Obituario.
Hugo Fernández Faingold
» El último moderado»
Ricardo Acosta
El pasado 22 de mayo, a los 78 años, falleció Hugo Fernández Faingold. La noticia golpeó con fuerza a quienes crecimos viendo en él una figura respetada, discreta, pero profundamente influyente dentro del Partido Colorado. Para nuestra generación, su nombre siempre fue sinónimo de sensatez, equilibrio y compromiso con la democracia.
Fue hijo del historiador y político Hugo Fernández Artucio, y no le escapó nunca a la herencia de ese apellido. Se formó en Sociología y Ciencia Política en Estados Unidos, y también fue decano universitario en Costa Rica. Tenía una mirada amplia, cultivada, con sentido histórico, pero sobre todo una fuerte vocación por el servicio público.
Su regreso al país coincidió con un momento crucial: el retorno de la democracia. Y fue desde el primer minuto parte activa de esa reconstrucción institucional que marcó a toda una generación. En 1985, asumió como Ministro de Trabajo de Julio María Sanguinetti, en una época donde había que reconstruir no solo estructuras, sino también confianza. Fue allí donde impulsó el restablecimiento de los Consejos de Salarios y apoyó la creación de los CAIF, demostrando que la sensibilidad social y la visión técnica podían ir de la mano.
Con el tiempo, su figura fue creciendo sin estridencias. Fue senador, vicepresidente de la República entre 1998 y 2000, y embajador en Estados Unidos durante la crisis de 2002. Desde ese cargo, tuvo un papel determinante en la negociación de un crédito que evitó el colapso de todo el sistema bancario nacional. Muchos lo recuerdan por esa gestión silenciosa pero decisiva, que salvó al país del abismo en uno de sus momentos más difíciles.
Sin embargo, más allá de los cargos, queda su estilo. Su forma serena de hablar, esa claridad que no necesitaba gritos ni escándalos. Era un político que se hacía escuchar sin alzar la voz. Para muchos de nosotros, fue un referente silencioso. Uno de esos dirigentes que demostraban que se podía hacer política con profundidad, sin demagogia.
En tiempos en que los liderazgos parecen construirse a base de ruido, Hugo representaba otra cosa. Una política reflexiva, dialoguista, con raíz doctrinaria. Encarnaba una manera de entender el Partido Colorado que hoy parece escasa: batllista en lo profundo, racional en lo ideológico, republicano hasta los huesos. No buscaba cámaras, ni likes, ni aplausos fáciles. Apostaba al largo plazo, a las ideas, a los acuerdos que perduran más allá de las coyunturas.