Libro “Computadora” de Alvaro Alfonso
El vacío moral
Jorge Nelson Chagas
He terminado de leer el libro “Computadora” de Álvaro Alfonso. En líneas generales se trata de un extenso reportaje a Fleming Gallo, un comunista renegado que terminó colaborando con los servicios de inteligencia durante la dictadura. No es un “nuevo capítulo” de la historia reciente como escribe Álvaro Alfonso -observo con preocupación que no es la primera vez que se atribuye novedades históricas que en realidad no lo son– ya que este tema ha sido tratado antes: “Secretos de la dictadura” en la revista Posdata Nro.85 del 26/4/1996, en “La ira del Leviatán” (1998) de Jorge Troccoli; en “Retrato de escorias humanas” de Brecha del 10/12/2021 y Peláez, Carlos en la “Historia de colaboradores” en Caras y Caretas del 17/12/2021. Desde su introducción se plantea un grave problema metodológico, que si fuera un trabajo académico quedaría automáticamente descalificado. En la página 9 Álvaro Alfonso se refiere a “aquellos dirigentes (comunistas) que disfrutaban el cómodo exilio”. ¿Por qué Alfonso adjetiva? Desde el inicio nomás es perceptible que el libro está orientado en una dirección: golpear el relato del PCU sobre el comportamiento de sus militantes durante la dictadura.
Apenas Fleming Gallo comienza el relato, donde retrata su niñez y adolescencia, hace una extensa digresión en la que lanza una diatriba contra el PCU llegando incluso a pedir que lo ilegalicen y prohíban sus textos (Págs. 31-33).
Es notorio que Álvaro Alfonso tiene una fuerte empatía con su entrevistado. Nunca cuestiona lo que le cuenta ni lo incomoda con sus preguntas. Da por verídico todo lo que dice Fleming Gallo. Es más: en las notas de autor que intercala en texto cada tanto, reafirman lo que expresa su entrevistado.
Pero hay algo que no cierra en el relato de Fleming Gallo. Si es verdad que muy pronto se desilusionó con el comunismo, especialmente luego que su esposa tuvo una mala experiencia en la URSS, ¿por qué aceptó integrar el aparato armado en 1974, plena dictadura? Si ya no creía en el marxismo-leninismo, ¿por qué aceptó correr tal alto riesgo?
La parte del relato en que se refiere a su detención es la que ofrece más pistas para intentar comprender la psiquis de Fleming Gallo. Aparentemente según sus propias palabras, dijo “todo lo que sabía, para que no me trataran con rigor y no me molestaron”- Sin embargo, luego hizo un acuerdo con el capitán Jorge Troccoli para que su esposa – que estaba en Buenos Aires – pudiera regresar al país y se dedicó al “análisis de la información y de la documentación” que tenía el FUSNA. Con un humor tan sombrío como involuntario Fleming Gallo admite que eso iba a provocar la detención de personas, pero cada cual “tenía la oportunidad de salvarse por sí mismo, porque el objetivo no era la extinción de las personas, sino de la organización”. Bue… ahora me quedo tranquilo…
Bromas aparte, resulta por lo menos curioso que en la descripción de las instalaciones de detención e interrogatorios del FUSNA estén ausentes los tormentos físicos. Todos los que delataron compañeros era porque ya estaban quebrados, se sentían abandonados por el PCU y querían salvar su pellejo. A nadie le tocaron un pelo. ¿Es creíble esta versión de Fleming Gallo cuando los mismos oficiales de Marina – incluido Troccoli- han reconocido la práctica de torturas? Más aún cuando una de las personas que el menciona en el libro, el dirigente sindical Adolfo Drecher lo acusa de haberlo torturado a él y a su esposa? ¿Drecher miente? ¿Fleming Gallo no torturó a nadie?
Otra pregunta: ¿Fleming Gallo tiene las pruebas documentales, los registros contables, que demuestran que el COVISUNCA le pasaba fondos al PCU? Previsiblemente Álvaro Alfonso da por buena esta afirmación y no se las exige.
Admito que me causo una fuerte impresión la cantidad de nombres de hombres y mujeres que Fleming Gallo menciona como informantes de los servicios de inteligencia. Principalmente porque confiesa sin pudor que muchos de ellos fueron obligados a colaborar porque tenían problemas financieros, familiares, psíquicos o debían guardar algún secreto íntimo (homosexualidad).
Es esta una de las partes de la narración donde Fleming Gallo revela su vació moral. La incapacidad para comprender que formó parte de un aceitado mecanismo represivo montado por el régimen dictatorial. Por más que su ego descomunal lo haga creer que fue alguien importante en esa operativa, sólo se trató de un engranaje más de un vasto y bastante sofisticado sistema. Los militares – hay veces que da la impresión que se cree más inteligente y astuto que ellos – lo utilizaron para sus fines. No fue al revés.
