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¿La política funciona bien? Así va la democracia en Latinoamérica

Recesión en ascenso, democracia en América Latina

Ángel Arellano – Alejandro Guedes (diálogopolítico.org; Newsletter Konrad Adenauer)

La mitad de los latinoamericanos piensan que la democracia puede funcionar sin partidos. ¿Por qué es razonable esta reacción? Cada vez más ciudadanos creen que son viables otras formas de representación. Política e indiferencia están caminando de la mano. Nunca fue tan alto el porcentaje de ciudadanos latinoamericanos a los que «no les importaría» si un gobierno no democrático llegara al poder con tal de que resuelva los problemas. El último informe de Latinobarómetro demuestra que más de la mitad de los consultados (54 %) tuvieron esa respuesta, el valor más alto desde 2002. Además, el 69 %, es decir, siete de cada diez de los 19.205 entrevistados, están insatisfechos con la democracia.

Por otro lado, el 48 % de los latinoamericanos creen que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno y 17 % consideran que en algunas circunstancias un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático. En los tres indicadores el denominador común es el mismo: un preocupante desempeño del apoyo a la democracia respecto de 2020. [1]

¿Democracia sin partidos?

Latinobarómetro subraya otra alarma: 48 % piensan que la democracia puede funcionar sin partidos políticos. Es decir, que la democracia es posible con otras formas de articulación de demandas sociales e intermediación entre ciudadanía y gobierno. Ahora bien, si miramos algunos de los principales mecenas de la política regional, ¿no podríamos apreciar nítidamente lo razonable de este resultado?

En Panamá, Colombia, México, Paraguay, Perú y Guatemala, la mitad o más de sus ciudadanos afirman que no hacen falta partidos políticos. Apenas en Uruguay, Costa Rica, República Dominicana, Venezuela y Argentina, que no suman un tercio de los habitantes de la región, prevalece con más claridad la afirmación de que «sin partidos no puede haber democracia». En 1997, quienes creían necesario la existencia de los partidos políticos para que existiera democracia alcanzaban el 67 %. En 2023, de acuerdo con Latinobarómetro, el dramático descenso llegó al 44 %.

Si miramos estos datos en frío, son sólo de una nueva fotografía. Pero, si usted fuera responsable de un partido político, ¿no le generaría preocupación? Parece una obviedad: hay tareas pendientes en las que trabajar. Las cifras mencionadas advierten el magro horizonte de la democracia de partidos en la región para aquellos que seguimos defendiendo una postura donde los partidos políticos son una pieza clave para el gobierno democrático. ¿Luces rojas? Creemos que sí.

Los partidos políticos funcionan ¿bien?

En esta América Latina llena de problemas pero que aun así preserva el patrimonio de contar con casi todos sus países bajo democracias formales, el 77 % de las personas encuestadas por Latinobarómetro consideran que los partidos no funcionan bien. En ocho países esa respuesta supera el 80 %. El caso más extremo es Perú, donde alcanza el 90 %.

Estos resultados son parte de un proceso paulatino de erosión de la democracia y sus instituciones. Encierran un deterioro lento y profundo del arraigo de los partidos políticos en la sociedad. Sin embargo, lo que vemos desde la gestión del aparato estatal y en la mayoría de los sistemas de partidos, es algo distinto a lo que se podría esperar de quien está en el diván frente a su electorado. Cabe aclarar que no nos referimos aquí a una crisis de representación generalizada, sino a una pérdida de sintonía entre las organizaciones políticas establecidas y la ciudadanía.

Este diagnóstico no es nuevo. Por el contrario, reitera lo que otros reportes vienen detectando sobre el estado de opinión pública: V-Dem, Barómetro de las Américas y Freedom House.

La política en el contexto actual

Luego de la pandemia, con la expansión del narcotráfico y la migración intrarregional, millones de personas han quedado disconformes con la gestión de sus respectivos gobiernos. Más que un corrimiento ideológico hacia la derecha o la izquierda, lo que se muestra es la demanda de un cambio de rumbo. Pocos países han podido salvarse de esa realidad. Existe una asociación de factores que intervienen y potencian el malestar. La no reelección y la presencia de ciclos políticos más breves son parte de ese corolario.

