¿El “deber ser” no existe en la era tecnológica?
Washington Abdala
La ciencia y la tecnología no piensa el “deber ser”, sencillamente es el ser en su explosión más absoluta y por eso avanza sin una validación ética
Lo que sucedió es que no nos dimos cuenta, simple y concreto, no nos dimos cuenta de la velocidad del cambio que se produjo entre nosotros.
Mi abuelo era médico de una pequeña ciudad en el sur de América, viví con él varios años de mi niñez en los ‘60 del siglo pasado, y como él atendía en su domicilio, muchos pacientes que venían con enfermedades contagiosas los ingresaba en una salita de espera mientras le tocaba el turno de ser atendido a cada uno de ellos. Como yo era un niño se me antojaba jugar con los pacientes buscando que alguno me prestara un poco de atención. Un día mi abuelo me explicó algunas de las enfermedades de los que estaban en esa salita y me suplicó -por mi bien- que no ingresara más. El susto pudo más y no visité nunca más a la benemérita sala de espera.
Lo que sucedió en las últimas décadas es que la tecnología hizo que nuestros niños ingresaran en salitas virtuales -parecida a la de mi abuelo- solo que ahora sin freno alguno, y con muchos “enfermos” en clave de patología sexual hacia niñas y niños merodeándolos olímpicamente sin nadie que los detenga. El número estadístico que informan los organismos internacionales es alarmante en cuanto a los potenciales contactos que un niño en las redes sociales puede padecer de un atacante sexual. Estremecedor. Y está descrito en clave de “potencialidad” y no es un “numerito” para no ser atendido, es sencillamente atroz que esas personas se introduzcan en las computadoras de los niños, ingresen olímpicamente en sus casas mientras los padres miran Netflix o quedan felices viendo el show del prime time que la televisión de masas aún repiquetea.
Lo que sucede es que la ciencia y la tecnología no piensa el “deber ser”, sencillamente es el ser en su explosión más absoluta y por eso avanza sin una validación ética. Vamos hacia Marte con tripulación más temprano que tarde y no está claro el objetivo de ello. Es cierto, Elon Musk lo explica y no está mal su teoría. No sé si alcanza. De veras no lo sé. Entonces lo de la validación moral, siempre llega tarde. Por eso los descubrimientos en materia de ADN, de genoma humano, de física cuántica hacen que vivamos en una sociedad en la que mucho era inimaginable y hoy ya no lo es tanto (en general el progreso es mayor que lo caótico, digamos la verdad). Pero desde estar perdidos en cualquier ciudad y ubicarnos con un GPS en dos segundos, hasta ver el rostro y conversar con hijos o abuelos a través de un smartphone colgados de internet desde Australia a Argentina, todo produce un estado de globalización que no siempre se capta en su dimensión real. Han pasado muy pocas décadas donde esto no era real sino fantasía. Es más, los más acaudalados de la sociedad planetaria tienen a su alcance métodos de diagnóstico, prevención y recuperación sanitarios que el resto del planeta tendremos que esperar algún tiempo para su masividad. Pero llegará, a mi me operaron de apendicitis con 13 puntadas y 15 días de reposo, hoy la lamparoscopía es casi mágica.
Pero la tecnología cada vez es más acelerada y eso -insisto- es positivo si está al servicio de la humanidad pero puede ser letal si se desparrama en manos equivocadas. Tener miedo en estos tiempos, entonces, no es un acto de cobardía, es sensatez 2022. Al fin y al acabo del descubrimiento atómico supimos lo bueno y lo malo que produjo casi al mismo tiempo. Nunca vimos algo tan espectral como lo de Hiroshima. Y eso sucedió, no fue ciencia ficción. El hombre creando y destruyendo en un segundo.
Y ahora, mientras esta modernidad se nos vino encima, las plataformas digitales y sus estilos de comunicación van pautando comportamientos. Instagram empieza a ser mirado entre ceja y ceja por su incidencia -¿solo incidencia?- en la construcción de modelos estéticos y actitudinales (en el fondo culturales) que se le imponen a sus usuarias y usuarios, y los afectan en el plano emocional. No todas las mentes están lo suficientemente aptas para vivir en un mundo de hedonismo, cuerpos esbeltos y sonrisa pluscuamperfecta. La mayoría de los humanos -lamento informar- somos bastante menos apolíneos de lo que Instagram parece pretender de nosotros, y si no se comulga con esa felicidad (¿autoritaria?) no hay manera de estar allí. Es cierto, no es un código explícito, es sencillamente un código implícito, pero tiene la autoridad de la evidencia empírica. No hay nada polisémico allí, más bien todo es unidireccional y bastante autocrático. Y estoy en esa red, pero no soy libre allí, las cosas como son.
