¿Por dónde empiezo?
Ronald Pais
Si un poder divino congelara el tiempo por un momento y pudiera tomar decisiones para encaminar nuestro país en una senda de progreso, oportunidad, esperanza y confianza seguramente se haría esa pregunta.
Por dónde empezar en un país donde la formación cívica de los ciudadanos es paupérrima y se está muy lejos de concientizar el rol fundamental en la defensa de la Libertad que nos corresponde a cada uno de nosotros.
Por dónde empezar si un gran porcentaje de las dos últimas generaciones de padres han preferido educar a sus hijos solo respecto a sus derechos pero no en cuanto a sus responsabilidades.
Por dónde empezar cuando hombres o mujeres de 40 años aún viven en la casa de sus padres, usufructuando comida, ropa limpia y abrigo mientras piensan solamente en sí mismos y en su bienestar. O cuando no, apresuraron un matrimonio o “juntarse” con una pareja con la que se fueron a convivir pero antes de haber transcurrido un año todo se fue al tacho y los viejos los ven regresar para que los o las cobijen de nuevo pero no únicamente a ellos o ellas sinovial también a sus cuitas y a sus mambos del fracaso.
Por dónde empezar con la mitad de un país que enfoca la política sintiéndose parte de una hinchada futbolera y vota cegada por su fanatismo aún en contra de aquello que lo favorece, como ocurrió con la LUC.
Por dónde empezar en una Sociedad en las que muchas mujeres han renunciado a cumplir cabalmente con el rol en el que verdaderamente son insustituibles: el de madres.
La escuela y la educación formal son complementos, la verdadera educación está en el hogar. Allí se aprende lo que está bien y lo que está mal y en esa enseñanza la intuición y la influencia de la madre son insustituibles, sin que esto signifique menospreciar lo aportes del padre.
Por dónde empezar con energúmenos que ven a los partidarios de un equipo deportivo rival como enemigos y en esa demencia son capaces de matar.
Por dónde empezar si se le pregunta a los niños que quieren ser cuando sean grandes y responden que futbolistas o narcotraficantes.
Por dónde empezar cuando uno o más funcionarios públicos son capaces de sabotear el servicio que su alta función les impone si el gobernante de turno no es de su preferencia política, sin ver que con su actitud al que más perjudican es a otro Juan Pueblo, seguramente menos favorecido que ellos.
Es fácil percibir que vivimos la época del narcisismo incontrolable donde lo más importante no es captar lo qué pasa alrededor sino sacarnos la selfie para luego estar horas acariciándonos el ego.
Por dónde empezar cuando se habla de la importancia de cuidar el mundo porque es el único hogar que tenemos y se tira basura por la ventanilla del vehículo o en el jardín del vecino, se dañan o destrozan los monumentos públicos, se siembra la playa de desperdicios, se mata a la poca fauna autóctona que tenemos, se arrasan los bosques nativos y se contamina el agua.
Por dónde empezar convenciendo a los montevideanos que nuestra capital podría ser la más hermosa de Sudamérica pero que para ello es necesario adherir a otro proyecto muy distinto del actual. Y en todo caso, reconociendo que TODAS las obras importantes de esta ciudad puerto: avenidas, parques, rambla costanera, accesos y grandes monumentos fueron construidos antes de los últimos 35 años y que ninguna renovación importante se ha hecho desde entonces.
Por dónde empezar para que quienes menos tienen puedan vivir dignamente pero no por dádiva sino por contrapartida de su esfuerzo y trabajo.
Por dónde empezar para que una oficina o un comercio comiencen a trabajar en el horario que corresponde, que el transporte colectivo pase puntual en su recorrido, que la cajera de un supermercado sepa las tablas de multiplicar o al menos sumar y restar, y que los maestros y profesores sepan que su labor es enriquecer la mente de niños y jóvenes para que tomen las mejores decisiones y no adoctrinarlos con sus propias ideas.
Ortega y Gasset, en su libro “La Rebelión de las Masas” hace casi 100 años, habla del “hombre-masa”, (sin ninguna connotación sexual, sino como sinónimo de “ser humano”), y dice:
“No se trata de que el hombre-masa sea tonto. Por el contrario, el actual es más listo, tiene más capacidad intelectiva que el de ninguna otra época. Pero esa capacidad no le sirve de nada; en rigor, la vaga sensación de poseerla le sirve sólo para cerrarse más en sí y no usarla. De una vez para siempre consagra el surtidor de tópicos, prejuicios, cabos de ideas o, simplemente, vocablos huecos que el azar ha amontonado en su interior, y con una audacia que sólo por la ingenuidad se explica, los impondrá dondequiera. Esto es lo que en el primer capítulo enunciaba yo como característico en nuestra época: no que el vulgar crea que es sobresaliente y no vulgar, sino que el vulgar proclame e imponga el derecho de la vulgaridad o la vulgaridad como un derecho.”
Por dónde empezar si las minorías cuyo deber es representar y orientar a las mayorías tratan de mantenerse en el confort de lo políticamente correcto y no se enfrentan a la mentira y al complot permanente de las fuerzas que quieren destruir nuestras bases democráticas.
No sé cómo respondería esta divinidad todas estas interrogantes, pero lo que sí sé es que si nosotros no empezamos a cambiar las cosas, el deslizamiento a la barbarie es inevitable.
Como también dice Ortega y Gasset:
“El viajero que llega a un país bárbaro sabe que en aquel territorio no rigen principios a que quepa recurrir. No hay normas bárbaras propiamente. La barbarie es ausencia de normas y de posible apelación”
¿Lo que digo se entiende como una crítica a nuestro actual Gobierno? No lo es. En poco tiempo se han hecho cosas importantes y seguramente otras se harán pero también hay algunas de enorme importancia que debieron hacerse y de ello ya me he ocupado en otras columnas.
La problemática que hoy encaro no implica solamente al Gobierno, implica a la Sociedad toda y por tanto nos involucra, indicándonos que tanto nuestras acciones como nuestras omisiones tienen consecuencias. Hay que abandonar la comodidad del “no te metás” o del “para eso los voté”, para decir lo que hay que decir y hacer lo que hay que hacer. A toda hora y en todos lados
Hay que cambiar la crítica tribunera y quejosa por jugarse más en la acción.
Hay que rodear a quien le veamos condiciones para portar la bandera y no esperar que ese u otro hagan lo que debemos hacer con nuestra propia decisión.
Cambiar se puede si empezamos a hacerlo.
Tal vez así frenemos ese odiado deslizamiento a la barbarie que no parece tan lejano.