En el terreno económico, la crisis y el mal desempeño gubernamental han alimentado el rechazo a la política. Durante la pandemia, la crisis económica se combinó con una crisis emocional de personas que sufrieron la muerte, el miedo, el aislamiento y, en muchos lugares, la escasa respuesta del Estado en la asistencia económica y de salud. A estas variables se les debe añadir la corrupción y el narcotráfico.

Quizá es momento de cambiar el prisma con el que se analizan la política y los partidos. Si queremos revitalizar las ideas democráticas es necesario tener una mirada crítica sobre el estatus actual. En el nuevo contexto, es razonable que parte de la sociedad crea que los partidos ya no son los pilares de la democracia, sino parte del problema. Ese es el discurso que hoy está en juego en la Argentina con la irrupción del candidato Javier Milei. También está presente en El Salvador con Nayib Bukele, en Costa Rica con Rodrigo Cháves, o en Brasil durante la época Bolsonaro.

Populismo y delegación

Ese estado de ánimo que reciclan nuevos líderes populistas tiene como denominador común el llegar a la política impulsados por el enojo de millones de personas frustradas por la gestión de quienes conducen el sistema democrático de sus países. Una vez en el poder, se puede esperar un proceso de acoplamiento a las pautas republicanas de gobierno, pero por lo general la experiencia indica que los líderes personalistas y populistas, justamente por prescindir de una estructura partidaria que haga la intermediación, caen en la tentación de los atajos en la toma de decisiones. En otras palabras, se opta por practicar la delegación de atribuciones, el no respeto a la rendición de cuentas horizontal, la democracia plebiscitaria, el centralismo y el autoritarismo.

Sobran los ejemplos. Omitamos las dictaduras de Ortega y de Maduro. En Brasil, Bolsonaro que, si bien era congresista de larga data, se presentó a sí mismo como outsider del establishment político. Payo Cubas acumuló más del 20 % de las preferencias ciudadanas promoviendo un portazo a la democracia del Paraguay. El fenómeno Milei va en el mismo sentido. Más allá de las diferencias de cada caso, son figuras cuyo éxito versa en anunciar la eliminación de las prácticas de corrupción, de clientelismo y de mala administración presentes en el Estado a través de una «nueva» democracia a su medida.

¿El problema es la casta?

La política tradicional en Latinoamérica tiene un problema complejo en sus manos, producto de años de desaciertos y una mirada autocompasiva. Quienes no se ven representados por esa oferta política del sistema encuentran en los outsiders un formato novedoso, que se potencia con los recursos de la comunicación digital para persuadir y captar a todo aquel que se siente excluido de los beneficios del sistema. El éxito de estos líderes es inversamente proporcional al fracaso de quienes han gobernado y ya no son vistos como parte de la solución.

La encrucijada para los partidos políticos formales es la de caer o reinventarse. Es decir, actualizar bases ideológicas, apuntar en la agenda pública las buenas prácticas de gobierno, la promoción real de la democracia, potenciar el combate a la corrupción y el narcotráfico, entre tantos otros temas que siguen pendientes en la agenda de los países de la región. Requiere también comprender los nuevos fenómenos y las nuevas formas de representación que las personas están demandando.

Los partidos no son organizaciones estáticas y, al igual que la sociedad, deben moldearse a cambios, a veces moderados y a veces vertiginosos. La mitad de los ciudadanos hoy creen que los partidos son prescindibles: es un llamado de atención imposible de omitir.

Nota. [1] El informe Latinobarómetro 2021, a partir de una encuesta regional realizada en el año 2020, mostró que a un 27 % de los latinoamericanos les «da lo mismo» vivir en democracia o no; un 49 % prefieren la democracia a otras formas de gobierno; y un 13 % apoyan un gobierno autoritario.

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