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Eutanasia y mi libertad de decidir

Daniel Manduré

Parecería existir buen ambiente en el parlamento para que en el 2022 se apruebe la ley sobre eutanasia y suicidio asistido, a través del cual se declara exento de responsabilidad al profesional médico que a pedido de quien padezca una enfermedad incurable, en su fase terminal y con sufrimiento insuperable decida poner fin a su vida o solicite ayuda para hacerlo. Un tema de extrema sensibilidad, no fácil de manejar, pero con algunos vacíos legales sobre los que se necesita legislar. Es un tema en el que se entrecruzan motivaciones filosóficas, creencias religiosas, ideológicas y de contenido jurídico y ético.

La muerte es ese tema al que preferimos evitar, del que es difícil hablar, pero que está allí, agazapada, al acecho, esperando.

El diputado Ope Pasquet presentó en el 2020 un proyecto de ley que está a discusión en la comisión parlamentaria correspondiente. Puso el tema sobre la mesa y está bien que lo haya hecho. Un proyecto abierto al debate que seguramente se podrá ir perfeccionando si fuera necesario en la búsqueda de puntos de encuentro. Un proyecto sensato, responsable y medido.

Es importante para su abordaje abandonar y despojarse de toda postura dogmática e intolerante, y de conceptos anquilosados que no suman ni aportan en el tratamiento del tema.

La vida y la muerte caminan juntas y tan importante es para el ser humano vivir con dignidad que cuando llegue el momento de la partida poder hacerlo de la misma forma.

Es un debate que se ha desarrollado a lo largo de la historia, es Francis Bacon quien en 1605 introduce el término con la concepción que tenemos actualmente. Filósofos como Epicteto o Séneca, hasta Marco Aurelio la abordaron. Este último señalaba: “no es una cuestión de huir de la vida sino de saber dejarla”.

La eutanasia no debe ser planteada como una elección entre vida o muerte, porque en situaciones normales no hay dudas lo que voy a elegir. El tema pasa por las situaciones límites a las que un individuo puede verse enfrentado y es aquí cuando debería primar la libertad individual de poder elegir como quiero morir. Que el individuo, ejerciendo su libertad, pueda vivir y también morir de acuerdo con sus propias convicciones.

Cuando no hay tratamiento ninguno y no existe siquiera la mínima posibilidad de curación, cuando el sufrimiento y la agonía se vuelven intolerables y se agotaron todas las posibilidades. Cuando ya ni siquiera los valiosos cuidados paliativos son una solución. Cuando la vida ya no es vida, se va apagando irreversiblemente, cuando ya todo es un calvario para el enfermo y para su entorno, aquí debo tener la posibilidad de ejercer mi derecho a elegir como quiero morir.

Nadie puede discutir el derecho a la vida como derecho superior, en el que creemos y al que defendemos, pero cuando la ciencia ya no tiene en sus manos la solución de revertir o amortiguar esas situaciones límites, ya nada queda por hacer que pretender una muerte lo más digna posible.

A diferencia de lo que se quiere decir por allí, creo que la eutanasia hasta termina volviendo más humana a la propia medicina.

Se pretende presentar como una antinomia la eutanasia y los cuidados paliativos. Se intenta mostrar a ambos conceptos como enfrentados, a uno como alternativa del otro, cuando en realidad deberían ser vistos como complementarios.

En países como Bélgica la asociación de cuidados paliativos abandonó hace años ya su oposición a la eutanasia porque se dieron cuenta que son complementarios y no excluyentes.

La eutanasia debe ser un derecho regulado por ley en forma rigurosa y sometida a las más estrictas garantías médicas, éticas y jurídicas. Que nada quede librado al libre albedrío, pero sin dudas que la eutanasia y suicidio asistido deben ser ley.

Morir con dignidad también es un acto de amor y compasión.

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