Las encuestas al banquillo
Gizmán Ifrán
Llegan los tiempos electorales y de las preguntas más comunes que nos hacemos todos quienes tenemos interés en la cosa pública y el devenir del proceso democrático, es si las encuestas influyen o no en el mismo y, de hacerlo, cuánto lo hacen, con qué profundidad y cuáles son sus consecuencias a todos los niveles.
Lo que sí me atrevo a aseverar es que a quienes innegablemente influyen es a los políticos; lo asuman o no. Ya sea para tomar decisiones y elaborar estrategias considerando su situación desfavorable en las mismas o, en su defecto, mantener las adoptadas hasta entonces si los resultados son -al menos de momento- los deseados. También los hay, claro, quienes mantienen un curso de acción predeterminado pese a no resultar favoritos en las compulsas públicas de opinión, tanto por entender que no son un fiel reflejo de la realidad o, en los casos quizá más nobles, no claudicar en sus ideas, posturas o criterios por resultar menos populares que otras propuestas alternativas. Pero lo cierto es que hasta estos últimos se ven de uno u otro modo afectados por las encuestas por tener que reiterar una vez y otra también, por qué consideran que las mismas están equivocadas o que les son indiferentes, haciéndoles perder tiempo y energía que en tiempos electorales escasean y sobremanera.
A quienes las encuestas ciertamente también influyen es a los periodistas y analistas políticos, que guían buena parte de sus análisis por lo que muestran los sondeos, tanto en términos de los resultados de las últimas muestras como de las series y su evolución en el tiempo.
Sin embargo, temerario sería afirmar irreductiblemente que las encuestas influyen en los electores o, al menos, en su decisión final de sufragio. Dicho esto, es igualmente de mi interés introducir dos -supuestos- fenómenos que siempre están a la orden del día al hablar de la influencia de las encuestas en los procesos electorales. Ellos son el bandwagon y el underdog, términos sajones que responden al hecho de subirse al “carro ganador” en el primer caso y a optar por darle el apoyo al candidato más desfavorecido en las encuestas en el segundo.
¿Pero cuánto hay de cierto en la presencia y cristalización de estos fenómenos en el Uruguay? En mi opinión realmente poco. Antes que nada porque las encuestas han sufrido en los últimos tiempos una significativa crisis de legitimidad no sólo a nivel local, sino también regional y mundial, derivada de yerros que por veces lindan lo obsceno. Pero además, porque el electorado uruguayo es mucho menos irresponsable de lo que apelar a tales criterios de decisión supone. En el acierto o en el error, algo que -por cierto- sólo puede concluirse una vez finalizado el mandato de los ganadores, y siempre hablando en términos generales, el pueblo uruguayo suele procura elegir a conciencia. En Uruguay la gente vota convencida, orgullosa. Aunque cierto es también, que de forma cada vez menos anticipable y más ambivalente. Quizá, por eso, las empresas consultoras responsables de la confección de las encuestas de opinión pública encuentran cada vez más obstáculos que sortear al momento de proyectar una tendencia y, ni que hablar, de anticipar un resultado.
En la era de la tecnología y la información instantánea, las encuestadoras enfrentan desafíos cada vez más intrincados para anticipar de manera precisa los resultados electorales. Si bien las encuestas siguen siendo una herramienta fundamental para entender las preferencias y comportamientos de los votantes, la rapidez con la que cambian las tendencias políticas y la creciente desconfianza en las encuestas, han hecho que sea cada vez más difícil predecir con certeza quién ganará una elección.
Uno de los principales desafíos que las encuestadoras enfrentan hoy en día es el fenómeno de la polarización política. En muchos países, las divisiones ideológicas son cada vez más profundas y los votantes tienden incluso a mentir al ser encuestados en aras de no mostrarse -o sentirse- extremistas o radicales. Y, pese a que las encuestas son anónimas, es un factor que igualmente pesa a nivel emocional al momento de manifestar la verdadera preferencia política.
Adicionalmente, la proliferación de las noticias falsas y la manipulación de la información en las redes sociales han socavado la credibilidad de las encuestas y han hecho que sea aún más difícil prever los resultados electorales. Los votantes pueden ser influenciados por rumores y desinformación que circulan en línea, lo que puede distorsionar los resultados de las encuestas y llevar a predicciones erróneas.
Otro desafío importante para las encuestadoras es la creciente reluctancia de las personas a participar en encuestas. Con el aumento de las llamadas telefónicas no deseadas y el agotamiento de los votantes por la constante atención de los medios de comunicación, muchos ciudadanos optan por no responder a las encuestas o simplemente no están dispuestos a compartir su opinión con extraños.
Para hacer frente a estos desafíos las encuestadoras deben adaptarse a las nuevas realidades del entorno político y tecnológico. Esto incluye el uso de métodos alternativos de recopilación de datos, como encuestas en línea o a través de redes sociales, y el desarrollo de algoritmos y modelos estadísticos más sofisticados para analizar, pronosticar y sobre todo actualizar las proyecciones acompasando la volatilidad característica de los electores contemporáneos.
Además, es fundamental que las encuestadoras sean transparentes en cuanto a su metodología, sus financistas y sus posibles limitaciones, para así construir una relación de confianza con el público y garantizar la fiabilidad de sus pronósticos.
Lo cierto, es que si hay una compulsa que resultará particularmente interesante de analizar una vez cerrada la última urna del 30 de junio será la Colorada. Y, por sus características, pienso que las diferencias entre los resultados proyectados y los efectivamente materializados pondrán, una vez más, a las consultoras de opinión pública en una compleja y comprometida situación.
De momento, me remito a convocar a todos los batllistas, cada uno desde dónde le toque o lo sienta, a seguir militando por un modelo de país con base en la matriz de pensamiento reformista de Don Pepe, con la experiencia que nos ha dado el tiempo y desde las herramientas y posibilidades de nuestra era. Porque así las encuestas podrán seguir sin acompañar, por múltiples y variables motivos, pero el pueblo uruguayo estoy convencido que no.