José Mujica. Uno o muchos
Daniel Manduré
El escritor, académico y político liberal, el canadiense Michael Ignatieff pensaba que: “los políticos y la sociedad en general deberían advertir las diferencias entre enemigo y adversario”, él decía:” un adversario es alguien a quien quiero vencer, un enemigo alguien al que hay que destruir”. La vida en democracia se construye también en base a saber administrar las diferencias, aceptar que hay quienes piensan distinto a nosotros, combatirlo e intentar vencerlo en las urnas y en el terreno de las ideas. Mujica fue un adversario y desde ese lugar quiero abordar y compartir algunas reflexiones sobre el fallecimiento del expresidente. Desde el respeto y la tolerancia por alguien con quien me encuentro en las antípodas ideológicas.
Una vida la de Mujica, polifacética, intensa y profusa. Con claroscuros, donde la subjetividad del lector podrá decidir cuál es el color que con mayor intensidad prevalece en su vida, si el blanco, el negro o los grises. Si predomina una vida oscura o de luz.
Repleta de profundas y muy marcadas contradicciones. Por aquello de: “cómo te digo una cosa te digo la otra”.
Un hombre versátil, con un gran poder de adaptación a todos los momentos y circunstancias.
Para coincidir o discrepar, dejó su huella, marcó una época y ha sido un referente de su tiempo.
El que por caminos equivocados lucho por sus ideales.
Para unos, el filósofo de frases profundas, inteligentes y que dejan pensando, para otros, con salidas intempestivas, exabruptos y chabacanerías. O un poco de todo eso.
El guerrillero y el político
El que fue monaguillo o al ateo.
Al imperdonable o al que se le perdona todo.
Para unos héroes para otros villano y traidor.
Amado u odiado.
Un herrerista-peronista que admiraba a Batlle.
El que sedujo a multitudes o el que robó, secuestro y no llegó a matar, según él, por falta de puntería.
El de la vida sencilla y austera o el de un gobierno despilfarrador.
El de PLUNA, ANCAP y el Tren de los Pueblos Libres o el de la interrupción voluntaria del embarazo y el matrimonio igualitario.
El de la sensibilidad social que trajo a los sirios presos de Guantánamo o al que dijo: “tuve que traer a cinco locos de Guantánamo para poder vender unas naranjas”
El que perteneció a un movimiento que torturó o el que fue torturado.
El que pretendía llegar al poder por métodos violentos o el que lo hizo en el libre juego democrático.
El que empuñó armas contra la democracia o el que supo ajustarse a la decisión soberana del pueblo en las urnas
En el creía en el poder del revolver o el que luego creyó en el poder de la credencial.
Una cosa, la otra o un poco de todo.
El herrerista, tupamaro, guerrillero, preso, político o presidente.
Mujica, muchos o uno solo. Coherente o camaleónico.
Verlo de una forma u otra dependerá seguramente de donde estemos parados al hacerlo y del lente que usemos.
En mi caso prefiero quedarme con el Mujica de los últimos tiempos. El que se despidió del senado junto a su adversario de todas las horas. El que, en su última aparición pública, participó en la casa del partido colorado con todos los expresidentes, en la conmemoración de los 40 años de democracia ininterrumpida. Con ese Mujica prefiero quedarme.
Al otro, al que fue protagonista de una triste, dolorosa y oscura época de nuestra república, aunque no lo olvide, elijo no recordarlo.