Editorial

La encrucijada de estar informados

César García Acosta

Cuestionar a un periodista no aporta a la construcción profesional ni a la institucionalidad del país. En Uruguay si bien se forma comunicadores profesionales para los distintos rangos de esta actividad, ni la Universidad ni los periodistas se han animado a poner reglas a su desempeño. Esta profesión que se imparte en el sistema universitario no exige título habilitante para ejercerla. Tampoco hay una carta ética para su desempeño liberal como profesión. Dicho esto, resulta claro que, en definitiva, todo queda supeditado al de “texto y al contexto” de lo que se hace o se dice, y su realidad estará siempre más ligada a la construcción del medio que la viabiliza, que a la responsabilidad individual del periodista. En democracia la defensa de esta actividad se fundamenta en diversos principios: el de la división del poder, la igualdad o el respeto a los derechos fundamentales. Y por ahí, precisamente, pasan las encrucijadas profesionales del medio, del periodista y, por que no, de la política como sistema de cohabitación social. Si todo es periodismo -todo vale-, y no es así. La incidencia de los medios, incluso hasta las redes sociales devenidas en medios, son factores que tallan perfiles y crean la necesidad y la satisfacción social de las necesidades, al punto de que, con su hacer o no hacer, pueden poner a tal o cual en el sillón presidencial del país del tanto nos orgullecemos como demócratas. Por eso lo del título resulta válido: la encrucijada es estar informados.

Apenas estas referencias bastan para hacernos a la idea e la complejidad que supone la entrevista que anoche hizo el programa Santo y Seña al narcotraficante Sebastián Marset, para que contara “su verdad”, con el subyacente fin de abrir las puertas imaginarias de la opinión pública a todas las opciones con el objetivo de lograr información -datos o dichos- que puedan servir a la sociedad para formarse opinión en el marco de sus decisiones individuales.

Y cuando el escenario es de tanta apertura -al ciudadano común, no al comunicador formado o vocacional- lo que le viene en suerte es ser portador de una especie de corona para hacer lo que sea en el marco del logro de sus objetivos; es decir, comunicar, si más ataduras que ofrecer al otro lo que se tiene por el solo hecho de no tenerlo. Y la materia de intercambio es y será siempre un hecho real o perspectiva que depende de la mirada de cada uno construirá a futuro nuestro instrumento para tomar decisiones.

En este contexto quien opina -por solo hecho de hacerlo- no transforma a su actividad en periodismo-, ni el que viabiliza esa realidad -como receptor primario de un mensaje- no ejerce en sí mismo el periodismo.

Del modo en que quiera mirarse la emisión del contenido del programa Santo y Seña de ayer, como el rol jugado por la periodista Patricia Martín, su actividad fue claramente periodística y profesionalmente despojada de un interés individual o político.

Los dichos de Marset si bien como opinó la periodista en la contextualización de su trabajo, fue como la de un joven uruguayo cualquiera, en los hechos, no fue así. Se trató de un mercader que, ejerciendo un acto de comercio ilícito, aplicó todo su poder desde las sombras de la libertad, para tener la voz que generalmente no tienen quienes infringen las leyes.

Y justo es decir que la periodista, incluso a Marcet, lo señaló siempre como “el narcotraficante”, y que él mismo se reconoció como alguien que trafica una mercadería que no consume. Es más, criticó la venta de la marihuana legal en Uruguay y se despachó sobre su idea política sobre quien debe juzgarlo, en qué contexto y por qué razones.

Inevitablemente este montaje derivó en la conceptualización de la comunicación pública y la comunicación política: si bien ambas construyen democracia, resulta arriesgado sostener que cuando lo dominante en el paradigma actual de la comunicación, sea cual sea su vertiente, deja de asociársela al mundo de la forma, de lo superficial y de lo aparente, que a la exploración de los procesos que apuestan a la construcción de la democracia, la intención puede verse sujeta como un proceso necesario más del narcotraficante que de la sociedad en saber y conocer qué es lo que él piensa sobre la política y los políticos uruguayos.

Por eso la noción de comunicación requiere de su acercamiento etimológico: proviene del latín `comunicare´, que significa hacer común, y la significación que es coherente con la definición de la Real Academia Española, la define diciendo que “comunicar es hacer a otro partícipe de lo que uno tiene”, por lo que, en esa misma dirección, “la comunicación es la acción y el efecto de comunicar o comunicarse”. Pero, más que acción y efecto, la comunicación implica intercambio de sentidos; es un campo interdisciplinar de encrucijadas.

Y la encrucijada en este caso reveló que la entrevista lejos de haber sido realizada en libertad ocurrió en un contexto de riesgos consentidos los que también deben ser considerados cuando luego de consumir ese producto periodístico, lo que nos deja no es nada nuevo de lo que ya se conocía.

Si la encrucijada es la verdad, lejos estamos de ellas hoy -quienes vimos la nota con expectativas como los que no la vieron- de poder desentrañar la verdad material de la entrega de un pasaporte que le habilitó algún tiempo más en esa libertad tutelada de la que goza Sebastián Marset en la construcción de su propio imaginario.

Los profesores de derecho penal siempre dicen a sus alumnos cuando estos asisten en sus prácticas a los presidios en el marco de su formación: todos los que están presos van a decir siempre que son inocentes.

Esa es la encrucijada y el hacer o no hacer de un periodista, precisamente, pasa por dirimir con exactitud este principio.

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