Historia

Lenzina y el mito

Jorge Nelson Chagas

En 1951 se publican dos gruesos volúmenes de poesía sobre Artigas a cargo de Daniel Hammerly Dupuy y su hijo. En la introducción a la colección se anuncia la publicación de los poemas de Joaquín Lenzina/Lencina , donde narra su vida y una larga argumentación sobre la validez de este relato.

El relato de Hammerly Dupuy  fue el siguiente: en un viaje a Paraguay realizado en 1928, el investigador se encontró con el anciano Juan León Benítez, fruto de las relaciones de Francisco Solano López con una mujer llamada Juana, criada de la familia. Este anciano vivió en Ybiray durante los últimos años de Artigas y era quien llevaba diarios, libros y postres al prócer. En aquel encuentro Benítez “confirmó” que Joaquín Lenzina había sido el verdadero asistente de Artigas y que Ledesma vivía en Guarambaré. En aquel lugar ambos vivieron juntos luego de la muerte de Artigas. Según Hammerly el anciano tenía en su poder los papeles de “Ansina”, y relataba al entrevistador cómo “cantaba mientras se acompañaba con la guitarra o con el arpa”. Esto puso sobre el tapete la idea que Ansina, además de no ser Ledesma, era un hombre letrado.

En una nota que publiqué en ocasión de la celebración del presunto natalicio de Ansina –  el 20 de marzo – fundamenté los motivos por los cuales los historiadores consideramos que tales textos no constituyen una prueba que Ansina fuera un hombre letrado. No repetiré la argumentación. Simplemente mencionaré la principal y más contundente: no son textos de puño y letra del supuesto autor. Además el manuscrito original jamás fue mostrado o hallado. De todas formas había un dato real: Ansina no era Ledesma.

En 1993 Diego Bracco publicó la novela “Memorias de Ansina”. En ella las memorias escritas de Ansina logran sobrevivir a la destrucción de Asunción durante la guerra de la Tripe Alianza y se hacen públicas. En ellas cuenta su nacimiento, como un cura franciscano lo adopta como un hijo y le enseña a leer y escribir – además de convertirlo al cristianismo y darle algo muy valioso: la esperanza que un día habrá un mundo sin amos ni esclavos – , finalmente como conoció a Artigas y se volvieron inseparables. En las notas finales de la novela Bracco pone en duda la existencia misma de Ansina.

Al margen de la ficción literaria quedó instalada la polémica- principalmente en el colectivo afrouruguayo, no en la academia –  sobre si Ansina sabía o no leer y escribir.   En el año 1996 se publicó “Ansina me llaman y Ansina yo soy”. En el mismo un grupo de autores y Organizaciones Mundo Afro, separaron los poemas de Ansina de la Antología de Hammerly  y lo convirtieron en un libro individual, buscando crear un relato en oposición al del “Ansina sumiso”

Sin dudas que la intención fue noble. Pero adoleció de un defecto básico: dieron como auténtico, sin un chequeo previo de investigación, el texto de Hammerly. Por tanto,  la argumentación de Gonzalo Abella de que  si “Joaquín Lencina no hubiera nacido negro nadie hubiera puesto en duda la veracidad de las recopilaciones que Hammerly Dupuy hiciera de sus poemas”, es insostenible.

Los  textos poéticos de Ansina no son considerados válidos por la academia no por motivos raciales, sino por la simple y poderosa razón de que hasta el momento nadie ha presentado prueba alguna que demuestre fuera de toda duda que son reales. La academia, en cambio, ha avalado los textos escritos por el liberto Jacinto Ventura Molina (1766-1841), el “Licenciado Negro”, porque sus textos de puño y letra sí existen, y están actualmente en poder de la Biblioteca Nacional. 

Y aquí subyace una cuestión: Ventura Molina, a diferencia de Ansina, es un personaje históricamente incómodo. Era católico y monárquico. Apoyó la revolución artiguista mientras esta fue fiel a  Fernando VII, pero no compartió la gesta independentista y vivió la época de dominación luso-brasileña en la Banda Oriental con alegría, porque se trataba de la restauración monárquica.     

Y esta historia  de Ansina tiene otros vericuetos interesantes.

El primer varón afrodescendiente

A principios de los años ’90,  Juan José Altamiranda, el primer varón afrodescendiente uruguayo que logró el título de Licenciado en Ciencia Política,  estaba preparando su tesis final. Había elegido como tema la formación del Partido Autóctono Negro (PAN) en el año 1936 que compitió en las elecciones nacionales de 1938.

La investigación que estaba llevando a cabo, lo introdujo en el conocimiento de los intelectuales negros de aquella época: Elemo Cabral (portero del Museo Histórico Nacional). Ventura Barrios (linotipista), Pilar Barrios (empleado de un estudio jurídico), Salvador Betervide (abogado), entre otros.  En forma lateral sus pesquisas le permitieron saber que estos hombres no estaban para nada conformes con la visión del “Ansina cebador de mate”. Intuían que el papel de Ansina en la gesta artiguista  había sido mucho más importante del que se mencionaba por entonces.

Las urgencias de aquel momento histórico que estaba viviendo el colectivo afrouruguayo y la imposibilidad de consultar la documentación – el Archivo Artigas recién se creó el 13 de junio de 1944 – imposibilitaron que emprendieran una labor reivindicativa más profunda. Estaban al tanto de las discusiones parlamentarias sobre la repatriación de los restos de Ledesma y del exhaustivo informe del Dr. Felipe Ferreiro, y más adelante, si bien apoyaron la campaña de Mario Petillo que posibilitó  que los restos de Ledesma (considerado Ansina) descansaran en el Panteón Nacional,  entendían que estaba pendiente la cuestión del papel de Ansina en la historia. De todas formas siempre estuvieron presentes en los actos realizados en el monumento de Tres Cruces porque entendían, que más allá de todo, era un símbolo importante. 

En los años ’80  una parte importante del colectivo afrouruguayo – aun no la mayoría –  tenía bastante claro que Ledesma y Ansina no eran la misma persona. Por tanto, el monumento de Tres Cruces, no era  representativo.  Esto movilizó a un conjunto de personalidades – Alfredo del Puerto, Agapito Carrizo, Tomás Olivera Chirimini, Julio Olivera, Chabela Ramírez, Oscar Montaño,  entre otros – a formar una comisión Pro Monumento a Ansina que se comenzó a reunir en el local de Africanía.

La formación misma de esta comisión ponía sobre la mesa la cuestión de la verdadera identidad de Ansina, pero al mismo tiempo, estaba el inicio de la demolición definitiva del mito del “cebador de mate”. De hecho, Agapito Carrizo –profesor de inglés, poeta y activista –  venía desde tiempo atrás, tanto a nivel público como privado,  reivindicando la figura de Ansina como un personaje histórico de peso.

Es en este contexto – fines de los ochenta – cuando ocurrió,  en el mundo del arte, un hecho sorprendente que  influiría  en el desarrollo de los acontecimientos.

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