión y libertad de prensa –entendida esta en su más amplio significado, comprensivo de los diversos medios de comunicación- son términos sinónimos”.
A pocos días de estampadas aquellas nuestras anteriores afirmaciones, una pequeña anécdota, un diálogo de dos o tres líneas –si bien realizado por las figuras de quienes lo mantuvieron y lo presenciaron- ha venido a darle entera razón a nuestra tesis –que no es nuestra, naturalmente, que simplemente habíamos retomado o divulgado- de que la libertad de expresión del pensamiento y la libertad de prensa configuran conceptos sinónimos.
El senador George Mc Govern, -candidato demócrata a la Presidencia de Estados Unidos, derrotado por Nixon- viajó, hace algunos días, como es sabido, a Cuba.
A su regreso, la esposa del senador, Eleanor Mc. Govern, que lo había acompañado a su viaje, contó en rueda de periodistas que había presenciado y escuchado entre Fidel Castro y un interlocutor que no nombró, el siguiente diálogo: “qué haría usted si alguien dijera ¡Abajo Fidel Castro!”, -“No me preocupa si dicen eso. Sólo que no pueden publicarlo en mi periódico”, fue la respuesta inmediata. Y añade el telegrama, con ese afán de objetividad que no desdeña lo obvio: “todos los medios de difusión en Cuba son de propiedad del Estado”.
El ánimo evidente del senador Mc. Grovern de congratularse con el régimen cubano, o por lo menos de hallarle una variante a la actual situación cubano – estadounidense, hace presumir la veracidad de la anécdota.
Y bien, ella constituye, según es fácil advertir, la más rotunda demostración de la verdad de nuestra afirmación anterior que, encarada de otra manera, puede expresarse así: la libertad de expresión del pensamiento, si no está acompañada de la libertad de prensa, -de la libertad de difusión por todos los medios de ese pensamiento- resulta ineficaz, resulta inocua, a tal punto, que ella es capaz de dejar en la más absoluta indiferencia a un dictador con toda la barba.