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Navegando entre falacias

Fernando Pereira, el hombre de paja

Daniel Manduré

Un mar agitado, revuelto, de aguas turbias y mucho lodo en el fondo.

Tiempos electorales se aproximan, ardua tarea la del elector. Momentos difíciles de poco entendimiento y mucho grito. De profusas etiquetas y enjutos argumentos. Donde abundan las argucias y escasean las razones.

Unos pocos que, gritando mucho, parecen pretender empujarnos al lodo, donde ellos se mueven muy bien.

Una tenue luz aparece cada tanto intentando iluminar el camino de la tolerancia, los valores y la razón, cuando por ejemplo vemos a exmandatarios con ideologías opuestas presentando un libro o cuando concurren juntos a la asunción de algún presidente extranjero, intentando fortalecer esos valores republicanos que históricamente nos han caracterizado. La región y el mundo nos mira sorprendidos y hasta con un dejo de envidia. Desde el otro lado del rio quieren ser como nosotros.

Pero nosotros sabemos que no alcanza, necesitamos mucho más que eso.

No hay grieta, pero algunos parecen hacer esfuerzos denodados para llevarnos hacia allí.

El nivel del debate deja mucho que desear, el tono utilizado es muy importante y no siempre es el adecuado, la calidad del discurso naufraga frente a la descalificación.

El brillo de una propuesta con rico contenido pierde por goleada frente a la opacidad de la propuesta vacía. El nivel de la discusión parece arrastrarse a ras del piso.

La tolerancia queda una y otra vez a la vera del camino.

Se habla mucho y se escucha poco.

Por un lado, los que se atribuyen la razón en todo, los que se adjudican ser los únicos portadores de la voz del pueblo y por el otro lado, los infalibles, los que nunca se equivocan, los incapaces de reconocer un error. Los que exaltan sus mil bondades y son incapaces de reconocer una sola virtud a su oponente.

No debería admitir discusión que en la vida democrática la oposición juega también su papel importante. En ese rol de contralor de la gestión del gobierno, marcando sus cuestionamientos, dudas, sus matices o sus diferencias. Lo puede hacer, si consideran que la gravedad de la situación así lo amerita, hasta con dureza. Porque también desde allí, si se hace con seriedad y responsabilidad, se está contribuyendo en el fortalecimiento del sistema, brindándole mayor calidad al debate y hacer de ese rol opositor en algo creíble.

Ahora, cuando observamos el rol opositor hoy, siempre hablando de generalidades, ese grado de compromiso de una oposición constructiva, no existe. Hoy la oposición parece ir navegando en su mundo de engaños. Crea una falacia y la repite como muletilla todo el tiempo que sea necesario, la sustituye por otra cuando la anterior ya no le es útil. Y así va sumergida en ese mundo de mentiras, de falacia en falacia. Una oposición que cae una y otra vez en profundas contradicciones, que los debilita y les hace perder credibilidad, frente a una ciudadanía que no es tonta y que observa atentamente.

Esas falacias que dinamitan el entendimiento, que embarran la cancha y reducen a su mínima expresión el contenido de cualquier debate.

Aristóteles describe por primera vez en la historia esos errores de razonamiento que conocemos como falacias. El maestro las define como: “esos argumentos inválidos que tienen la apariencia de ser válidos y los argumentos que no prueban nada, pero parecen probarlo todo”

Una de esas falacias, de las más utilizadas, a la que vemos abrazados a los más importantes dirigentes frenteamplistas, entre ellos a su presidente Fernando Pereira, es la que se conoce como la falacia del hombre de paja o espantapájaros. Falacia que proviene de la época medieval donde se colocaban estos muñecos de paja como forma de entrenar a la milicia. Se les colocaba a los soldados estos oponentes más sencillos de atacar, que no podían defenderse y por lo tanto, fáciles de vencer. Lo mismo sucede casi que cotidianamente en política. Donde se busca retorcer y acomodar los argumentos del adversario, tergiversando su contenido, para que desde allí sea más fácil de atacar y lograr vencer. Acomodar a una interpretación falsa y debatir en torno a ella y no a la realidad.

Lo vimos con claridad en el debate sobre la Ley de Urgente Consideración. Intentando transformar a esa ley en un ente casi que demoníaco al que ellos, los salvadores, buscaban exorcizar. Como en el que denominaban “desalojos express” intentando debatir sobre este artículo con una base argumental falsa y sus supuestas consecuencias nefastas. Lo mismo sucedió con lo que iba a ser la privatización de la enseñanza o el gatillo fácil. ¿Cuál de todas esas supuestas calamidades se concretaron? Ninguna.

Hablan de que otra reforma educativa es posible… ¿cuál es? ¿Por qué no la hicieron en los tres períodos consecutivos de gobierno, con mayorías parlamentarias y bonanza económica? No pudieron, no los dejaron.

Se oponen a la reforma previsional, la solución presentada es: recurrir a un gran diálogo nacional. ¿Pero la propuesta cuál es? ¿eliminar las AFAPS? ¿Por qué no lo hicieron en 15 años? ¿Mantener en 60 la edad de jubilación? ¿Qué van a hacer con el gremio más fuerte de todos AEBU, que ya aceptó para salvar a la caja bancaria, que la edad jubilatoria sea de 65?

Ya no hablan de la privatización de la enseñanza ahora empezaron con que se va a privatizar la Ose, por proyecto Arazatí.

Cuando la falacia del espantapájaros ya no es suficiente, y no alcanza con falsear la base argumental del adversario, redoblan la apuesta, van por más y recurren al agravio personal: al pueblo u oligarca, a la búsqueda de la descalificación por el barrio donde se vive o adjudicándole al adversario el mote de fascista. Lo que se conoce como la falacia ad hominem. Se ataca su origen, su educación, raza, ideología, creencia o su estatus social, dejando nuevamente de lado el centro de la discusión y buscando dinamitar esos argumentos, no con otros argumentos, sino con descalificativos de índole personal, que la mayor parte de las veces nada tienen que ver con el tema en discusión, pero que alcanza para tratar de desacreditar al oponente.

Es difícil el entendimiento en ese clima.

No hay una sola vez que escuchemos al presidente del Frente Amplio y no recurra a estos artilugios. Fernando Pereira es ese gran hombre de paja de la política.

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