Política nacional

38 años de Democracia y los valores republicanos

Daniel Manduré

Un nuevo 1º de marzo ha pasado. Se cumplieron 38 años de nuestro retorno a la democracia.

Con Sanguinetti a la cabeza y con Tarigo acompañándolo, se iniciaba un camino a través del cual se sentaban las bases para afianzar ese sentimiento republicano que nos debería llenar de orgullo a todos los uruguayos.

Un camino, desde aquel entonces, que ha sabido atravesar, momentos tortuosos, difíciles de transitar, plagado de espinas y de sinsabores, pero también, y sin ser contradictorio, con muchas satisfacciones, avances, logros y por sobre todas las cosas de consolidación democrática, instituciones fortalecidas, convivencia pacífica y bregando siempre por las más amplias libertades.

No es poca cosa.

Solo basta con mirar la realidad latinoamericana para valorar aún más lo que tenemos.

Abundan, lamentablemente en la región, gobiernos totalitarios, autoritarios, gobiernos despóticos, violación de derechos humanos, con presos políticos, destierros, tortura, muerte, corrupción, tiranos que despojan a prestigiosos referentes de su ciudadanía, presidentes que asumen frente a la ausencia del mandatario saliente.

Somos una isla, un ejemplo, en una región tumultuosa y de sostenida inestabilidad.

Miremos, aunque más no sea de reojo, a la vecina orilla y comparemos lo que sucedió en el inicio de una nueva legislatura en el Congreso argentino y lo que sucedió aquí. Un presidente y su vice que apenas se hablan, un primer mandatario abucheado e insultado durante su discurso y con una Cristina Fernández, de rostro adusto, imperturbable, que no aplaudió, ni siquiera una sola vez en ese extenso discurso presidencial.

Aquí fue diferente, porque somos diferentes.

Un presidente presente, que da la cara, que rinde cuentas al parlamento. Sobrio y claro, en la coincidencia y aún en la diferencia. Con un discurso interrumpido en media docena de veces por el aplauso de muchos y el silencio respetuoso de otros. Como debe ser.

Tres años de gestión de un gobierno, dos de ellos atravesados por la pandemia y hoy, con la peor sequía de los últimos 50 años, que ha hecho mucho y al que aún le queda mucho por hacer.

Ni el mundo de las maravillas, donde algunos aplauden todo, incluso aspectos negativos, ni los que parados en la vereda de enfrente nos pretenden pintar un país oscuro, tenebroso, donde critican todo, incluso lo bueno.

A los que nada les viene bien, ni siquiera cuando se anuncian rebajas de combustibles o de impuestos.

Preferimos transitar el camino del medio, sin miradas hemipléjicas, ni fanatismos, de reconocer los logros alcanzados (disminución del déficit, crecimiento económico, reducción de la desocupación, exportaciones récords, rebajas de impuestos, un hospital en la Villa del Cerro, una reforma educativa en marcha, entre otros) y la honestidad de reconocer que aún queda mucho por hacer, aún se está en el debe con algunos temas. Como lo reconoció el propio presidente en su discurso.

Pero todo ello es posible, el que apoya y aprueba la gestión, el que critica en forma implacable o el que informa y denuncia libremente gracias a la consolidación de un sistema republicano que lo permite, a sus fortalezas y a la estabilidad institucional.

Es una fecha especial para todos, un momento en el que los ciudadanos, más allá de ideologías o partidos políticos, creencias filosóficas o religiosas, reafirmamos nuestros más altos valores republicanos. Esos valores democráticos y de libertad que nos hacen inmensos como nación, más allá de nuestra pequeñez territorial.

Es un momento de reafirmaciones, desafíos, compromisos y esperanza que nos debería encontrar a todos unidos por principios superiores.

Sin pequeñeces ni mezquindades, con grandeza y tolerancia.

Aristóteles decía: “no se piensa sin imágenes”, los rituales, la simbología que hay detrás de un 1º de marzo y el posterior discurso presidencial deberían permanecer por siempre en nuestra retina, por lo que representan.

Porque sin democracia plena, sin libertad, tolerancia, partidos políticos fuertes, convivencia pacífica, esa que se comenzó a gestar en 1985, sin instituciones consolidadas nada hubiera sido posible. Sin una justicia independiente, la que llevó a procesar a un vicepresidente por primera vez en la historia o la que detuvo dentro de la propia residencia presidencial al jefe de custodia, sin nada de todo esto tampoco podríamos tener el terreno fértil para alcanzar las mejoras sociales, económicas y laborales que todos anhelamos.

Eso es lo mejor de lo nuestro, lo que desde afuera nos valoran. Preservemos y cuidemos esos valores, intentemos oponernos a que la pequeñez moral de unos pocos, nos lleve a cambiar el rumbo, que con tanto trabajo y sacrificio se logró construir.

Viva la República!

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