Política nacional

Coronita

Ricardo J. Lombardo

El rey Carlos III de Inglaterra asumió luciendo una corona de oro sólido de 22 quilates, que mide más de 30 cm y pesa casi 2,23 kg. Tiene 444 joyas y piedras preciosas, incluyendo valiosos zafiros, rubíes, amatistas y topacios, aunque la mayoría son aguamarinas de color azul claro y verde azulado. Están incrustadas en monturas de esmalte y oro.

Las piedras solían ser removibles y eran arrendadas especialmente para la coronación. No fue hasta el siglo XX cuando se incrustaron  de forma permanente.

La corona, que tiene más de 360 años de antigüedad, es el símbolo del poder absoluto y vitalicio.

En una república, nadie tiene coronita. Todos los gobernantes, del primero hasta el último, están de paso. Son una especie de inquilinos en los cargos que ocupan, cuyos mandados indefectiblemente se terminan.

Aún los presidentes o parlamentarios que son legitimados por el voto popular, pueden ser sujetos a remoción en situaciones extremas originadas en faltas graves o delictivas.

La renuncia de Raúl Sendic a la Vicepresidencia de la república es un claro ejemplo de cómo aún alguien legitimado por las urnas, puede verse obligado a abandonar su cargo.

Los miembros de los entes autónomos o servicios descentralizados pueden ser también destituidos por mayorías parlamentarias si se constata el incumplimiento de sus obligaciones.

Los que son más vulnerables son los ministros. Se trata de cargos eminentemente políticos que el Presidente de la República ocupa con personas que se supone tienen mayorías parlamentarias que aseguren su estabilidad.

Pueden ser cesados por el propio presidente, o por el parlamento en un complejo mecanismo de censura.

Por eso llama la atención el barullo que se armó cuando el presidente Lacalle Pou le pidió al líder de Cabildo Abierto, Manini Ríos,  que le proporcionara otro nombre distinto al de Irene Moreira  para ocupar el Ministerio de Vivienda.

Se sostuvo por parte de Manini que no había ninguna ilegalidad en la concesión que hizo Moreira de manera directa de una vivienda a una militante de Cabildo Abierto, sin seguir los procedimientos para la adjudicación de las mismas que posee el ministerio.

También llamó la atención que Moreira, después de que el presidente le pidiera dos veces su cargo, ofreciera horas más tarde una conferencia de prensa desde el propio ministerio para, mediante un comunicado, evaluar su gestión.

Uno puede comprender la reacción en caliente de Manini de conminar al presidente de la república por un hecho que afectaba a su propia esposa. También puede ser tolerante con la actitud de la ex ministra que señaló que “volvería a hacer lo mismo”, desafiando al primer mandatario.

Pero lo que no puede admitirse es la falta de ubicación institucional de ambos.

Los cargos de gobierno son pasajeros, pertenecen al soberano que es el pueblo. Y los ministerios, en particular, son designados o relevados por el Presidente de la República. Nadie los puede considerar una propiedad personal, ni familiar, ni partidaria,

Se trata de cargos políticos. Y nadie debe intimar al Presidente de la República a que acepte  respaldar decisiones de dudosa legalidad y que representan una manifestación de favoritismo o clientelismo que es necesario desterrar de la vida pública.

Ojalá las horas permitan que Manini y las autoridades de Cabildo Abierto puedan hacer una evaluación correcta de los acontecimientos, despojada del orgullo personal o de los afectos familiares.

Abandonar la coalición obviamente dañaría a esta, pero fundamentalmente le quitaría credibilidad a Cabildo que se vería obligado acompañar las posturas parlamentarias opositoras, palmo a palmo con el Frente Amplio.

Para sobrevivir en política hay que templar el ánimo, tener memoria corta y visión larga.

Y entender, republicanamente, que nadie tiene coronita.

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