La excepción y la regla
Fátima Barrutta
Diversas escaramuzas parlamentarias acontecidas en estos días, tuvieron algo en común: el desprecio por las buenas prácticas políticas y un nivel de crispamiento peligrosamente creciente.
Empezó en la extensa, fatigosa e inútil interpelación al ministro Luis Alberto Heber. En un estilo que heredó del ex presidente Mujica, el senador Óscar Andrade cayó en el penoso lugar común de burlarse de algunos de sus colegas por el supuesto pecado de que poseen título universitario. Hizo además una alusión insultante al senador Botana, que no se encontraba en sala.
La presidente del Senado Beatriz Argimón se lo hizo notar con enojo y literalmente explotó cuando Andrade intentó excusarse, victimizándose. La verdad es que, en ese momento, muchos celebramos la réplica de la vicepresidente de la República, porque expresó en cierta forma una catarsis colectiva contra el estilo agresivamente verborrágico del dirigente comunista. Pero pasando en limpio, no cabe duda de que uno y otra actuaron incorrectamente: él por repetir sus constantes insultos personales y ella por irrespetar el reglamento, con una salida de tono inadecuada para su rol.
Lo bizarro de la situación generó que ese enfrentamiento tuviera más repercusión mediática y en las redes que el tema mismo que se estaba debatiendo.
Hace unos escasos días, en la cámara de representantes, diputados frenteamplistas y blancos se enfrentaron en términos tan extremos, que se levantaron para irse a las manos, con empujones incluidos. Nuevamente se incurrió en el insulto a la persona, en lugar de la necesaria y respetuosa discusión de ideas. La diputada del FA Susana Pereyra lanzo una acusación al voleo contra el padre del diputado del PN Alfonso Lereté, quien a su vez trató de «ocupa» a otro colega del FA, Oscar Amigo. Para completarla, Caggiani invitó a pelear afuera a Lereté y Pereyra quitó el celular a la diputada Lesa, de Cabildo Abierto, para evitar que filmara el enfrentamiento.
Es significativo que critiquemos el nivel de violencia irracional que existe en la sociedad, las rapiñas, los homicidios y femicidios, las personas que golpean a las maestras, y en el Palacio de las Leyes estemos dando exactamente el mismo ejemplo.
Es especialmente doloroso que quienes representan a los ciudadanos den muestras de semejante intolerancia.
Casi al mismo tiempo, la diputada frenteamplista Micaela Melgar divulgó un tuit en el que calificaba al Partido Independiente de «alcahuete del fascista».
¿Qué nos está pasando a quienes integramos el sistema político, que caemos tan bajo con estos improperios de barrabrava futbolera?
¿Acaso estará haciendo falta que, para ocupar cargos legislativos, debamos hacer pasar a los ciudadanos electos por un curso de valores republicanos y buenos modales? No lo sé. Lo que me temo es que aquel republicanismo que durante dos siglos de vida independiente nos reconoció como un país señero en América Latina, parece extinguirse lentamente en este mar de chatura, maniqueísmo barato y violencia gratuita.
Urge que los partidos políticos, todos los partidos políticos, asumamos la responsabilidad de integrar nuestras listas con ciudadanos a la altura ética exigida para esta función.
Que las salidas de tono sean, de una vez por todas, la excepción. Nunca más la regla.