Política nacional

El infierno no son los otros

Ricardo J. Lombardo

Como buen existencialista, Jean Paul Sartre creía que el hombre se hace a sí mismo y que la mirada de los demás lo desestabiliza.

“El infierno son los demás”, escribió en A Puerta Cerrada, su pieza teatral para un acto.

Aunque a esta altura su pensamiento ha caído en un alto grado de obsolescencia, la intolerancia del mismo ayudó a marcar a generaciones enteras que se creían dueñas de la verdad y quisieron imponerla a los demás de todas las formas.

Sin embargo, por estos tiempos parece renacer la bipolaridad por todos lados. Nosotros y ellos, los buenos y los malos, los vivos y los bobos…el cielo y el infierno

Me pregunto a menudo si este no es un instrumento de dominación de nuestras consciencias que, perezosas de razonar, se sienten más cómodas embarcándose en esos camiones de ganado que tienen un destino marcado de antemano, en lugar de asumir los riesgos de la incertidumbre y la especulación para analizar  qué es realmente bueno y qué es malo.

Basta con recorrer las redes para identificar el alineamiento con toda precisión.

Uno podría apostar previamente qué va a opinar tal o cual internauta sobre un hecho cualquiera.

Hoy ya se sabe quién festejará el resultado del plebiscito chileno y quién lo aborrecerá; quién creerá que el atentado a CFK fue una farsa o una conspiración para asesinarla.

Es como saber a priori quién festejará el resultado del clásico y quién lo lamentará.

El  Homo Sapiens (el Hombre Sabio), que se distinguió de las demás especies por su capacidad de pensar, parece estar experimentando una regresión hacia el Hombre Que Pensaba.

Por eso a menudo quedo ahíto  de Facebook y Twitter. Aunque en realidad esos instrumentos de la tecnología lo único que han hecho es desnudarnos frente a los demás y vomitar las cosas que ya antes creíamos pero no teníamos  forma de expresarlas.

El infierno no son los otros como creía Sartre. El infierno  somos cada uno de nosotros mismos y nuestra terca vocación por no utilizar el cerebro para pensar y tratar de construir nuestra convivencia, en lugar de solo pergeñar originalidades para alimentar nuestro ego, provocar el disgusto de  los demás y  ahondar la grieta que como un cráter gigantesco vamos abriendo día a día.

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