Historia

Cuotas, ley, igualdad y libertad

Jorge Nelson Chagas

Anteanoche un amigo me reprochó amablemente que yo hubiese guardado silencio sobre el altercado que tuvieron el senador de Cabildo Abierto, Guillermo Domenech y la senadora herrerista Gloria Rodríguez por el proyecto de ley sobre paridad de género para los cargos electivos.  Mi amigo conoce la relación de aprecio y respeto mutuo que me une a la senadora Rodríguez por encima de cualquier diferencia ideológica y le extrañaba mucho que no hubiese escrito nada al respecto.

Le expliqué que no tengo por costumbre opinar, sobre todo, por la simple razón que no soy un sabelotodo. Pero hay otro motivo más profundo: la cuestión de las cuotas es profunda y compleja, con muchos matices.

La polémica sobre la paridad de género me hace recordar. y mucho, a la extensa discusión que se dio en EE.UU. – principalmente durante los años ’60- sobre las cuotas raciales. El senador conservador Barry Goldwater se oponía férreamente a cualquier norma jurídica que beneficiara a la población afrodescendiente. No por motivos racistas, sino porque argumentaba que “no se podía obligar por la fuerza a pensar a una persona como pienso yo”. Porque si se hiciera estaría vulnerando su libertad individual.  La libertad era un bien supremo.

¿Qué se debía hacer entonces ante situaciones notoriamente injustas? “Esperar que el alma humana cambie”, sostenía este senador. Era preferible aceptar injusticias durante un tiempo, a imponer por la fuerza de la ley soluciones que vulneraran los derechos de otros. Como, por ejemplo, enviar la Guardia Nacional a los estados sureños para proteger a los estudiantes negros que se inscribían en las Universidades. No significaba estar de acuerdo con el pensamiento de los racistas, sino concederles su derecho a pensar libremente.

Ahora bien, lo interesante de esta cuestión es que no se trataba solamente de que se debiera tolerar la discriminación y la segregación, sino también aceptar la invisibilización de hombres y mujeres por su color de piel. Por ejemplo, la negación que hubo un grupo de mujeres negras matemáticas que ayudaron a poner al primer hombre en la luna. Por ejemplo, la negación de los aviadores negros que se destacaron en la II Guerra Mundial.  

El problema de fondo es que Goldwater partía de un error: pensar que los prejuicios – sean de cualquier índole – obedecen a una racionalidad. Todo lo contrario. Al racista o al machista le importa un comino las aptitudes que tenga el “otro” (o la “otra”) e incluso si ese “otro” ha arriesgado la vida por la patria de la que él mismo es parte. La discriminación no sigue parámetros lógicos. Además, estaba una cuestión central: ¿cómo y cuándo cambia el alma humana?, ¿es algo que se da en forma natural, evolutiva, o hay que crear las condiciones para que eso suceda?, ¿exactamente cuánto tiempo deben esperar los sectores perjudicados?  Y la pregunta filosófica mayor: ¿la libertad de unos puede cercenar la libertad de otros?

En el caso particular de Uruguay el artículo ocho de la Constitución consagra el principio de igualdad, “no reconociéndose otra distinción, sino la de los talentos o las virtudes”.  No hay limitante de sexo ni de ninguna otra índole. Es más: los artículos noventa, y noventa y ocho de la carta magna son muy claros con respecto a que solamente la capacidad y la ausencia de impedimentos dirimentes son las condicionantes para integrar el Parlamento.

Con lógica jurídica se puede argumentar que la ley de cuotas viola la Constitución. Pero hay un problema: si aceptamos que la Constitución establece la igualdad más absoluta y es muy obvio que hay en Uruguay mujeres perfectamente capacitadas para ocupar cargos elegibles, ¿por qué las mujeres se sienten discriminadas…? La explicación es sencilla: porque pese a la Constitución existe un fuerte machismo en la clase política. Repito: el que discrimina no actúa sobre bases jurídicas, morales, científicas o históricas. Es absurdo apelar a la razón para comprender estos fenómenos cuyo origen es cultural.

El problema no es sencillo porque existe un argumento de peso en contra de la ley de cuotas (que puede ser aplicado no sólo al sexo sino también al color de piel): puede vulnerar derechos de terceros al causar el desplazamiento de varones de las listas de candidatos. ¿Cómo combatir al machismo pues…?

Si alguien espera que yo brinde una solución al tema, se va a desilusionar. No la tengo. 

Recuerdo que mi buen amigo Pablo Ney Ferreira (colorado, batllista y republicano) me decía que la democracia permitía la libre discusión de problemas complejos y a diferencia de los totalitarismos no pretendía resolverlos de una vez y para siempre, coercitivamente. Se discutía en libertad, se oían todos los argumentos y la mayoría – aún en el error – tomaba la decisión final.

No era algo perfecto, me decía mi amigo. Pero era superior a una tiranía aun cuando los fines de ésta fueran – o pretendieran ser- justos e igualitarios.

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