Culturales

IDA VITALE: «ESA PAJARITA RARA»

Hugo Machín Fajardo

La poeta uruguaya Ida Vitale cumplió 100 años en este noviembre. Cuando obtuvo el Premio Cervantes 2018 la revista literaria colombiana La Musa Sonámbula me encomendó un perfil de Vitale que hoy reproduzco como tributo a esa excepcional poeta a quien la vida le ha concedido ser reconocida en tiempo justo. 

«Éramos testigos mudos», evoca Ida Vitale (1923), «en aquellas reuniones en que los hombres hablaban de sus textos, sus novelas publicadas, sus cuentos por publicar, sus poemas».

Eran mujeres del medio siglo, con voto sí, pero sin voz casi, en un mundo eminentemente masculino.

Son recuerdos de su interacción con la Generación del 45 de Uruguay, un extraordinario movimiento intelectual y literario que fue un parteaguas en la historia cultural del país de José Enrique Rodó. Lo contó una noche de setiembre de 2017, en la Feria del Libro de Montevideo, durante la presentación de «El milagro como norma», libro de su entrañable amiga, María Inés Silva Vila (1926 – 1991), también integrante de aquel grupo encabezado por Juan Carlos Onetti, junto a Felisberto Hernández, Ángel Rama- quien sería el primer esposo de Ida Vitale, y padre de sus dos hijos, Amparo y Claudio-; Mario Benedetti, Idea Vilariño, Armonía Somers, Amanda Berenguer, la española Margarita Xirgú, Carlos

Real de Azúa, Emir Rodríguez Monegal, Carlos Martínez Moreno, Mario Arregui, José Pedro Díaz, Amanda Berenguer, Tola Invernizzi, Líber Falco, Juan Cunha, Manuel «Maneco» Flores Mora, Hugo Balzo, el argentino-uruguayo Manuel Claps, entre otros. Unos más, otros menos consagrados en el parnaso oriental (uruguayo) como primera etapa antes del reconocimiento bonaerense que luego otorgaba o no, el título de maestro.

«Envidiábamos a María Inés, que podía estar en un café hasta la hora que fuera, porque su esposo, Carlos Maggi, formaba parte del grupo», añade.

Hubiera sido necesaria la audacia de Blanca Luz Brum, una adelantada a su época que en los años treinta, por entonces casada con el poeta peruano Juan Parra del Riego, se entreveraba en las tertulias absolutamente masculinas del café Tupí-Nambá, ubicado frente al Teatro Solís de Montevideo.

Esa amiga de Ida Vitale, María Inés Silva Vila, aporta otra mirada referida a quienes frecuentaban el café Libertad o el Metro, ambos situados en el centro montevideano, cuando el centro urbano realmente cumplía su función de integrar los diferentes barrios capitalinos:

«Eran insoportables y fascinantes. O así me parecieron en mi primera visita al Metro, en el verano del 45. El café quedaba en la rinconada de la Plaza Libertad y en noches como esa adelantaba mesitas en la vereda” […] “Con libertad no ofendo ni público” (*) les decía burlón Onetti (que ya tenía en su haber El Pozo, Tierra de nadie y Para esta noche) aludiendo a la peña igualmente improductiva del café Libertad.

Para Silva Vila esos torneos verbales y alardes intelectuales de promitentes escritores constituían «Todo un despliegue de machismo intelectual que, si mal no recuerdo, irritó un poco mi susceptibilidad femenina y feminista.

Me senté porque iba en compañía de uno de ellos —Maggi— y me senté en la mesa encarnando por primera vez mi papel de espectadora que es el que siempre he tenido en la generación

del 45.», escribiría en 1993.

En los sesenta, otro legendario café montevideano, el Sorocabana, sería el puerto de recalada de esos hacedores de cultura, entre los que en alguna noche estival se lo veía a Rafael Alberti. «El café es el dulce hogar para aquellos para los que el dulce hogar es un horror», decía Alfred Polgar (1875-1955) refiriéndose al Café Central de la Viena de los años locos.

