Editorial

“No hay nada que perder”

César García Acosta

Mirando el programa “En la mira” del periodista Gabriel Pereira (Vtv), en el que participó Leonardo Costa, ex secretario de la presidencia de la República en los tiempos de Jorge Batlle al frente del poder ejecutivo, aludiendo a la canción “ya entendí” del grupo “no te va a gustar”, parafraseando los versos de su letra, reveló mucho de lo que está sucediendo por estos días en el país. El tema dice: “ya banqué lo que nadie se imagina/todo está/todo va, más que nada en el camino/y ahora estoy en mi lugar/no hay nada que perder, salvo vos/si te pude entender/no es porque te haya aceptado como sos/no te puedo aconsejar, no te puedo sacar de ahí, salvo vos/ya entendí…”

Dependiendo del contexto estas alusiones pueden ubicarnos en una realidad que se enrarece a medida que el paso del tiempo nos va metiendo en la campaña electoral que vendrá.

Leonardo Costa es un abogado especializado en prevención en el lavado de activos. Esta área del derecho apunta a las regulaciones públicas y privadas, y sobre sus expertos ofician de apoyo para el control del narcotráfico.

Mientras estamos en los días de impacto del episodio de prensa del narco Sebastián Marset (en el programa de canal 4, Santo y Seña), siguen sucediéndose debates sobre la ética profesional, al haber pactado los periodistas con el narco desde la ambientación del lugar de la entrevista, los fondos musicales del film que sirvieron de cortinas, y hasta el momento en que debió ser emitida la nota en Uruguay, con el solo fin de salvaguardar la seguridad personal del narco. Al mismo tiempo, el presidente Luis Lacalle y el presidenciable frenteamplista Yamandú Orsi, protagonizaron agresiones en una contienda donde ventilaron en público sus diferencias. Orsi entendió y así lo dijo ante la televisión, que el discurso del narco era muy similar al relato del gobierno, mientras Lacalle, en tono de reproche y ante las cámaras de la TV, agravioal Intendente de Canelones acusándolo de intentar lesionar la imagen del gobierno.

Si Orsi fue desinteligente en sus declaraciones de prensa, las que aunque dichas en tono de duda igualmente constituyen una lesión al honor, lo de Lacalle fue un exabrupto sin precedentes impropio para un presidente.

Guste o no, el Partido Nacional cuenta con algunos exponentes que son generadores de violencia. Ya desde antes de asumir el gobierno las amenazas de las tan mentadas auditorías que promoverían desde el gobierno, se anunciaban como “la parada de carro” para muchos de los salientes del gobierno frentista, quienes observaban con recelo cada acto de gobierno que insinuando controles se publicitaban. El tiempo pasó, y las auditorías quedaron como parte de una estrategia de judicialización de la política, la que ahora, en la contracara del Frente Amplio, apelan a una revancha a dos frentes: uno, el caso de Astesiano y la ex fiscal Fossatti, generadora de constante desasosiego que deja en evidencia los negocios turbios perpetrados desde un oficina del edificio de la presidencia. El otro es el caso del pasaporte del narco Sebastián Marset, quien recibió ese documento en forma “express” cuando estaba recluido. Este episodio terminó con un ministro, dos subsecretarios y un asesor presidencial apartados de sus cargos por implicancias en los “dimes y diretes” de hechos de apariencia delictiva que terminaron con un fiscal indagando un “chusmerío” al mejor estilo carcelario, donde todos se acusan y nadie es el culpable.

Mirando al país en perspectiva, y tomando como referencia la tan mentada “historia reciente”, en los años duros (fines de los 60 y principios de los 70), si en algo coincidían tupamaros y militares, era en la corrupción de la clase política. En ese escenario las Juntas Departamentales eran vistas como el foco de actitudes desmedidas que se atacaban constantemente con el dedo acusador de quien se sentía salvado de “culpa y pena”.

A aquellas acusaciones sin pruebas se sumó el desatino del secuestro y los asesinatos masivos, las medidas prontas de seguridad y una inflación creciente que generaba la incertidumbre de quien vivía de un salario.

Estos desmanes de hoy en la antesala de la campaña electoral, llaman a la reflexión, por reiterativos, que el objetivo encubierto es el desprestigio del adversario, bajo el riesgo de someter a toda la población a la misma incertidumbre de los años 70.

Los políticos deben considerar la frase de Costa en el programa de referencia, y preguntarnos, realmente “¿no hay nada que peder?”.

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