Al clientelismo, un no rotundo
Fátima Barrutta
En el momento de escribir esta columna, desconocemos la decisión que habrá tomado Cabildo Abierto en su reunión del lunes 8, acerca de su permanencia o retiro de la Coalición Republicana.
Los acontecimientos que llevaron a la renuncia de la ministra de ese partido, Irene Moreira, se sucedieron rápida y dramáticamente.
Miradas en perspectiva y en forma desapasionada, debemos decir que las razones esgrimidas por la hoy exministra para asignar discrecionalmente una vivienda no son de recibo. El actual gobierno de coalición fue votado en 2019 justamente para dar un giro de 180 grados al clientelismo político, al asistencialismo prebendario de quienes entre 2005 y 2019, en forma creciente, pretendieron comprar votos con favores políticos o beneficios económicos, mostrándose incapaces de hacer las transformaciones estructurales imprescindibles para un futuro de prosperidad para los uruguayos.
El hecho de que una ministra del actual gobierno haya otorgado por decisión propia una vivienda, mediante un mecanismo de difícil justificación, ameritó el pedido de información del presidente de la República y, ante la falta de argumentos de la secretaria de Estado, el llamado al líder de ese partido para solicitar su renuncia.
El presidente hizo lo que debía hacer: no barrer el problema debajo de la alfombra -una práctica común en gobiernos anteriores, especialmente en el último de Tabaré Vázquez, que demoró un año y medio en pedir la renuncia de un vicepresidente indigno de su cargo- y actuó velozmente para mantener en alto la vara de la honestidad institucional.
A partir de entonces, debemos diferenciar dos actitudes: la de la propia ministra Moreira, que en una conferencia de prensa brindada en la tarde del viernes renunció al cargo, y la de su marido, el senador Guido Manini Ríos, que horas antes había dirigido otro mensaje a la prensa, de carácter altivo y amenazante.
Y hablamos de diferenciar ambos hechos, porque por más que no se esté de acuerdo con lo que hizo la ministra, debe reconocérsele el derecho a defender su posición e incluso reivindicar su gestión, en el momento en que presentaba su renuncia, en acatamiento del mandato presidencial. En cambio, la conferencia de prensa de Manini Ríos, de ayer viernes al mediodía, tuvo un componente agresivo y desafiante de la autoridad presidencial, a la que acusó directamente de estar equivócandose y reclamó que desandara la decisión tomada. Incluso puede leerse un espíritu de pulseada personal con el presidente, al admitir que este todavía no había llamado directamente a la ministra para pedir su renuncia.
El tono marcial de las palabras del excomandante en jefe devenido desde 2019 en dirigente político, no hace más que reforzar la percepción de que confunde roles, al ejercer su liderazgo actual con los visos de autoritarismo que caracterizan a la verticalidad castrense. De ningún modo debió Manini Ríos, integrando el gobierno de coalición como el conductor de uno de los partidos socios, desafiar públicamente al presidente como lo hizo.
Los cinco partidos coaligados estamos en el mismo barco, y si bien es más que comprensible que trabajemos junto al capitán de la nave, asesorándolo y aportando a sus decisiones, de ningún modo podemos dar un giro de timón por voluntad o capricho parcial de cualquiera de nosotros. Máxime cuando Cabildo Abierto ya en otras oportunidades se ha mostrado díscolo y no ha ocultado publicitar sus diferencias con el resto del gobierno. Siempre se declaran adversarios del Frente Amplio y tienen con la oposición un enfrentamiento visible en torno a la interpretación de la historia reciente, pero sin embargo han votado con el FA y contra el gobierno, como en la ley forestal, y amenazan con seguir haciéndolo en el futuro. El tironeo de último momento para incorporar modificaciones a la reforma previsional, inconsultas con el resto de los socios, fue un claro ejemplo de ello.
Tal vez por ser un partido en el que el espíritu verticalista del sector castrense tiene tanta influencia, los liderados por Manini Ríos no parecen honrar los compromisos implícitos en la formación de la Coalición Republicana, que no pasan solamente por lograr un puñado de objetivos políticos, sino por dar sustentabilidad a un gobierno liberal y republicano que corrija los graves desvíos del pasado ciclo frenteamplista.
En un gobierno como el nuestro, los cambios que puede lograr un partido no pasan por golpear la mesa, sacar cambios de último momento de la galera o reclamar complicidades cuando uno de los suyos incurre en faltas éticas.
Hizo bien el presidente Lacalle en solicitar inmediatamente la renuncia de la ministra, tras haber sido así desafiado por el senador Manini. Y hace bien la coalición toda -que tiene en el Partido Colorado un socio leal, que aporta una mirada batllista al mejoramiento político y económico- en cerrar filas con blancos e independientes en la defensa de la probidad administrativa.
Si hay quien reclama una complicidad con desvíos éticos como moneda de cambio para permanecer en el gobierno, es bueno que sepa que no la encontrará en el Partido Colorado.