Entonces, confiesa Ida Vitale, para acceder a tertulia privada, «algunos jueves preparábamos unos fideos aguachentos e invitábamos a aquellos que para nosotras eran monstruos» y

el living se transformaba en el ámbito disfrutable que les vedaba el espacio público de la época. «Onetti, para fumar, sacaba la cabeza hacia el pozo de aire de mi apartamento», rememora -y tuerce el cuello frágil hacia su derecha, esa señora delgadita, de 94 años-, siempre con su tono amable, casi como excusándose por el buen humor con que se dirige al público.

De ese tiempo, afablemente evocado, es «La luz de esta memoria» (1949), impreso en La Galatea, imprenta artesanal montevideana del matrimonio de los escritores José Pedro Díaz y Amanda Berenguer.

Sin embargo, por entonces Ida Vitale ya tenía una relación epistolar con Juan Ramón Jiménez; -junto a quien posa para una fotografía ya clásica que nuclea a parte de esa Generación del 45- y un vínculo más personalizado con José Bergamín, republicano español exilado por esos años en una Montevideo generosa para con los perseguidos por el franquismo.

Bergamín dictó cátedra en la Facultad de Humanidades, donde también Rama y Díaz fueron discípulos suyos. En esa Facultad ella coeditó la revista Clinamen.

A Jiménez y Bergamín, siempre les ha considerado sus maestros, sin dejar de mencionar a Antonio Machado, Luis Cernuda y García

Lorca, sobre el que le dijo al periodista uruguayo Gerardo Carrasco que le gustaba especialmente la última etapa de su trunca carrera, y muy especialmente el poemario Diván del Tamarit, publicado luego de la muerte del autor. “Y me hubiera gustado sin duda más el que no fue, nadie sabe para qué lado iba Lorca, pero evidentemente no era el Romancero Gitano».

«Dime qué lees y te diré quién eres» le hubiera dicho García Lorca de haberse conocido cuando el granadino pasó por Uruguay.

Ella leyó y releyó a los españoles. Y a los grandes poetas americanos como Neruda, Delmira Agustini, Cesar Vallejo y Gabriela Mistral, dijo el año pasado en Buenos Aires, donde recibió sendos homenajes. En abril inauguró el XIII Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires en la Feria del Libro de la capital argentina; y en junio fue invitada de honor del Festival internacional de Poesía celebrado en el Centro Cultural Kirchner (CCK).

En realidad, su primer título para el que aplicó desde niña fue el de magnífica lectora.

«Ser una buena lectora ha sido mi mayor aporte. No quiero tener otro título, por lo menos para mí ese es el más importante», dijo a Radio Carve de Montevideo, cuando supo que había obtenido el Premio Cervantes 2018, que dedicó a su esposo fallecido.

El título de lectora se lo ganó en la casa familiar, donde no había textos de poesía, pero sí una abuela instándola a conocer el diccionario. Le sugirió que cada día aprendiera el significado de una nueva palabra; y una tía le pedía que una vez por semana les quitara el polvo a los libros de la biblioteca familiar.

Recibirse de lectora es un reconocimiento que a muchos puede no atraer, pero que en Ida Vitale fue el inicio de otros lauros repentinamente acumulados en esta etapa de su vida. No se

atiborró simplemente de libros, sino que a lo largo de 85 años entre dos siglos, fue capaz de leer una extraordinaria biblioteca que entregaba, no imponía, a sus alumnos de bachillerato. Así la recuerda una de ellas, ex alumna de cuarto año del Liceo Zorrilla de San Martín, en la calle Durazno 2040, esquina Constituyente, a unas seis cuadras de la rambla montevideana.

