Política nacional

Elegir o no elegir, esa no es la cuestión

Jorge Bonini

El ser humano hace elecciones constantemente. Al decir de Sartre, hasta cuando se decide no elegir se está optando, es decir, se está eligiendo.

Y cada uno elige lo que a su criterio es lo mejor, con la relatividad del tiempo y las circunstancias, o sea, lo que es mejor hoy para mí, quizás no lo fue antes, y quizás tampoco lo sea después.

En muchas ocasiones elegimos sin conocer, sin razonar, sin evaluar; lo hacemos como una reacción, como consecuencia de una conducta instintiva, o por el contrario de una conducta aprendida, o como resultado de una adhesión emocional histórica, que sin darnos cuenta ha anulado nuestra libertad de conciencia y nos conduce a navegar una y otra vez por un mismo cauce, aunque haya otros cursos más seguros, efectivos y acordes con nuestros auténticos y quizás reprimidos sentimientos y pensamientos.

Todo esto se da a lo largo de nuestra existencia desde que tenemos capacidad de tomar nuestras propias decisiones, aunque siempre hay momentos, verdaderos hitos que marcan una sustancial diferencia para nuestras vidas, tanto en términos individuales como colectivos.

Y por supuesto que en materia de acción social y política las decisiones individuales y colectivas tienen la misma lógica de funcionamiento. Elegimos al elegir y al no elegir, elegimos por tradición o por reacción, por convicción o por desconocimiento, con criterio o con irresponsabilidad, con libertad o por la “camiseta”.

Cuando llevamos la capacidad individual de elegir al plano cívico, consagramos un derecho intrínsecamente ligado al sistema democrático de gobierno, elevando a su máxima expresión las consecuencias colectivas de cada decisión. Pero cuántos de nosotros hemos planteado alguna vez por qué camino llegamos a tomar esa trascendental decisión. ¿Nos informamos suficientemente sobre las opciones disponibles?, ¿conocemos las propuestas?, ¿elegimos personas, programas de gobierno o programas de gobierno y personas para que los ejecuten?

No conozco estudios que revelen con certeza en nuestro país cómo juegan esas y otras posibilidades a la hora de decidir,  pero me animo a sostener que en muchos ámbitos la “camiseta” y la propaganda que la “sacude”, pesan más que cualquier otro elemento. Y esto, por supuesto, no es nada bueno para la forja de nuestro destino como comunidad tanto en términos institucionales, como económico-sociales y de convivencia ciudadana.

Cuando se elige sin fundamento, sin criterio, sin análisis, se elige por fanatismo y a favor o en contra de un partido, de un sector, o de un candidato. Los programas de gobierno son muchas veces utilizados como mecanismos de propaganda ideológica y no de propuestas concretas y, por ende, en pocos casos pueden ser primero valorados y luego contrastados con las acciones llevadas a cabo efectivamente por los correspondientes actores políticos.

Montevideo es sin duda el mayor ejemplo de cómo la mayoría de sus ciudadanos procesan su elección y de cómo una y otra vez la mayoría reitera opciones que han fracasado en la búsqueda de soluciones a los problemas reales y más elementales que deben afrontar los gobiernos subnacionales, tales como la limpieza, el transporte público, el cuidado ambiental y el tránsito vehicular. Y eso que desde 1990 a la fecha ha crecido considerablemente la estructura técnica, administrativa y operativa del gobierno departamental.

Se pasa constantemente de una costosa improvisación a otra, como por ejemplo ha venido ocurriendo con el uso de recipientes para el depósito de residuos. No porque sea inconveniente sustituir un tipo por otro luego de un tiempo razonable, ya que es lógico que haya una evolución en los sistemas y también que varíen las ubicaciones y cantidades en función de la evolución urbanística del departamento y de los cambios en los hábitos de consumo, sino porque por ejemplo se va de una planificación de colocación masiva de recipientes, a anuncios nunca concretados de empleo de tecnología de punta para el control y manejo de los residuos, para llegar en realidad a la supresión de las papeleras en espacios públicos para que no haya desbordes de basura ni presencia de hurgadores. Como quien dice, vamos a proclamar la clasificación y el reciclaje, pero al mismo tiempo vamos a impedir que puedan existir. La consigna parece ser: cuanto más “verde” nos proclamemos, más “oscuros” serán nuestras ideas y proyectos.

Más que una solución se trata de un claro y tácito reconocimiento de la incapacidad de controlar el adecuado uso de esos recipientes y de carecer de la logística adecuada para el mantenimiento sistemático de la limpieza y de las condiciones de esos depósitos de residuos.

Volviendo a Sartre -eximio filósofo existencialista y marxista- el ser humano está condenado a ser libre, por lo que es enteramente responsable de sus decisiones y, por ende, también de sus consecuencias. En la medida que todos y cada uno de nosotros no asumamos esa máxima, no podremos avanzar en la construcción de una sociedad que sea cada vez más rica y más justa.

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