Política nacional

Ciudad Vieja, Ciudad Libre

Fátima Barrutta

¡Ya pasaron 50 años!

Un 9 de febrero  pero de 1973, tuvo lugar el verdadero golpe de estado que sumió al país en 13 años de dictadura.

Lo del 27 de junio fue el desalojo de las cámaras, pero la avanzada militar sobre la institucionalidad democrática se dio cinco meses antes, en aquel “febrero amargo” tan bien relatado por Amílcar Vasconcellos, que ya hemos comentado y glosado en esta columna.

Los frenteamplistas suelen señalar con dedo acusador a un puñado de colorados y blancos que avalaron la disolución de las cámaras. Pero no es casual que siempre pasen por alto que todos los dirigentes de izquierda de esa época -con la excepción del periodista y director del semanario Marcha, Carlos Quijano- aplaudieron irresponsablemente la sublevación militar del 9 de febrero.

El hecho es (o debería ser) por todos conocido y si no, alcanza con leer dos libros emblemáticos:

 “La agonía de una democracia” de Julio María Sanguinetti y “El pecado original. La izquierda y el golpe militar de febrero de 1973”, del periodista Alfonso Lessa.

Pero mi intención hoy no es asignar culpas y responsabilidades, sino rendir homenaje a uno de los uruguayos que en aquella oportunidad, siendo colorado y batllista, arriesgó su vida en defensa de la legalidad.

Me refiero al vicealmirante Juan José Zorrilla, que ejercía el mando de la única de las tres armas que se mantuvo fiel a la institucionalidad democrática, la Armada.

Es bueno que quienes creen ciegamente en las mentiras y tergiversaciones desparramadas por el Frente Amplio en los últimos lustros, se enteren de que en febrero, mientras los tupamaros negociaban con los militares en los cuarteles y los dirigentes del FA emitían declaraciones a favor del quiebre institucional, el vicealmirante Zorrilla tomó la decisión histórica de bloquear el acceso a la Ciudad Vieja con una hilera de ómnibus y atrincherarse allí con sus fuerzas, en defensa de las instituciones.

Con el Ejército y la Fuerza Aérea a favor del golpe, la batalla sería desigual, pero Zorrilla no dudó en poner su vida en juego para cumplir con el acatamiento a la Constitución que había jurado.

 Y solo la orden en contrario del presidente de entonces, Juan María Bordaberry, lo hizo desistir de una determinación ética que sin duda le hubiera costado la vida.

Por eso, en esa época aciaga se denominó a la Ciudad Vieja “Ciudad Libre”, un nombre hermoso que deberíamos evocar, al tiempo que homenajeamos a ese gran defensor de la legalidad.

Jorge Batlle fue encarcelado por los militares en octubre de 1972, por el supuesto delito de advertir públicamente que se venía un alzamiento castrense.

Amílcar Vasconcellos denunció la conspiración con valentía y acuñó la expresión “febrero amargo”, que quedó matrizada en la historia nacional.

Julio María Sanguinetti renunció a su cargo ministerial y se opuso a la dictadura desde el primer día, (hasta lograr él, en forma protagónica, su caída a través de la negociación y no del enfrentamiento armado, algunos años después).

Y el vicealmirante Zorrilla enalteció con su coraje la condición de militar.

Vaya si merecerá un monumento en la Ciudad Vieja, su maravillosa Ciudad Libre que todos debemos recordar y admirar.

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