Desde la perspectiva de los 16 años, aquella Ida Vítale de 1971 -un año encrespado en la historia política uruguaya- era «una profesora más», que «inspiraba mucho respeto, pues ella sabía… y los alumnos nos dábamos cuenta de que sabía. Usaba ropa clásica. Camisa de manga larga gris, por ejemplo, con una pollera al tono. Muy sencilla. No se teñía el cabello. No alzaba la voz. Hasta diría que su tono era monocorde».

La Ilíada fue el tema central ese año. «Si te gustaba la materia, la clase era muy interesante, pero ella no te presionaba, explicaba,

no juzgaba», y pese a que era un periodo muy convulsionado -dos años después una dictadura entre 1973 y 1985 se abatiría sobre el país- «ella, partidariamente, respetaba la laicidad. No trasuntaba su posición política», recuerda Moira.

Pese a que no fue de los escritores que «tiraban tiros con su pluma», a partir de 1974 enfrentaba la perspectiva del inxilio, o sea el exilio dentro de su país, y optó por emigrar a México, país al que la imprenta llegó casi 300 años antes que al suyo y donde el arte de escribir tiene prosapia y eximios artífices.

Nada menos que Octavio Paz fue quien valoró su talento, no del todo admitido en Uruguay, pues no integraba la barra de los intelectuales orgánicos. Aunque a esa altura ya había escrito

para los periódicos El País, Marcha, Época, las revistas Entregas de la Licorne, Maldoror; y después de 1985, Jaque y Postdata, de Montevideo.

Su rigor para traducir prosa, teatro y poesía del francés: Simone de Beauvoir, Benjamin Péret, Gaston Bachelard, Jacques Lafaye, Jules Supervielle, Jean Lacouture; del italiano -Mario Praz y Luigi Pirandello-; o del inglés y portugués, así como su capacidad crítica, las volcó en sus trabajos para las revistas mexicanas Plural y Vuelta y en el semanario Unomásuno.

Como ensayista trabajó en la obra de Cervantes y A. Machado; de los brasileños Manuel Bandeira, Cecilia Meireles, Carlos Drumond de Andrade y Jorge de Lima; de sus compatriotas Juana de Ibarbouru y Vicente Basso Maglio, entre otros autores.

En México también desarrolló intensa actividad docente y literaria, dictó conferencias, participó en jurados, intervino en seminarios, escribió para diarios y revistas especializados.

En noviembre de 2017, ese país reconoció sus méritos otorgándole el 28° Premio FIL de la Literatura en Lenguas Romances en Guadalajara «por su capacidad inextinguible de revelarnos el mundo a través de su poesía», revela el acta del jurado.

Y no solo en tierra azteca. También Colombia supo de su labor como crítica y ensayista. La mítica Eco. Revista de cultura de occidente, fundada por Karl Buchholz en una de sus librerías

de Bogotá, la contó entre sus colaboradores durante el último periodo dirigido por Juan Gustavo Cobo Borda (1973-1984). Sus textos aparecían junto a los de Augusto Monterroso, García Márquez, Álvaro Mutis, Varga Llosa u Octavio Paz, entre otros muchos de los mejores escritores americanos y europeos. En

el Nro.173, de marzo de 1975, escribió sobre su compatriota Felisberto Hernández (1902-1964), otro grande ninguneado por no participar de la efervescencia revolucionaria de los sesenta. Hernández, vehemente anticomunista, murió sin saber que su esposa, África Las Heras, era la jefa de la red de espionaje soviético en Latinoamérica operada desde Montevideo entre 1948 y 1967.

Viuda de hace cuatro años de un cónyuge 21 años menor- «cuando comenzó fue una historia de amor escandalosa; porque él era mucho menor que yo, aunque no voy a decir aquí cuántos años»-Ida Vitale en 2018 retornó a su tierra en el mapa, después de vivir desde 1989 en Austin, capital de Texas, adonde había viajado para estar junto a su segundo esposo, el también poeta y ex director de la Biblioteca Nacional de Uruguay, Enrique Fierro (1944-2016).

