El Edil, el voto, la dignidad y la razón
César García Acosta
“Lo que es, no siempre es lo que ves”, sentencia Pedro Guerra, un cantautor español originario de Canarias, que en sus decires encierra una gran verdad sólo posible de concebir a partir de unrelativo imaginario poético: todos estamos “llenos de puertas… unas cerradas y otras abiertas”.
En definitiva, eso es la vida.
En política pocas veces advertimos lo trascendente, -por eso las cosas suceden tan agresivas en twitter-, donde el ruido de lo circunstancial logra transformarse en el sendero de la vida, mientras se deambula por la sinrazón, dejando atrás a la pasión vital de la ideología y del mundo de las ideas.
Este episodio del edil de Canelones (a quien exprofeso prefiero no ponerle ni nombre ni apellido), nos interpela del modo más angustiante sobre la significación de la representación política.
Tan incongruente han sido las actitudes de muchos actores políticos por estas horas, que con la evidencia del voto interesado, dejaron al costado al personaje protagonista de estos hechos, librando a las fieras (como si se tratara de un circo romano), a un hombre que si bien pudo haber conseguido algo para él (hasta hora situación incierta) sólo reclamó las necesidades de una comunidad a la que pertenecía más allá de su propio partido político.
Mientras los blancos del Honorable Directorio lanzaron su dedo acusador, cuasi fiscal, contra el curul canario, la candidata autoimpuesta como la municipalista salvadora de todos los montevideanos (incluidos los colorados a quienes jamás nos pidieron la más mínima opinión), deslizó pretender negociar el tan mentado préstamo del BID, que necesita la Intendenta Carolina Cosse, para su salvataje financiero, bajo la condición de saneamiento para algunos barrios de la periferia de la ciudad capital del país.
¿Y eso cómo se llama? ¿Negociación por lo alto? ¿Negociación de alcurnia?, porque en los hechos estamos ante la misma estrategia de negociación de votos. ¿O el juego político de alto nivel depende de los actores del juego y no de los que votó la gente?
Y convengamos que estas cosas nos pasaron también a los colorados: recuerdo en 1986 transitar los pasillos de la Junta Departamental, que momentáneamente y por las obras edilicias de refacción del Palacio Gómez en la Ciudad Vieja, funcionaba en los altos del edificio del Banco de Seguros, en avenida de Libertador, y presenciar una reunión de última hora, al borde de una votación en la Junta, donde se negoció la creación y el primer presupuesto del Departamento de Cultura de Montevideo. En aquellos años pesaba sobre ese proyecto cultural la negativa de los colorados más radicales, contándose con los votos de algunos frenteamplistas. Desde uno y otro lado se negociaron pases libres para el transporte en ómnibus, hasta cargos futuros en la estructura municipal que se creaba.
Y no fue el único caso. Ya con el Frente Amplio en el Gobierno, y en el marco del debate por la “tarifa de saneamiento” (la misma que hoy pagando todos los montevideanos sobre la base de tanta agua consumida, es tanta agua desechada y por lo tanto tributada, para mantener la red de saneamiento), los blancos –aunque de la capital- dieron su voto “negociando” no un saneamiento alternativo, sino la existencia de un Defensor del Vecino de Montevideo, que como antesala del Instituto de Derechos Humanos, paradójicamente hoy critican de modo desentonado cuando un fallo les resulta adverso.
La verdad es que presenciar estos debates desafinados, desanima. A mí me pasa que es como ver la tapa de un libro que añoro (por lo que quise ser), que cuando se me cruza otro nuevo, se me despiertan más motivaciones que aquél que creía que era mi vida.
Lo cierto es que el tiempo pasa, los años se vienen encima y todo lo que creíamos importante no es más que una historia cargada muy puntual de un ayer que, aunque quisimos mucho, sucedió en otro momento y en otro lugar.
Tenemos que dejar ir algunas cosas para que otras, las que quedan por venir, lleguen sin los errores del pasado.
Es algo así como enamorarse de un río; el agua pasa sólo una vez entre nosotros; después vendrá otra que aunque con su misma utilidad vital, no es la misma. La sed se calmará, pero el sabor depende del momento, tanto como el texto al contexto.
Proyectos como el del “Defensor del Vecino” que los blancos en los años noventa veían como una alternativa para el saneamiento, no fue más que lun idea nunca concretada de autoría n o de ellos, sino del Dr. Hugo Batalla en sus años de Edil. Sin embargo, la defensoría y el saneamiento tienen en la capital del país el signo amargo de una negociación entre bambalinas.
El Intendente Carmelo Vidalín fue honesto: en política no hay quien no negocie, y eso no habla mal de los Ediles sino a favor de la democracia, aunque algunos políticos del siglo XXI, más afines al twitter que al debate parlamentario, como si fueran `Catón el Censor´, hayan preferido la desacreditación a la política estructurada, que reafirma que una obra que usarán varias generaciones, debe ser pagada también por varias generaciones.
En los comienzos del siglo XX, el “Gran Hotel Nacional”, fue un ejemplo de esto. La emblemática estructura edilicia emplazada sobre la bahía del puerto de Montevideo, que por años fue la estampa de la ciudad cuando se venía en barco, y que dejó de serlo cuando la playa de contenedores se le antepuso, se construyó sobre esta misma idea: la de la negociación parlamentaria, el endeudamiento intergeneracional mediante impuestos, y las reglas del mercado. Del mismo modo Emilio Reus levantó en aquella época los barrios del norte (barrio de los judíos), y del Sur (barrio Ansina).
En todos los casos, inexorablemente, hubo votos legítimamente negociados, que no fueron bastardeados por una horda política que ante la jugada del Intendente de Canelones, dejo al descubierto y en evidencia, que las grandes votaciones no son sinónimo de consensos absolutos, sino de intereses sociales concretos.
Cuidar al edil “desertor” debió haber sido una cuestión de sensatez que jamás debió pagarse con el reproche encarnizado y agraviante, sencillamente porque el Edil estaba negociando con su voto lo que le asignó la Constitución.
Censurar ese voto resultó una censura a la democracia.
La República impone a los políticos de todos los estamentos un nivel que quedó muy disimulado en estos episodios.
A estas alturas, si bien se impone una ley reguladora de los fideicomisos de obras en las Intendencias, para que no queden sus Intendentes sometidos a una presión indebida, los partidos políticos que un departamento son oposición y en otro oficialismo, también deberían reflexionar sobre la incongruencias de “prender el señalero para la izquierda y doblar para la derecha”, que asumen según sean en su territorio, gobierno u oposición.