La frutilla de la torta de este relato es el asunto del “Plan Sindical” o la “Central de la Marina”, ese intento de crear en el año 1979 una central sindical sin los comunistas. Aquí Fleming Gallo demuestra su desconocimiento de la historia e idiosincrasia del movimiento sindical uruguayo. Esa central era un imposible. Pero eso no es la cuestión principal. En ese momento Fleming Gallo – acompañado de su compinche Roberto Patrone – se convirtió en el capitán/teniente de navío Banchini/Banchin. Se le suministró uniforme, documentos y armas. Con ese disfraz salió junto a sindicalistas que estaban presos para ubicar a militantes para hacerles la propuesta. Álvaro Alfonso no le pregunta nada al respecto. Pero… ¿por qué se prestó para semejante pantomima?, ¿por qué no les dijo a los sindicalistas que estaban libres “Soy Fleming Gallo, ex comunista, caí preso pero descubrí que los militares son buena gente y les traigo esta propuesta sindical”? No, no lo hizo. Se hizo pasar por quién no era y dejó que los sindicalistas que sacaron de prisión hicieran el desgaste.
Pero, hay una GRAN PREGUNTA que Álvaro Alfonso no le hace a Fleming Gallo. Porque una vez que dejó ser útil a los militares y quedó en banda, se dedicó a extorsionar por dinero a los militantes comunistas que estaban en libertad. Fue descubierto y quedó en prisión hasta 1985. ¿O no fue así? ¿Estoy mintiendo?
Y Álvaro Alfonso no le hace esa pregunta porque este episodio desnuda la verdadera catadura del principal protagonista de su libro, un delincuente de cabo a rabo y obviamente, no se iba a pegar un tiro en el pie. Ni siquiera podría escribir el libro.
Finalmente: creo que es un error pensar que Álvaro Alfonso es un inepto. Nada de eso. Más allá de las fallas metodológicas y problemas de sintaxis en sus obras, posee tesón y capacidad de trabajo, imprescindibles para un investigador. Lo que sucede es que, en uso de su legítima libertad de elección, ha renunciado a buscar la verdad y se ha convertido en un militante de la causa anticomunista. Esto no es un juicio negativo sobre su actividad y mucho menos, sobre su persona. Es una simple constatación.
Sin embargo, no alcanzo a comprender las razones de su enojo con los que llama “medios complacientes” (sin mencionar quiénes son) que no reconocen su obra. Reconocimientos ha tenido. Lo han reporteado programas periodísticos de notorio tinte anticomunista, el diario El País le dedicó un editorial a su libro (26.8.2024) y los sectores militares vinculados a la dictadura le tienen mucho respeto.
¿Qué más puede pedir?
Hector Amodio Pérez (textual)
Tras la lectura de la nota del Licenciado Jorge Chagas Fausto sobre el libro de Álvaro Alfonso, Computadora, en el que participé como editor, me ha invadido una gran decepción.
Trataré de explicarme. Hace unos dos años, se me invitó a participar de un proyecto editorial con el fin de publicar aquellos textos que por circunstancias políticas o intereses comerciales están condenados a permanecer ocultos.
En esos momentos tuvimos en mano el material original que tras un tiempo se llamó Computadora, la caída de la red clandestina del PCU. Al mismo tiempo que fui conociendo el material, fui conociendo al entrevistado, Julio Fleming Gallo Sconamiglio, y descubrí, no sin sorpresas, que era acusado, como lo había sido yo, no solo de haber traicionado a sus compañeros, sino de haber participado en las torturas que esos compañeros habrían sufrido. Y descubrí que sus acusadores, casualmente, eran los mismos que me habían acusado a mí, y desde los mismos medios.
Como macaco viejo no sube a palo podrido, me preocupé de averiguar con ex miembros de la Armada que han estudiado la historia reciente, si las acusaciones sobre Fleming Gallo tenían algún punto de veracidad. Ninguno, me dijeron, así que puse manos a la obra.
Al mismo tiempo que trabajaba para el libro, mantuve con el Licenciado Chagas una relación cordial y hasta afectuosa, durante la cual intercambiamos opiniones acerca del pasado reciente, creo que en beneficio mutuo. Más de una vez le escuché decir ¡cuántas cosas ignoramos los historiadores…!
El licenciado Jorge Chagas defendía -y defiende- a quienes se han arrogado el papel de historiadores, creyendo ser los únicos que están en condiciones de analizar el pasado y emitir juicios acerca de las conductas, políticas o personales que han conocido por versiones interesadas, negando incluso ese derecho a quienes fuimos protagonistas de esos mismos hechos. A través de esos historiadores hemos sido calificados de una u otra forma, muchas veces contradictorias.