«En Montevideo las librerías francesas o italianas ya no existen», y en su barrio actual, Malvín, a una cuadra del Río de la Plata, no hay siquiera una librería, y eso «me angustia un poco» admite. Pero destaca que también «en Nueva York cerró la librería más grande».

Ella es la última de los supervivientes de una pléyade talentosa, que se preocupaba por ser con base al trabajo riguroso, más que por aparecer y, sobre todo, por viralizarse en las redes sociales.

Heredera, desde otra perspectiva poética, de Delmira Agustini-víctima de un feminicidio- y María Eugenia Vaz Ferreira; estudiosa

de Juana de América (de Ibarbourou); mayor que Marosa di Giorgio, Circe Maia, y más aun que Cristina Peri Rossi; Ida Vitale, última superviviente de la mencionada Generación del 45, a sus 95 años y medio, se dispone a viajar nuevamente a España en abril a recibir el Premio Cervantes 2018, segunda uruguaya en obtenerlo luego de Onetti en 1980.

«Con la historia de los premios pasé de anónima a existente», dijo a Revista Ñ de Buenos Aires,y es que todos llegaron casi en el

mismo tiempo para devolverle el habla, para que sus palabras resonaran y quedaran en el mundo, a través de sus poemas, a rescatarla de una mudez que ya fue y vuela con el viento.

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Ida Vitale textual:

«esa pajarita rara,

solución harto inventiva,

a la que acompaño viva

y hacia mi muerte la gano.

Origami milagreado,

leve papel ojeroso,

recortado, osteoporoso,

cosa sin hueso que danza,

y escapando a la balanza

que no le pesa, procura

llegar flotando a la altura

para volar con el viento,

como un pájaro entre ciento,

sin canto pero encantado».

La poesía exige

«¿Cuántos leen poesía?, incluso dentro de aquellos a los que les gusta la literatura. Entiendo que haya gente que lee novelas porque entretiene. La novela no obliga tanto a pensar y te reemplaza el pensamiento. La poesía exige; alguna cosa tiene que poner el lector de su parte». 

[Revista Ñ, mayo, 2018]

Equidad de género

«Todos estos problemas los entiendo, pero no me resuenan dentro porque nunca me vi afectada. En mi familia las mujeres estudiaban y trabajaban igual que los hombres, no había diferencia.

Nunca me sentí marginada y creo que algo de eso les pasó a muchas. Tampoco creo que todos los hombres sean machistas.

Mi marido me decía: “Es que tú crees que el Uruguay no es machista porque nunca has estado en una mesa de

hombres solos».

[Revista Ñ, mayo 2018]

Obra poética

De sus más de veinte libros publicados: Cada uno en su noche (1960), Oidor andante (1972), Jardín de sílice’(1980), Sueños de la constancia (1984), Léxico de afinidades (1994), Donde vuela el camaleón (1996), Procura de lo imposible (1998), Reducción del infinito (2002) y De plantas y animales. Acercamientos literarios

(2003), Todo de pronto es nada (2015), Cerca de cien (2015), Sobrevida (2016) y la edición de Poesía reunida, aparecida en Tus-

Quets (2017), los poemas que ella publicó entre 1949 y 2015.

Antologías suyas de estos años pueden encontrarse en distintos sitios web.

Premios y títulos

– Octavio Paz de Poesía y Ensayo, 2009.

– Doctora Honoris Causa de la Universidad de la

República de Uruguay, 2010.

– Premio Internacional Alfonso Reyes, 2014.

– Premio Internacional de Poesía Federico García

Lorca, 2016.

– Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana,

2016.

– Premio francés de poesía Max Jacob, 2017.

– Premio Feria Internacional del Libro de Literatura

en Lenguas Romances de México, Guadalajara

2018. (USD 150.000)

– Premio Cervantes 2018 (€ 125.000).

(*) Alude a una frase de José Artigas:«Con libertad,

no ofendo ni temo».

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