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La vida en blanco y negro

Daniel Manduré

Bueno o malo, amigo o enemigo, leal o traidor, justo o injusto, esa costumbre cada vez más difundida de ver la vida en blanco y negro.

Todo dependerá de donde te pares para que te clasifiquen en un bando o en otro. Solo quienes piensan de determinada manera pueden ser pueblo, los demás pertenecen a la oligarquía ¿recuerdan esa máxima?

O “si es de izquierda no es corrupto, si es corrupto no es de izquierda” …hasta que la bomba les explotó en la cara.

Sin matices, sin graduación, todo visto desde los extremos, y que no todo lo malo está en un lado y todo lo bueno en el otro, ni viceversa. Esa imposibilidad de lograr percibir que existen otras opciones y que hacen la vida algo más amplia, profunda y enriquecedora. Algo más conciliadora y menos confrontativa.

Donde en muchos casos parece que el debate agresivo, vacío de contenido y donde el descalificar e insultar al adversario le va ganando por goleada a la razón, al argumento serio.

Los que se indignan con las mentiras de unos y para contrarrestarlas parecen no encontrar mejor forma que con otras mentiras.

Quienes levantan la voz desde un extremo para intentar imponer su verdad y desde el otro le responden al grito.

Los que acusan indignados a unos de intolerantes, pero a quienes muchas veces los vemos ahogarse en su propia intolerancia.

A los que con razón hablan de los males del dogma y se indignan con el fanatismo imperante, pero a los que su propia rigidez mental los convierte en uno de ellos.

Nos quejamos de que el otro no escucha, pero no escuchamos, que el otro no razona, pero no razonamos.

Esas posturas donde parece que el muerto se asustara del degollado.

Esa mala costumbre de ver el mundo en esas oposiciones binarias, que ahogan, paralizan y reprimen el pensamiento.

Una forma simplificada y hasta barata de ver la vida.

Ese pensamiento dicotómico o polarizado que nos lleva a admirar a alguien, tenerlo de referente hasta el punto de la casi adoración, pero siempre y cuando piense como nosotros. Bastará que esa persona comience a emitir opiniones diferentes, que discrepe o difiera, para transformarse rápidamente en nuestro acérrimo enemigo.

Todo es categórico, terminante, absoluto, en ese mundo binario que no permite la creación de un espacio de construcción colectiva, diversa y tolerante.

Parecería existir esa necesidad de pararse en un extremo para combatir al otro, como que una fuerza invisible los empujara y solo se convaliden dos opciones.

Pero hay mucho más que eso. Hay un gran espacio en el medio donde tal vez con menos ruido nos paramos la mayoría. Ese espacio que debemos intentar defender con uñas y dientes. Donde la tolerancia, el respeto, la razón se puedan imponer. Donde no sea necesaria la mentira para hacer prevalecer nuestra opinión. Donde el argumento y el contenido le ganen al agravio y la opinión vacía.

Donde aún en la discrepancia se pueda debatir con altura y respeto.

Es posible, claro que es posible. Depende de nosotros.

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