Editorial

El nuevo frentista

“Lo único constante en la vida es el cambio” – Heráclito 

Lo gubernamental y la academia se enfrentan a los mismos desafíos ue los políticos a la hora de las postulaciones.

La realidad, como parámetro ineludible para entenderla, pone de relieve el índice de sus fracasos, al igual que lo hacen las empresas de mayor porte. Los unos y los otros tienden a identificar los momentos de cambios, a vislumbrar cómo incidirá sobre un producto la apertura de nuevos  mercados, el mismísimo desarrollo de nuevos productos, y hasta el relevo generacional o la iliquidez o la  insolvencia, entre otros muchos factores de la lógica del cambio.

Todos estos procesos que no son uno, sino muchos, son portadores de un gran carisma e inexorablemente están ligados a las dificultades de los procesos de  transformación que son quienes pueden asegurarles su tiempo de vida. 

El cambio siempre es complejo y también traumático. Quizá por eso las empresas y las personas, entre ellos, los políticos, no aprenden a transformarse y eso los condena a  desaparecer o al menos a debilitarse en tanto ecosistemas de negocios o de plataforma política. Es esencial que las organizaciones integren la disciplina de la transformación en sus modelos, porque solo de esta forma podrán adecuarse a  las más drásticas y cambiantes realidades de su entorno para proyectarse al futuro. 

Es sabido que los momentos de crisis son oportunidades para aprender del pasado y  fortalecernos en el presente de cara al futuro. Para crear y  gestionar segundas oportunidades y construir el futuro que queremos, debemos poder adaptarnos de  manera efectiva a la longevidad empresarial, cultural, social y hasta política.

Si proyectamos estas ideas podremos recibir como enseñanza la sinrazón de la improvisación que se observa en los partidos políticos fundacionales del Uruguay, en favor de la dinámica autorenovadora del Frente Amplio como opción que adquirió los estilos e idiosincrasias de blancos y colorados, tanto en sentimientos, figuras, estereotipos, valores y organizaciones.

Ante la pregunta de: ¿cómo vemos al Frente Amplio de la segunda década del siglo XXI?, la respuesta que surge no es otra que estancarse a la orilla de los cambios y de la transformación de sus figuras. La reivindicación incondicional de los valores intrínsecos a cada partido, parecen brillar por su ausencia, y la empatía hacia el compañero, desafío de antaño, más que un valor es una rémora solo asociada a la diversidad y a la pérdida del consenso en las decisiones. El instrumento de gestión para reivindicar estas formas no es otro que el ejercicio de escribir n programa de gobierno a cada rato y en cada momento político entendido como importante a la hora de las divergencias.

¿Cuánto de esto practican los socios de la coalición republicana o multicolor? ¿Cuánto se toleran cabildantes radicales y blancos de derecha? Y ¿Cuánto ha aportado el Partido Colorado con su batllismo a cuestas, en aras de una identidad  muchas veces denunciada como perdida?

Ni el poncho de Saravia, ni el sobretodo de Don Pepe Batlle, parecen estar a tono para alcanzar la motivación del sano romanticismo y utopía que debería existir, y que es tan necesario para convencer el voto de quien con mucho escepticismo, parece estar inmóvil ante las candidaturas que empiezan a quedar en evidencia.

El desafío para que la gente renueve un apoyo a la coalición republicana pasará, no se tenga la menor duda, por la certidumbre de sus procesos y la voluntad por acordar un programa que no los deje en falsa escuadra ante temas tan evidentes como los derechos humanos, la salud, o el endeudamiento familiar.

Asumir el cambio, como sostenía Heráclito, es la única certeza de lo que vendrá. El nuevo frentista adopta estas circunstancias como las máximas de su ideario. Saben recordar más y mejor nuestros postulados, que por nuestros, son la esencia del sentimiento uruguayo.

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