La Chorra
Ricardo Acosta
En el lunfardo rioplatense, «chorra» significa ladrona: alguien que se enriquece a costa de otros. Es una palabra que define perfectamente a Cristina Fernández de Kirchner, recientemente condenada a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos en Argentina. Su sentencia, por el uso fraudulento de fondos públicos para beneficiar a empresarios cercanos, marca un hito histórico. Es la primera vez que una expresidenta argentina es condenada penalmente, dejando un precedente que debería servir de advertencia para toda América Latina.
El caso de Cristina Fernández no es un hecho aislado en la región. La corrupción ha sido el talón de Aquiles de muchos gobiernos, y en Uruguay no estamos exentos de esa realidad. Durante los gobiernos del Frente Amplio, que mantuvieron estrechos vínculos con el kirchnerismo, se vivieron episodios que aún resuenan en la memoria colectiva. Desde la renuncia del vicepresidente Raúl Sendic, involucrado en un caso de malversación de fondos por el uso indebido de tarjetas corporativas, hasta el procesamiento de figuras clave como el expresidente del Banco República y el ministro de Economía, los escándalos mancharon la administración de izquierda.
El «Tren de los Pueblos Libres», una iniciativa conjunta entre los gobiernos de Cristina Kirchner y José Mujica, ejemplifica el modus operandi de estos liderazgos. Lo que se presentó como un proyecto integrador y de desarrollo terminó siendo un fracaso administrativo y financiero que dejó preguntas sin responder y una estela de recursos mal utilizados. La misma lógica se observó en casos como el Fondes, el Fondo para el Desarrollo, que fue desangrado por préstamos mal otorgados a empresas que jamás devolvieron el dinero.
Estas prácticas replicaron el modelo kirchnerista, que durante más de una década debilitó las instituciones argentinas con un entramado de corrupción que beneficiaba a los amigos del poder mientras hundía al país en una crisis económica y social sin precedentes. Cristina Fernández, en un intento de desviar la atención, ha recurrido a estrategias de victimización, argumentando que su condena es producto de una persecución política y de género. Pero estos argumentos no resisten el menor análisis frente a la contundencia de las pruebas.
Es importante destacar que la corrupción no tiene banderas ni ideologías. La derecha, el centro y la izquierda han tenido episodios oscuros en nuestra región. Sin embargo, lo que resulta preocupante es la defensa a ultranza de líderes corruptos por parte de algunos sectores, quienes justifican estos actos en nombre de la ideología. En Uruguay, hay quienes aún miran al kirchnerismo como un modelo a seguir, ignorando los estragos que dejó en Argentina.
No podemos olvidar lo que sucedió en nuestro país cuando esos sectores ocuparon el poder. Los años de gobierno del Frente Amplio dejaron un legado de corrupción, mala gestión y una pérdida de confianza en las instituciones que aún estamos tratando de recuperar. Es como volver a confiarle las llaves de tu casa a quien ya te robó: un acto de ingenuidad que solo puede terminar mal.
Uruguay no puede permitirse repetir esa historia. No se trata de ideología, sino de memoria. Los mismos que hoy prometen cambios y soluciones son los que ayer callaron ante la corrupción, la justificaron o incluso la impulsaron. El futuro de nuestro país depende de aprender de esos errores, de no tropezar con la misma piedra. Porque quienes alguna vez traicionaron la confianza del pueblo no merecen una segunda oportunidad para hacerlo.