Política nacional

El caldero comenzaba a hervir

Jorge Leiranes

Con el inicio de la década de los 60, la violencia política comenzaba, con celeridad, a adueñarse de la capital, aquellas emboscadas en las que nadie parecía haber pensado antes, iban atrapando al país.

El extravío se iba acentuando, haciéndose cada vez más confuso “…el no siempre claro camino del deber”, [para decirlo con las palabras de Batlle y Ordoñez, cuando la Paz de Aceguá].

El caldero comenzaba a hervir, se encendían los ánimos y la ciudadanía comenzaba a salir de su letargo. Habían pasado casi treinta años de la muerte de Julio César Grauert cuando otra vez comenzaba a campear la violencia política en las calles.

Probablemente haya sido, Serafín Billoto Tamaneo -el humilde trabajador que participaba, el 10 de enero de 1961, de una manifestación contraria a la revolución cubana- la primera víctima de agresión política.

Según las crónicas, el sangriento incidente, en el que además, resultaron varios heridos graves, fue originado por “elementos comunistas que interceptaron la marcha, agrediendo con palos y tubos de hierro a los manifestantes”.

La policía actuante procedió a la detención de ocho de los atacantes, entre los cuales se encontraba el edil comunista Jaime G. Pérez, todos los que, al correr de las horas recobraron la libertad.

Tres semanas después, el 1º de febrero, otro trabajador Oscar Alonso Pombo, muere tras el atentado de miembros del sindicato tabacalero, por no acatar la medida de paro. Se encontraba Alonso descargando mercadería, junto a sus hijos [uno de ellos menor de edad], en un comercio ubicado en Avda. Italia y Anzani, cuando uno, de dos individuos que caminaban por la vereda, arrojó una bomba al interior del vehículo, provocándole la muerte. 

Más adelante, ese mismo año, el jueves 17 de agosto, fue ultimado en circunstancias muy confusas, el profesor de Historia, Arbelio Ramírez, luego de asistir al Paraninfo de la Universidad a escuchar la mjemorable disertación de Ernesto Che Guevara.

Circularon todo tipo de especulaciones respecto a quienes podían ser él o los homicidas. Ramírez había sido colaborador de EL DÍA y EL PAÍS, y hasta de la revista COMENTARIO editada por la embajada de EE UU. Incluso se conocieron testimonios de algunos participantes, que aseguraron reconocer a la víctima, como una de las personas que había reprobado pasajes de la oratoria.

Según el diario EL PAÍS, “luego de haber sido comunista, Ramírez, se había convertido en demócrata, por lo que había sido “señalado para el castigo”.                                                                                

El discurso premonitor

El discurso de Guevara había sido premonitorio de lo que podía pasar en el Uruguay. Con meridiana claridad les dijo a sus acólitos: “Ustedes tienen algo que hay que cuidar, que es, precisamente, la posibilidad de expresar sus ideas; la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir; la posibilidad, en fin, de ir creando esas condiciones que todos esperamos algún día se logren en América, para que podamos ser todos hermanos… Ya que no en todos los casos sucederá lo mismo, sin derramar sangre, sin que se produzca nada de lo que se produjo en Cuba, que es que, cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último”.

La primera víctima estudiantil

Pero nada ponía coto a la onda expansiva de la violencia, meses después el 5 de mayo del 62, se produce la primera víctima estudiantil [que en la actualidad, intencionalmente se excluye de la penosamente célebre lista de los estudiantes asesinados] Dora Isabel López de Orichio.

En la tarde de ese día, unos cien cañeros liderados por Sendic irrumpen en la Confederación Sindical del Uruguay [central sospechada de amarilla, por “priorizar la armonización de intereses de trabajadores y patrones”] mientras se desarrollaba una conferencia de prensa,  destrozando e incendiando el lugar. Durante la revuelta alguien efectuó un disparo que hirió mortalmente a la estudiante de enfermería -ajena a los hechos- que transitaba por la acera. La policía detuvo a 86 personas involucradas en el atentado, de las cuales 36 fueron procesadas, aunque no alcanzaron a estar una semana en prisión. El viernes siguiente era detenido Sendic en la capital sanducera, trasladado a la Jefatura de Montevideo, acusado de haber “encabezado el atentado”, siendo también, a los pocos días puesto en libertad.

Ese mismo 5 de mayo, él diario EL DÍA daba cuenta de graves incidentes registrados en la fábrica metalúrgica de Aizpurúa 2160, cuando “unos cuarenta obreros, pretendieron integrarse al trabajo -durante una jornada de paro- siendo obstaculizados por terceros y desatándose una refriega con un saldo de varios heridos”. En la tarde, el vespertino EL PLATA, daba cuenta de otra noticia preocupante: la embajada soviética había pretendido introducir en el país –en cajones rotulados como “objetos de arte”- discos grabados, películas, válvulas de radio, propaganda soviética y, los más extraño y perturbador, varias máscaras antigases para uso en conflictos bélicos.

Consultados, los funcionarios diplomáticos, sobre el uso que pensaban dar a dichos dispositivos, la respuesta fue, “para  la práctica de deportes náuticos”. Evidentemente,  no servían para ser aplicados en el agua; definitivamente, ese no era el destino que se les pensaba dar, lo cual motivaba más intranquilidad a las autoridades.

Simultáneamente, la escalada de violencia seguía su curso, y como es bien sabido que “violencia engendra violencia”, llegó la hora en que las “acciones” produjeron “reacciones”. Unas tan criminales, injustas y devastadoras como las “primeras piedras”.

Octavio Raúl Piriz Cela, un bebé de tan sólo cinco meses, era víctima de cinco mentes asesinas, el 11 de setiembre del malhadado año 62. Hijo de los caseros del club seccional comunista de Yí 1614, murió devorado por las llamas de un incendio originado por el ataque de varios cócteles molotov lanzado por jóvenes radicales de derecha.

Se había ingresado en un ciclo brutal, y las palabras pronunciadas -en esos mismos días, y ampliamente difundidas- por el pastor Martín Luther King, pasaban desapercibidas para los radicales, cegados por el odio.

Había dicho el celebrado activista de los derechos civiles:

“El hombre nació en la barbarie, cuando matar a su semejante era una condición normal de la existencia. Se le otorgó una conciencia. Y ahora ha llegado el día en que la violencia hacia otro ser humano, debe volverse tan aborrecible como comer la carne de otro”

Fragmentos de La Conjura de Cándido y Tartufo [Edición en desarrollo]. 

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