El Licenciado Jorge Chagas subtitula su nota como El vacío moral… ¿de quién?, ¿del entrevistado?, ¿de quienes asumimos su publicación? Se lamenta acerca de los adjetivos usados por Álvaro Alfonso, pero él mismo a poco de iniciada la nota cae en lo que critica: llama al entrevistado, que asume su responsabilidad con nombre y apellido, como comunista renegado.
Dice el Licenciado Jorge Chagas que el libro no es un nuevo capítulo de la historia reciente. Discrepo con usted, Licenciado. Es la primera vez que se publican los nombres de quienes colaboraron con las FF.AA. y que fueron ocultados por el PCU, creando la falsa imagen de su heroicidad. ¿Cómo es posible que se deje de lado que fuimos denunciados o acusados falsamente por quienes usted, de manera indirecta, está defendiendo?
Usted se queja de que se califique de cómodo el exilio de los dirigentes comunistas. ¿Cree usted que no fueron así? ¿Cree usted que tuvieron que mendigar un puesto de trabajo para mantener a su familia?
Se queja usted que Fleming Gallo lanza una diatriba contra el PCU llegando incluso a pedir que lo ilegalicen y prohíban sus textos (Págs. 31-33). ¿Es la primera vez que usted lee o escucha esto? ¿No se ha enterado que lo mismo han pedido miembros del Parlamento nacional? Si es así, me asombro todavía más.
Públicamente me he referido al libro de forma elogiosa, porque creo que contribuye al conocimiento del pasado, sin romanticismos ni retoques laudatorios, como se ha venido haciendo desde hace décadas, precisamente por quienes usted menciona.
Nadie puede negar la existencia de la tortura, pero tampoco se puede negar la sagacidad de quienes descubrieron que mediante acuerdos con quienes estaban quebrados, se sentían abandonados por el PCU y querían salvar su pellejo -son sus palabras- se obtenían mejores resultados.
Dice usted: ¿Fleming Gallo tiene las pruebas documentales, los registros contables, que demuestran que el COVISUNCA le pasaba fondos al PCU? Previsiblemente Álvaro Alfonso da por buena esta afirmación y no se las exige. ¿Tiene usted las pruebas de que Fleming Gallo torturó a Adolfo Drescher y señora? ¿Les ha exigido esas pruebas a ellos?
A estas alturas puede que usted se pregunte porqué he decidido contestar su nota. Como dije al inicio, porque me ha decepcionado. No pretendo asumir la defensa de Álvaro Alfonso, porque no la necesita. Pero siento la obligación moral, esa que usted dice que el libro carece, de dar mi opinión. Y lo hago porque Álvaro Alfonso es el único que ha reconocido públicamente que cometió un error cuando me calificó como traidor. Cosa que no han hecho ninguno de sus colegas autocalificados como historiadores. Paso por alto el resto de su nota respuesta. Realmente, Don Chagas, siento una gran decepción.
Sobre Amodio Pérez
Entre ayer y hoy recibí varios llamados de amigos y conocidos reprochándome amablemente que hubiese compartido en mi muro la opinión negativa de Héctor Amodio Pérez sobre mi crítica al libro “Computadora” de Álvaro Alfonso.
No es un secreto para nadie que tengo una relación de cordialidad y respeto mutuo con él. Pero mi decisión de compartir su nota nada tiene que ver con esto.
Tiempo atrás hice exactamente lo mismo con una nota de la escritora Mercedes Vigil – a quién no conozco personalmente – cuando se enojó muchísimo conmigo por unas interrogantes que planteé sobre sus dichos respecto a la historia reciente.
En ambos casos fue un acto de coherencia con mi pensamiento: la libertad es principal y fundamentalmente para quienes piensan diferente a uno. Como una vez me explicaron mis dos compañeros de Facultad, los muy batllistas Pablo Ney Ferreira y Eduardo Alonso Bentos, “el debate no solamente debe ser en términos respetuosos, por más duro que sea, sino también ha de ser en la plaza pública”. Dicho en otras palabras: las opiniones se confrontan libremente ante otros. Y esos otros que al conocer los fundamentos de cada cual deciden o no, quién tiene razón.
No se trata simplemente de tolerancia Es perder el miedo a la libertad, perder ese miedo – que genera todo tipo de intolerancias – hacia las opiniones que no compartimos. Incluso aquellas que nos desagradan profundamente.
Es democracia. Es republicanismo-
Ratifico total y absolutamente cada una de las palabras que escribí sobre el libro “Computadora” de Álvaro Alfonso.
Al mismo tiempo, defiendo con todas mis energías el derecho a la discrepancia respetuosa con mi pensamiento de cualquier persona, tenga o no trato conmigo.