Estos son temas que la educación formal debería actualizar, casi que diría que es vital hacerlo junto con cierta “educación-cívica-básica” para ubicar al joven en su dimensión axiológica en el mundo actual y procurar que comprenda parte de su sentido existencial. Extraño tanto a Ken Robinson. Él lo decía con sencillez y con una fuerza que los simples mortales no podemos. No se puede pretender que un joven en 2022 entienda la maldad de Lady Macbeth si antes no entendió el modo de ser de ciertos “dogmas” que funcionan introduciendo valores del presente en las redes sociales. Y hay que inspirar hacia lo que se ama. Y no siempre enseñamos a amar el conocimiento (a su elemento) sino que seducimos con el supuesto conocimiento que se monetiza mejor. Un desastre emocional neto.
Recuerde el lector, en el pasado reciente la publicidad del hombre de Marlboro era el típico macho fuerte, montado en su caballo, dominando la escena, con poder y el bendito cigarrillo significaba una caracterización de eso que mostraba. Era un atributo más, pero para el espectador (todos nosotros) el mensaje era: si fumo un cigariilo Marlboro seré como ese personaje. Nos llevó un tiempo darnos cuenta de la estupidez del mensaje (décadas) y otro tanto de lo letal del cigarrillo (décadas). Entonces, la pregunta actual es: ¿cuáles son los mensajes del presente que están influyendo en las actitudes y en el comportamiento de los más jóvenes? Porque algo sucede que la angustia, la depresión y hasta los suicidios juveniles han aumentado de manera alarmante en un mundo donde las adicciones no se han reducido. O sea, las predisposiciones mentales deben cuidarse siempre y no parece ser el caso de muchas plataformas sociales que se quitan responsabilidad en esto. ¿Habrá que mirar para el costado o el mensajero alguna responsabilidad posee en este capítulo del presente donde no todas son rosas?
Todos somos hijos de nuestro tiempo, pero los más jóvenes son los portaestandartes del presente, ellos, sin saberlo -porque nadie les pide permiso- tienen una agenda donde el verdadero poder de otros les va marcando su derrotero. Como hubo una generación hippie que reaccionó ante las guerras porque las advirtió absurdas, hoy existe una generación que hace lo propio con la barbarie ambiental de lo que se ha hecho con el planeta y sus afectaciones. Por eso hay jóvenes del mundo que salen a quejarse por el cambio climático y lo hacen furiosos. Tienen razón y están bien sus alaridos. Pero no siempre están observando el resto de los túneles ciegos en los que están. Y en esto, me perdonarán, la tecnología de costado -si bien los ayuda en la posibilidad de auto convocarse en sus reclamos legítimos- también los induce y los metaboliza en dimensiones virtuales que son discutibles en su mirada ética. ¿O no conocemos casos de violencia que se produjeron por discusiones en la red social? ¿O no hemos visto actos de brutal criminalidad por creer que las redes morales tienen la capacidad de lapidar sin conocer la fragilidad psíquica del otro en esos asuntos? Las redes sociales no son el circo romano, eso es un error, las redes sociales son la nueva calle por la que todos transitamos: el problema es que no tienen semáforos, ni carteles de señalización reales, o lo que existe no logra tener la entidad para corregir rutas peligrosas y la velocidad en la que se circula es siempre incandescente.
Se me dirá entonces que el “deber ser” en las redes sociales es un tema de futuro. No lo creo, es para ayer, las redes son la vida actual de la gente, todo lo hacemos desde los teléfonos y todo es posible que nos pase allí. Filosofar a la manera de Sócrates y Platón para un mundo que no es tal resulta un absurdo, hoy eso vale la dialéctica a través de internet. En todo caso, usemos sus lecciones para aplicarlas al mundo virtual-real. Es un lugar común, pero lo repito por si hay algún distraído: Matrix era una película, ahora es realidad. Y no asumir esta evidencia es no entender la actualidad en la que estamos. Las cosas no son como queremos sino como son. Entenderlas y mejorarlas es lo único que cabe. Valorarlas moralmente es un imperativo categórico al decir de Emanuel Kant.