Hay que alinear a la coalición
César García Acosta
Ahora mismo está circulando en las redes sociales un video de las jornadas que habitualmente hace el semanario BÚSQUEDA, sobre temas de actualidad: esta vez le tocó el turno a quién resultaría triunfador si las elecciones fueran hoy. En un pasaje del video Rafael Porzkansky de la consultora OPCIÓN, sin ambages, vaticinó que, en un escenario de paridad electoral entre las coaliciones, el ganador sería el Frente Amplio debido a la fidelidad del 100% de sus votantes para lo que sea que se les proponga. En buen romance, es tal el nivel de sistematización en el componente del fanatismo para la coalición de izquierdas, que nada hará que alteren sus preferencias electorales. Y vale decir que, en oposición a este rasgo, en la coalición republicana, es diametralmente opuesta esta conducta social: un importante número de sus votantes cambiarían de opción si vislumbran propuestas alternativas a las suyas que podrían satisfacerles. Concomitantemente el economista Pablo Rosselli en el programa radical EN PERSPECTIVA, de radio Mundo, hizo una fuerte intervención pública sobre otro ángulo de este mismo tema, y no dudo en sostener el dilema que habrá ante la disyuntiva de firmar para que haya una consulta popular para introducir a la Constitución mejores jubilaciones y mejores condiciones para el acceso al crédito. De ser así, informar será sinónimo de “formar en política”, y de explicar mejor en la antesala de los comicios, cómo concretar mejor una ilusión. Indefectiblemente todo pasará por la verdad de una correcta “analítica de datos”, y por las propuestas políticas.
La analítica de datos (data analytics), al menos en su definición etimológica, “consiste en analizar un conjunto de datos para obtener una visión global y las tendencias de los datos analizados. Los datos que se analizan son brutos para poder sacar una conclusión de ellos que no esté `contaminada´.”
Vayamos primero a la posición de Rosselli sobre los proyectos en danza sobre consultas populares para reforma la Constitución: “… me parece importante comenzar compartiendo una reflexión general… Hace un par de semanas analizábamos el proyecto de reforma constitucional de Cabildo Abierto, que procura regular diversos aspectos del funcionamiento del mercado de crédito, y decíamos que era una muy mala idea introducir regulaciones de índole legislativa en la Constitución, porque la Constitución es muy difícil de cambiar y debe utilizarse para establecer las grandes reglas del ordenamiento jurídico.”
Explicaba este economista sobre los efectos reformistas que, “en Uruguay nos estamos acostumbrando a tratar de resolver discrepancias políticas con reformas constitucionales. La misma apreciación vale para este proyecto de reforma (jubilaciones). Una cosa es que la Constitución establezca principios generales que garanticen derechos, por ejemplo, el derecho a percibir jubilaciones o pensiones adecuadas (como ya establece el artículo 67) y otra cosa es establecer en la Constitución asuntos absolutamente instrumentales, como una edad mínima de retiro. Pensemos que establecer una edad mínima de 60 o 63 o 65 años puede tener impactos económico-financieros muy importantes. Entonces tenemos que preguntarnos si realmente es una cuestión de principios que la edad mínima sea de 60 años. A fin de cuentas, 60 años es un límite arbitrario… y, de hecho, mucha gente en Uruguay se jubila más tarde (por voluntad o por necesidad).”
Y entre análisis y opiniones, Rosselli argumenta que: “en este caso, en mi opinión, tenemos un agravante. La Constitución establece que las leyes que definen asuntos tributarios y de seguridad social no pueden someterse a referéndum. El constituyente anticipó que los mecanismos de democracia directa son complejos cuando se trata de tributos o seguridad social. ¿Quién podría votar en contra de tener menos impuestos y más jubilaciones?”
Hasta aquí nada parece políticamente incorrecto.
Pero a la hora de la evidencia sobre las consecuencias políticas, Rosselli retoma el verdadero sentido de las campañas que vendrán y de las opciones que habrán de tomarse, y dice: “esta iniciativa de reforma constitucional está “estirando”, si se permite el término, el uso de los mecanismos de democracia directa, que en los hechos se utiliza para derogar una ley. Y pone al electorado a tener que elegir, por ejemplo, si se quiere fijar una edad mínima de 60 años sin decir cómo se va a pagar y quién va a pagar esa disposición. Si se aprueba la reforma, el Estado deberá obtener recursos de algún lado para solventar el mayor gasto de seguridad social. ¿Podemos decidir que 60 años debe ser la edad mínima sin saber sobre quién y de qué modo recaerá el costo de esa medida?”
Y su conclusión es más dramática que su planteamiento motivacional: “En fin, lo mismo que decíamos para el proyecto de reforma de Cabildo Abierto: es una muy mala idea introducir estos asuntos en la Constitución.”
Porzecanky nos mostró el juego que se está dando en la antesala del proceso comicial de 2024, y Rosselli nos ofreció un eventual resultado.
Personalmente, no puedo olvidar lo que decía casi empecinadamente Enrique Tarigo sobre las reformas constitucionales: “… parafraseando a Aréchaga sobre la reforma de la Carta de 1942, podemos decir que, un sistema de instituciones tiene siempre un alma y un espíritu, y ningún sistema de instituciones funciona bien en cuanto los hombres llamados a ejercer el poder no comprendan con exactitud cuál es el alma de ese sistema. Todo sistema democrático a base de partidos requiere de los partidos de la oposición que no confundan el ejercicio del contralor bien intencionado sobre los actos de gobierno, con el escándalo sistemático que compromete el prestigio de las instituciones”.
Tomando las tres reflexiones: la del politólogo Porzecansky, la del economista Rosselli y la visión histórica de Tarigo, ante tanto bullicio reformistas de la Carta Magna, los colorados -y fundamentalmente los batllistas- debemos reflexionar mucho sobre los programas políticos de los comicios que vendrán, porque allí se ofrecerán opciones que más que promesas electorales con sus virtudes y defectos, no pueden ni deben traspasar la línea de la verdad posible. De no ser así, habrá decepción del presente, sobrecarga sobre el futuro, y deslealtad en la competencia. Y convengamos que esa es la manera más simple de ganar votos: la habilitación de la utopía, y como decía André Bretton, el padre del surrealismo: “seamos realistas, pidamos lo imposible.”