Política Internacional

Hemiplejia ideológica

Fátima Barrutta

Es tan triste como cierto: el lado del conflicto que cada uruguayo defienda, luego de los hechos recientes en Israel, es indicativo de su adhesión al sistema republicano de gobierno o al fanatismo totalitario.

Julio María Sanguinetti ha definido bien a Israel como “La trinchera de Occidente”, en un recordado libro que lleva ese título. Escribe nuestro admirado expresidente que “en tiempos de terrorismo islámico y de fundamentalismo musulmán, que cuestionan nuestros valores esenciales, el Estado judío es el emblema de la civilización occidental, forjada en las tradiciones judía (la igualdad ante las tablas de la ley), cristiana (la piedad ante el desvalimiento), griega (la racionalidad) y romana (la organización de la sociedad para su convivencia). Una Europa vacilante tiene su primer escalón de seguridad en su sobrevivencia”.

La valoración de los trágicos atentados del sábado pasado, que perpetrara la organización terrorista Hamás, es la prueba del nueve que marca de qué lado de esa trinchera se encuentra cada uno.

Hay una evidencia que omiten quienes desde la izquierda se muestran tolerantes con las barbaridades criminales de Hamás. Por ignorancia o mala intención, minimizan el hecho de que se trata de una organización de extrema derecha, autoritaria, intolerante y violenta, que persigue, encarcela y ejecuta a quienes se le oponen, que oprime a las mujeres y adoctrina a los niños en una judeofobia genocida.

En estos días ha sido indignante leer tuits de destacadas personalidades del Frente Amplio y tres comunicados seguidos (del Partido Comunista, el Pit-Cnt y la FEUU) donde se condena tibiamente la repugnante masacre y se la enmarca en la lucha del pueblo palestino por una causa justa. Repito: son ignorantes o mal intencionados.

Porque a esta altura no es secreto para nadie que el pueblo palestino es otra víctima de Hamás, banda terrorista que en nada lo representa y que tiene un único objetivo manifiesto: eliminar el estado de Israel. Con ello aspiran también a llevarse puesto el espíritu de Occidente: una porción del planeta que con esfuerzo y sin arrogancia ha logrado consolidar naciones donde se valoran y defienden los derechos humanos y se vive y progresa en libertad. Países como Israel, donde impera el pluripartidismo y los gobiernos se eligen por el voto ciudadano. Donde la legislación consagra la igualdad ante la ley y la libertad de expresión. Donde no se persigue a nadie por su forma de pensar ni por su orientación sexual. Donde se invierte en educación, ciencia y tecnología. Donde el bienestar económico se asienta en la creatividad y el esfuerzo, y no en transferencias millonarias de dictaduras extranjeras. Donde conviven en paz personas de las más diversas nacionalidades, incluso árabes… El analista político Claudio Fantini ha comentado en estos días que una de las razones que explican la porosidad de la frontera, que permitió el ingreso de los terroristas, fue que diariamente más de 20.000 palestinos que vivían en Gaza, la cruzaban para trabajar en territorio de Israel.

Es verdad que se puede discrepar con la orientación derechista del gobierno de Netanyahu, pero guste o no, fue elegido por la ciudadanía, la cual por otra parte, ejerció de forma libérrima el derecho a protestar contra ese gobierno por la reforma del sistema judicial que llevaba adelante.

Después de la siniestra masacre del sábado, todos esos disensos quedaron en el pasado y los israelíes respaldan a un gobierno que se hartó de la barbarie y asume una respuesta bélica enérgica y contundente. La izquierda uruguaya que critica esa reacción, como si nada hubiera ocurrido para motivarla, parece que fuera funcional al objetivo terrorista, que no es otro que el de radicalizar los conflictos para posar de víctimas y exacerbar aún más el fanatismo antisemita.

El fundamentalismo de Hamás y las demás organizaciones terroristas de esa índole, es una tergiversación burda y perniciosa del Islam, que es una religión de paz.

A través de los últimos años, hemos visto a fanáticos estrellar aviones contra las Torres Gemelas de Nueva York, o enviar hijas adolescentes “deshonradas” a purgar sus supuestas “culpas” convirtiéndose en terroristas suicidas. Hemos visto a asesinos de ISIS decapitando a periodistas occidentales ante una cámara, para aterrorizar a las sociedades libres. Ejecuciones masivas, horrores inhumanos que reviven los peores recuerdos del nazismo. 

Tal vez el mejor símbolo de la distancia moral entre unos y otros, esté en que la masacre del sábado se descargó primero que nada sobre unos centenares de jóvenes procedentes de distintas naciones, que se divertían en un festival de música celebratorio de la paz.

Los que en un país democrático como el nuestro minimizan esa acción criminal, justificándola falsamente como una lucha por la libertad, deberán rendir cuentas ante la ciudadanía. No se puede ser tan poco empático con el sufrimiento de quienes nada hicieron para merecerlo.

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