Política nacional

La república vacilante

Julio María Sanguinetti

Hace veinte años Natalio Botana, maestro entre maestros, publicó un libro de conversaciones que se titulaba “La República vacilante”, con un subtítulo: “Entre la furia y la razón”.

En esa sabia charla, cita a Pellegrini, en 1906: “Pasan los años, cambian los actores, pero el drama y la tragedia son siempre los mismos. Nada se corrige y nada se olvida. Y las bonanzas halagadoras, como las conmociones destructoras, se suceden a intervalo regulares cual si obedecieran a leyes naturales”. Acababa de dejar la presidencia y junto a Roca habían montado aquella Argentina pujante, que hacía de Buenos Aires una suerte de capital imperial. Pese a todo, ya había desencanto y siempre daba lugar, como dice Botana, a las “corrientes regeneracionistas”, las que venían a limpiar la política de impurezas y vicios. En aquel momento fue Yrigoyen y luego, serían otros, no siempre democráticos, detrás del eclipse de cada apogeo.

Hoy estamos, una vez más, en algo parecido. El “corsi e ricorsi” entre inflación y debilitamiento del desarrollo, dijera Prebisch. A lo que agregamos una especie de montaña rusa en que el dólar marca la altura eufórica y la angustiosa bajada.

Estas PASO en Argentina son un episodio en esa línea. No definitivo felizmente, en cuanto solo se elegían candidatos. Fue entonces una gran encuesta, que, valga la paradoja, enterró a las encuestas… Una vez más, erraron feo. Se difundía una treintena de ellas, dos o tres por día en cada medio. Se hacían promedios de veinte. Ninguna advirtió la oleada de Milei. Lo mismo que había pasado en Paraguay, donde se anunciaba un inminente cambio histórico, con la posible derrota del Partido Colorado y terminó ganando con mayoría en las dos Cámaras legislativas. Nada distinto a lo que viene pasando desde el Brexit en Inglaterra, en 2016, en que tampoco anticiparon el resultado, pese a que el pronunciamiento era tan sencillo como un SÍ o un NO.

El voto a Milei es un grito de enojo. Igual al que se reveló en 2001 con un 25% de votos en blanco o anulados en la elección legislativa, preludio de la gran crisis de diciembre, con la caída del presidente de la Rúa y una sucesión de tres presidentes en poco más de un mes.

En aquel momento el “que se vayan todos” fue el coro de la multitud ante ciertas medidas económicas. Ahora es que “hay que acabar con la casta”.

La cuestión es lo que viene y esto le importa tanto a la Argentina como a nosotros, golpeados severamente por su debilitamiento monetario, que hunde al litoral uruguayo. Incluso más allá de nuestro “atraso cambiario” la realidad es que el PBI uruguayo per cápita es algo así como 30% mayor que el de los argentinos, lo que nos transforma en ricos, disparatada paradoja en la comparación con un país lleno de gente capaz e ilimitados recursos.

La incógnita ahora es qué ocurre de aquí a octubre. Difícil pronosticar, pero cuesta creer que el kirchnerismo gobernante pueda mejorar su votación, en medio del desastre inflacionario, la devaluación y el desabastecimiento.

En la otra punta está la aventura de Milei. Decimos “aventura” con toda propiedad: su programa maximalista, que comienza bombardeando el Banco Central, es inaplicable. Es una revolución que, en democracia, requeriría de una mayoría parlamentaria absoluta que no es pensable que obtenga, amén de los estallidos que puede generar. De llegar, o cambia su programa, defraudando a quienes votaron a un “redentor regeneracionista”, o se introduce en el mar de los sargazos de un país sacudido desde sus raíces. Hipótesis ambas de extrema peligrosidad. A la que se añade un preocupante tono mesiánico de rechazo a todo lo político, expresado con rabia, que no es tampoco garantía de convivencia cívica.

Esa aventura competirá con la propuesta del PRO y el Radicalismo, que representa ahora Patricia Bullrich. Es una mujer probada en la pelea dura de un ministerio de seguridad y una garantía republicana. Es honesta, íntegra y puede presentarse como una confiable administradora de tormentas. No otra cosa es lo que habrá de afrontarse: la tormenta del desbarajuste financiero, el endeudamiento irracional (en que el FMI es cómplice), un presupuesto preñado de prebendas y una espiral inflacionaria que ha dejado exhausta a la sufrida clase media. Una vez más, el peronismo, que “quiere” tanto a los pobres, los ha vuelto a multiplicar. Ahora hay más que nunca…

De aquí a octubre, confiamos en que este voto emocional del domingo abra espacio a una reflexión. También para Milei, que, aun no ganando, tendrá que definir si entra al sistema político o es su destructor.

Octubre no será una encuesta, que se contesta con el estado de ánimo del momento; tampoco, como las Paso, una elección interna de candidatos que a los dirigentes les apasiona y los ciudadanos aborrecen.

Ahora hay que elegir gobierno.

Como el título de Botana, la República “vacila”. Está entre “la furia y la razón”. Ésta precisa que se le añada el sentimiento esperanzador de que Argentina, una vez más, puede salir adelante, con rigor y tolerancia, con coraje para cambiar y superar los endémicos desequilibrios, con el esfuerzo que desprecian los demagogos y el espíritu constructivo de esos millones de ciudadanos trabajadores que, en el campo y la ciudad, en las aulas o los talleres, hicieron otrora de ese país una tierra de redención para los abandonados del mundo.

Compartir

Deja una respuesta