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La vieja está en la cueva

Ricardo J. Lombardo

“Esto es mientras no llueva”, aclaró el Presidente Lacalle Pou la semana pasada, al anunciar un paquete de medidas para remediar la sequía y el consiguiente desabastecimiento de agua potable al área metropolitana.

Parece que en esto estamos todos: esperando que llueva.

Ayer el polifacético meteorólogo Núbel Cisneros, informó que había llovido en todo el país, menos en la zona que nos interesa, o sea la cuenca del Río Santa Lucía.

Todo parece limitarse a eso. Encomendarnos al señor para que haga caer agua en el lugar crítico. Hasta el Cardenal Sturla elevó una plegaria a su Dios via Twitter pidiéndole que desencadenara precipitaciones para que el Río Santa Lucía pueda volver a nutrir a Montevideo y aledaños del vital elemento.

Parece que todos estuviéramos retrocediendo al infantilismo de cantar:

“Que llueva, que llueva,

la vieja está en la cueva”

Los capitalinos nos hemos visto sorprendidos por este deterioro en la calidad del agua que consumimos. Sin embargo, esto no es algo que  hubiera sido imposible prever.

Según nos enseñó en la charla que acaba de dar en el Rotary Club Aguada el doctor Francisco Crestanello, el tema viene de los orígenes mismos de la ciudad. Ya en 1723 cuando el Rey de Portugal mandó construir el fuerte de Montevideo, una de las principales objeciones que se hicieron fue la falta agua para consumo.  El Río de la Plata, debido a su conexión con el Océano Atlántico, nos trae agua salada el contrario de lo que ocurre en Buenos Aires que siempre tiene agua dulce.

Tampoco se contaba con manantiales. Varios autores, entre ellos Isidoro de María, se preguntaban cómo hacían aquellos primeros pobladores para combatir la sed y contar con un saneamiento mínimo. El agua salada provocaba malestares digestivos y los microorganismos eran portadores de otras enfermedades

Luego los españoles conquistaron el fuerte y fundaron la ciudad propiamente dicha, encontrando en los alrededores algunos manantiales o pequeños arroyos que permitieron superar aquellos inconvenientes iniciales.

Pero la zona siempre fue escasa de agua disponible para consumo.

Sin embargo, al norte del territorio nacional, hay ríos con un muy buen caudal de agua, como el propio Uruguay, el Negro, Daymán, Queguay y Arapey.

El sur recurrió al Santa Lucía para potabilizar el agua y abastecer a la urbe creciente.

A nadie se le ocurrió pensar que eso podría ser insuficiente en algún momento. Durante décadas, OSE pareció dormirse con el conformismo, y no advirtió ni planificó para instancias como la que está ocurriendo.

Ya los egipcios, los griegos y los romanos utilizaban los acueductos para transportar agua a los lugares que se necesitaban. Hoy, obviamente, se dispone  de tecnología y materiales que hacen mucho más eficiente esa actividad.

Montevideo cuenta además con varios pozos excavados que, debidamente utilizados, con el tratamiento necesario, podrían ser una fuente para paliar los problemas. Sin ir más lejos, el Estado Centenario se riega con agua de pozo que, eventualmente, en un caso de emergencia podría abastecer  por ejemplo el Hospital de Clínicas.

Probablemente la suma de los pozos existentes en la ciudad no sea suficiente para abarcar  toda el área metropolitana, pero podría ser un apoyo importante. Claro, eso habría que haberlo planificado y organizado debidamente.

Pero es aún más sorprendente que estando montados sobre el acuífero Guaraní, la reserva de agua más grande del mundo, en ningún momento se haya pensado en alcanzarla. Se requeriría una obra importante, es cierto, pero el agua está ahí, debajo nuestro, mientras padecemos esta sequía.

Acueductos, pozos excavados, acuífero Guaraní, u otras soluciones que los especialistas puedan aportar, ¿cómo puede ser que OSE nunca se trazó un Plan B, un Plan C, un Plan D, para la eventualidad de sequía en la cuenca del Santa Lucía?

Se sabe que el clima está cambiando. Se sabe ahora además, que para recuperar los niveles perdidos se necesitarán lluvias de proporciones bíblicas o por lo menos las de Cien Años de Soledad. ¿Dónde está la capacidad empresarial de este organismo del Estado, su  planeamiento estratégico, su misión, sus objetivos, sus metas?

Si el abastecimiento de agua hubiera estado privatizado, existiría un clamor en su contra y se iniciarían múltiples acciones judiciales para impedirle que cobrara por un producto que no responde a los estándares imprescindibles.

Por más que sea del Estado, es decir que se financie con los dineros de todos nosotros, el gobierno o la URSEA deberían dar un mensaje aleccionador a OSE y exigirle el no cobro de la tarifa del agua que ha llegado a niveles de total impotabilidad.

Es de orden.

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