Livianitos
Washington Abdala
Los principios no se entregan.
Así lo afirman los falsos principistas y en la primera esquina regalaron la mitad de ellos.
Esto le sucede a la gente que no los tiene definidos, claros y pensados.
Solo se “creen” principistas pero no lo son. Son frágiles de moral. Libélulas al viento. Muchos, algo necios y cargados de autoestima sobrevalorada.
El que se dice muy principista… humm… desconfiemos (los principios se ejercitan en la vida real no en la retórica discursiva).
Pasa algo así: Viene un ñato -que es de la barra del otro lado- y lo chamuya al poco ético y falso principista… al rato están comiendo bizcochos y de parranda. El adversario seduce a nuestro socio. ¿Qué pasó? Simple: que no tenía principios, que por alguna prebenda menor se cruza de bando y se pone la otra casaca filosófica.
El leal compañero era un benemérito traidor. Está lleno el mundo de traidores a sus causas. No confundir con los que evolucionan en sus ideas, los que se arrepienten y corrigen el rumbo, éstos, por el contrario son valientes que asumen su pecado y ponen el rostro afirmando que aquello que sostuvieron fue un error y ahora van de frente en sus nuevas aventuras. ¿Se le puede reprochar a Mario Vargas Llosa haber sido de joven un idealista y haber creído que lo de la Habana pudo haber sido distinto? En 1959 el planeta aplaudió la caída de Fulgencio Batista. Era la caída de un dictador, no se podía imaginar nadie que luego habría una escuela de dictadores profesionales en esa isla.
Volviendo a los no principistas, uno se descorazona, no sabe qué hacer, si ir a gritarle: ¡Me traicionaste”. O continuar altivo con pose prescindente, frente a los ejecutores de semejante comportamiento, o sencillamente darse media vuelta y retirarse apesadumbrado a llorar la pena en algún lugar escondido de por allí.
Mucha gente es floja de principios, mucha, y hay que convivir con semejantes personas. Son así livianitos de utopías e hipócritas. No lo sabemos pero son más de los que la población debería tener.
Y se les ve caracolear y a pesar de la vergüenza que causan, esta posmodernidad los transforma en personajes curiosos, hasta dignos de algún grado de visibilidad mediática por el delirio de sus narrativas finales. (Más de uno está de listo y se abusa de esta circunstancia sabiendo que lo que se consume en la posverdad es amplio).
En general, el flojo de principios es un individualista, es alguien que -en realidad- nunca creyó en ningún principio, menos en los demás y, sin embargo, nos hizo creer que sí para ganar nuestra simpatía. Es egoísta, se nos muestra como un señor afable, caballero y todas esas cosas, pero en los hechos solo se vende así para afuera. Así como se lo digo lector, se vende por visibilidad, venganza o algunas monedas. Gente embromada que anda por allí reverberando su insidia sin problema alguno.
En realidad, aclaro, no debe confundirse el ser sin principios con el hipócrita.
Los hipócritas, al final, siempre, indefectiblemente son descubiertos alguna noche en la que cuentan sus fechorías a alguien en tono jacarandoso y ese alguien los vende en una esquina siempre, de manera ineluctable. Y esto es así porque el hipócrita suele ufanarse de su talante, se cree dominador de la vida y la vida lo termina embocando siempre.
Son tiempos lábiles, épocas en las que los principistas, los que creen en causas nobles, los que suman por detrás de lo positivo se enfrentan no solo al enemigo destructivo sino a mucho mequetrefe en sus propias filas que por temor, miseria o cálculo personal no se la juega. Livianitos.
El luchador, el combatiente, el que está en la primera fila del asunto sabe quien toma riesgos, quien se juega el todo por el todo, sabe bien que quien se esconde debajo de la trinchera, haciendo que está en la movida pero está anidado dejando pasar el reloj, dejando que otros mueran en la lucha, lo sabe bien.
En la vida, en las comarcas, en la aldea, en donde sea, al final se sabe todo de todos. Siempre se sabe la honorabilidad, la rectitud, las redes, los amigos, la grandeza y todo de todos. Y más hoy en un mundo donde hablar por Whatsaap es gratis. Parecerá una tontería el comentario, no lo es, creánme que se conoce a mucha gente y sus verdaderas personalidades en grupos de Whatsaap donde aflora el inconsciente y los seres son como uno no imaginaba. ¿O no les ha pasado en algún grupo de Whatsaap donde uno lee los disparates y las muestras de delirio más increíbles que uno no podría imaginar? (y muchos jaiters…)
Siempre me han producido disgusto los poco principistas, junto a los hipócritas, los filibusteros y los tránsfugas de la palabra verdadera. Son gente que arruina cualquier espacio en el que están y le dan la razón al Nietzcshe que terminó dudando del hombre y se apostó en el escepticismo (hay varios Nietzsche, es cierto, este es todo un debate, ahora la izquierda y la derecha lo idolatran, de manual también).
Sepa el lector que los liberales, los humanistas, no hacemos nada con esta gente, no hacemos purgas, no los denunciamos, no los ubicamos en un paredón para sacarles la vida, simplemente…los dejamos ir y hasta les decimos: buenos días en la triste circunstancia de tener que cruzarnos con ellos una mañana cualquiera sabiendo que uno irá por la ruta del bien y el sátrapa recorrerá sus caminos.
No pocos mirarán para abajo y esconderán el rostro.
Es casi lo previsible.