Argentina: en la segunda de tres etapas
Fátima Barrutta
Para realizar el análisis de la situación política argentina, parece imprescindible desarrollarlo en tres etapas.
Primero, qué ocurrió entre las PASO, sus elecciones internas, y la campaña que culminó con el acto comicial del domingo pasado. De esto hablamos la semana anterior.
Hoy toca analizar los resultados, por cierto, inesperados, de esa cita con las urnas que convocó a los argentinos. En pocas semanas tendrá a lugar la tercera etapa, cuando nos enfrentemos al resultado del balotaje.
Lo del domingo pasado fue una sorpresa a nivel mundial.
La esperada elección en tercios mostró en cambio unos índices en escalera, que plantean intensas interrogantes sobre el futuro del país hermano.
El tercio mayor correspondió al candidato oficialista Sergio Massa, quien demostró una performance electoral muy superior a la esperada, en un contexto que vale la pena revisar.
El candidato oficialista usufructuó al máximo su condición de ministro de Economía, para ejecutar artificialmente un asistencialismo sustentado en las raleadas arcas del Estado y en la máquina de imprimir billetes.
Encontró una gran oportunidad en el discurso “motosierra” de Milei, ese que planteaba con franqueza -pero también exageración- que debía reducirse drásticamente el costo del Estado.
Como pasó con Uruguay en los 90, al influjo de una metáfora similar que utilizara Luis Alberto Lacalle Herrera, la promesa de recortar el Estado es atractiva para las fuerzas productivas de las que se extraen los recursos, pero no para una cantidad importante de personas y familias que viven de subsidios: desde la masa de empleados públicos hasta quienes perciben pasividades.
Massa vio la oportunidad de agitar el fantasma del recorte, poniendo como emblema áreas claves de promoción social (la educación y la salud), y le habló a esa gente de un mejoramiento del sistema económico sin recurrir al ajuste.
Obviamente no explicó cómo lo hará, entre otras razones porque eso sería inexplicable.
Pero si algo sabemos que crece en la práctica populista, es ese peculiar “desarrollismo mágico” que tan bien analizó Pedro Bordaberry en un libro en el que describía el desastre de Ancap durante la era frenteamplista.
Un poco al igual que los actuales dirigentes del Frente Amplio, tan apartados de la mesura y realismo de un Vázquez o un Astori, Sergio Massa prometió abatir la inflación y reducir la pobreza, en base a consignas generales, retóricas, con poco sustento en medidas concretas.
En su discurso triunfador del domingo, repitió muchas veces la palabra “abrazo”, se mostró contrario a una “grieta” que tanto Milei como Bullrich habían utilizado, en su insistente crítica a la corrupción prebendaria del kirchnerismo.
Pero por si esa estrategia -vacía pero efectiva- no hubiera sido suficiente, Massa tuvo el ingenio de separar su campaña del oficialismo kirchnerista.
¡Por momentos llegaba a mostrarse como opositor de su propio gobierno! Como si no hubiera sido él, al mando de la Economía, protagonista del desastre.
El doble rasero fue muy obvio, pero alcanzó para cautivar a más de un 35% de los votantes: Massa usó de su poder para sembrar medidas demagógicas, insustentables, y al mismo tiempo se mostró como una figura nueva y de unidad, separada del aparato político que le dio esas potestades indebidas.
En comparación con él, Milei quedó como un desafiante violento, exasperado. Y Bullrich como la tercera en discordia, que no supo encauzar para sí el voto de los descontentos con el statu quo y vio migrar muchos de ellos a un partido nuevo, conducido por un mesías muy teórico y de escasa experiencia política.
Así planteadas las cosas, los analistas internacionales han dicho con razón que hoy Argentina se debate “entre la ira y el miedo”.
La candidatura de Milei convoca a los enojados y la de Massa no atrae a los “conformes”, sino a los que se atemorizan por un cambio económico que puede llegar a afectarlos en el corto plazo, aunque claramente sacaría al país de su postración, en el largo.
Esa triste disyuntiva, donde hay más emociones que racionalidad, explica por ejemplo la reacción de dirigentes de la Unión Cívica Radical, que integran Juntos por el Cambio y hasta el domingo supuestamente habían votado a Bullrich.
Ahora se ponen en la vereda de enfrente de Milei y, aunque rechazan la idea de votar a Massa en el balotaje, esa invitación parece estar implícita en sus discursos airados contra el libertario.
Lo mismo Elisa Carrió.
El acuerdo electoral macrista que dio vida a Juntos por el Cambio parece estar crujiendo y a punto de despedazarse.
Esto no favorece a la política argentina en su conjunto, porque muestra a un movimiento de centro que se disuelve en beneficio de ambos extremos del espectro ideológico.
Siempre lo dijimos: lo que ha faltado en Argentina, a lo largo de su historia, ha sido Batllismo: una corriente ideológica sustentada en la justicia social pero también en un acendrado republicanismo, donde las ideas no se imponen por la prepotencia sino que se consolidan en el libre debate democrático, respetuoso y constructivo.
Hoy Argentina está lejos de sostener esa realidad, que para nosotros es cotidiana, gobierne quien gobierne.
Esperamos que el voto del 19 de noviembre ya no se fundamente ni en la ira ni en el miedo, sino en lo más importante: el análisis sereno, informado y justo de una realidad que golpea al querido pueblo hermano.