Política nacional

«Balancete de los 200 años»

Leonardo Guzmán.

«Los 200 años de la Declaratoria de la Independencia y los 100 años del Palacio Legislativo en este 25 de Agosto se celebraron con pompa y vigor por los órganos institucionales de la República, pero no tanto por las espontaneidades de la ciudadanía, distraída con la Nostalgia y el feriado largo. Se explica. Somos un pueblo que estaba habituado a las urnas desde mucho antes que fuera obligatorio votar, pero somos cada vez menos una plaza -un ágora- abierta a los sentimientos, los principios y los conceptos de la civilidad. El acostumbramiento al desfile nacional y mundial de malas noticias nos opacó y ahogó las rebeldías.

Nos rodea lo inhumano internacional y nos asedian los delitos domésticos, pero en las tribunas no se refleja la indignación que todo eso nos merece, porque se lo sotierra en el inconsciente personal y colectivo. Todo desfila y pasa: incluso si se trata de intercambios delictivos como los que protagonizaron los senadores Da Silva y Viera; e incluso si se trata de las blasfemias racistas que un renunciante osó descerrajarle a nuestro Canciller Mario Lubetkin (40 años atrás Justino Jiménez de Aréchaga dijo en Canal 10 que si se suprimía el duelo, en el Uruguay nadie iba a defender el honor. Tenía razón en eso y en mucho más.)

Un balancete a vuelapluma nos muestra hoy un país con el civismo distraído, el Estado de Derecho horadado, la filosofía refugiada en cenáculos y no popularizada según soñó Vaz Ferreira… Con miedo a las matemáticas como muy bien denuncia Markarian, sin cultivar literatura ni epistemología, pobres en lógica y ayunos en música culta, la Banda Oriental se nos despuebla en número de habitantes, se nos achica en calidad de las ideas que manejamos y se nos empobrece en imaginación creadora. Honrosamente garantida para todos está la libertad de pensar, pero la usamos a medias.

Supimos terminar en 1904 con las guerras civiles y apenas 12 años después, en 1916, supimos elegir una Constituyente que amalgamó discrepancias y forjó un Texto Magno que garantizaba a la iniciativa privada y a la naciente socialización; que separó al Estado de todo vínculo con la Iglesia Católica, pero afirmó los valores inmanentes de la personalidad humana; que amalgamó sueños, con fe de unos y otros en el espíritu personal y público.

Ni en democracia ni en dictaduras, nadie ha podido proponer una meta que supere a los ideales de justicia y libertad. Y sin embargo, los hemos dejado devaluar por abandonar la idealidad y someternos a la tiranía y la despersonalización de los datos y a las promesas de desarrollo material. Con todo lo cual, vaciamos a las instituciones de pasión por su finalidad y a las personas de su matriz valorativa, flotando todo en un relativismo inerte.

Hay mucho más, pero no cabe en este balancete, que es tal porque son apuntes de algunos rubros que deben dolernos como responsabilidad en lo que vendrá. Y es balancete, y no balance, porque 200 años son muchos pero no cierran ningún ejercicio ya que las naciones no clausuran el quehacer de su historia.

El Uruguay se construyó con miras y varas mucho más altas que las que hoy nos rigen, dominados, como estamos, por sabios informáticos y extremistas dementes que declaran dislates y llevan el mundo al caos. Si nos medimos con la grandeza del pasado, no volveremos a degradarnos como paisito ni a calcar figurines ajenos. Fundaremos una nueva fraternidad, no tanto por afinidad de intereses como por amor a ideales, de los cuales debemos ser reservorio y no tumba. Que eso le debemos al alma viva de la Declaratoria de la Independencia.»

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