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LA RAICES DEL GOLPE MILITAR

Primer ensayo con militares

Jorge Leiranes

Hurgar en las raíces del golpe militar de 1973 es labor, ciertamente,  de largo aliento, que remite muy atrás en el tiempo, y que trasciende los márgenes de una nota periodística. Es así que, al echar un vistazo atrás, rápidamente comienzan a aparecer -más aquí o más allá- vestigios, reveladores, que explican y que permiten interpretar acontecimientos. En esa búsqueda, darse de bruces con un hecho casual o causal, no es nada infrecuente. Como tampoco encontrar guardada en las páginas de diarios viejos, noticias con cierto aspecto de intemporalidad.

Este es el caso de un episodio en la vida del país, sino olvidado, poco recordado, en que, básicamente la Policía uruguaya, sofocaun intento de golpe de Estado.

Con el fin específico de investigar las andanzas de un grupo de determinados militares y policías, que se sabía, abrigaban el propósito de conspirar, -en febrero de 1946, durante el gobierno de Juan José de Amézaga- fue creado un servicio de inteligencia del ejército y la policía.

Luego de cuatro meses, en que los conjurados -dejados en libertad de acción, mientras eran sigilosamente vigilados- avanzaban en los preparativos para, en fecha próxima, y de manera repentina, llevar a cabo la toma del poder, fueron sorprendidos por un bien planificado operativo.  Habiendo llegado a la conclusión de que tenían indicios suficientes para demostrar las actividades subversivas de los sindicados, las fuerzas del orden procedieron a desarticular la conspiración.

Desde la hora 7 del domingo 30 de junio de ese año, el Alto Mando de las Fuerzas Armadas ordenó el acuartelamiento de todas sus unidades en la Capital, al tiempo que la Jefatura de Policía hacía lo propio.  Apenas una hora después, mediante orden judicial, eran allanados seis domicilios particulares, de policías y militares, entre ellos el del coronel retirado Esteban Cristi [padre del general homónimo, que 27 años después iba a encabezar el golpe de Estado del 9 de febrero de 1973]. Junto a él fueron aprehendidos casi una treintena de oficiales de diferentes reparticiones de las  fuerzas policiales y militares.

 Veintinueve, exactamente fueron los conspiradores detenidos, entre los que se destacan, además del coronel Cristi, el teniente retirado Juan C. Ferreira; quien habría utilizado su residencia para reunir a los subversivos; Raúl G. Sartorio, ex–suboficial radiotelegrafista de la Aeronáutica Militar, el que, tiempo antes, había sido declarado cesante por alentar ideas nazis y pertenecer a la redacción del diario nacionalsocialista Libertad; el teniente Manuel R. Morosini, del Batallón de Infantería Nº 1, a cuyo Servicio de Inteligencia pertenecía; Juan Francisco Pereira, más conocido por “Pico”, ex chofer de la Escuela Militar; teniente Paez, del Batallón de Ingenieros Nº 5; alférez de la Guardia Metropolitana, Basilisio Yorda; sargento Pedro Irastorza; sub-oficial Vega, de la seccional 15ª de policía y algunos otros, cuyos nombres no  fueron dados a conocer en primera instancia, por mantenerlos en impenetrable reserva las autoridades del Ejército y de la Policía.                       

Cerca del mediodía de ese último día de junio, la Jefatura de Policía mediante un comunicado oficial, informó sobre el procedimiento, fundado en razón de que “dichos funcionarios tramaban, desde hace meses, la realización de un movimiento subversivo” y concluía garantizando que, “No obstante la gran actividad desplegada por los detenidos la conjuración no alcanzó en ningún momento proporciones que dieran lugar a preocupación puesto que el Ejército y la Policía revelaran, con la actitud de todos sus representantes auténticos, franco repudio por el movimiento subversivo, probando su adhesión a la legalidad y a los poderes constituidos”.

En precisas y medidas palabras el propio Jefe de Policía, doctor Abelardo Véscobi, quien había codirigido la operación en declaraciones a los periodistas afirmó, que  las autoridades del Ejército, él y su plana mayor, “estaban enteradas de todos los pasos y de todas las actitudes de los que pretendieron complotar contra el bienestar de la República. Y es cumpliendo un deber que han sido sometidos a la justicia ordinaria”. Tres días después el Juez de Instrucción de 4º Turno y de Defensa Nacional, Dr. Julio César De Gregorio dictó sentencia de procesamiento.

Entre las primeras horas de la tarde, de anteayer martes y las ocho de la mañana de ayer –consignaba EL DÍA en su edición del 4 de julio- pues, el juzgado estuvo trabajando durante toda la noche y la madrugada, el Dr. De Gregorio recibió alrededor de cuarenta y siete declaraciones, asistiendo a más de quince careos entre los inculpados. Instados por el Juez -según la crónica- se pudo confirmar que los detenidos confesaron que “pensaban constituir una sociedad de camaradas, de índole patriótica y que habían elegido la fecha patria del 18 de julio -de ese año- para desencadenar la conspiración contra el orden público”. Diez y nueve años más tarde, también un día festivo, el 25 de agosto de 1964, se iba a fundar la logia secreta Tenientes de Artigas.

Ya en prisión -pretendiendo un trato preferencial, “acorde a su rango” y ante la negativa de las autoridades, a reconocerle un decoro desmentido en los hechos- el coronel Cristi, cabecilla de los conjurados, sintiéndose notoriamente ultrajado, hizo oír a voz en cuello su malestar, destratando a sus carceleros. No conforme con su reacción tuvo el tupé de escribir una carta al Presidente Amézaga, en la que protestaba furiosamente, por haber sido puesto en prisión por la Justicia Civil y junto a presos comunes.

Habían querido emular a la GOU

Por esos tiempos la interacción de miembros de la secta argentina [pro peronista] con militares uruguayos, suscitó vínculos de afinidad y de identificación ideológica. Los integrantes de la logia secreta, GOU [Grupo de Oficiales Unidos], de inquebrantable vocación nacionalista, con trazas xenófobas y racistas, y proclive al militarismo a ultranza, cobró gran relevancia el 3 de junio de 1943, al tomar estado público una circular, en la que la facción se presentaba como un decidido aliado nazi con pretensiones hegemónicas sobre América del Sur.

Queriendo emular la maquinación de los oficiales de la camarilla argentina –que habían arrebatado el poder al presidente constitucional Ramón S. Castillo, en la llamada Revolución de 1943- los bisoños golpistas uruguayos del 46 terminaron en prisión, luego de ser aplastados, por el rápido accionar, principalmente de la policía.

Se habían neutralizado los planes subversivos, sin embargo, no cesó la agitación en la interna militar y los rumores desestabilizadores prontamente volvieron a escucharse. 

Al pasar de algunos años, se pudo saber que el episodio del 46, apenas había sido el bautismo de fuego, de una tendencia, que seguiría ganando arraigo en tránsito hacia un nuevo ciclo militarista, sólo un par de décadas después.

Empiezan a tejer la trama

Los aprestos del Partido Nacional para hacerse cargo del gobierno, luego del resonante triunfo electoral del último domingo de noviembre de 1958, estuvieron plagados de todo tipo de tribulaciones.

En cambio los colorados, que habían librado una dura contienda, entre las listas 14 y 15 del Batllismo, asumieron con entereza la contundencia del veredicto. La Lista 15 mantenía su hegemonía con 216 mil votos, aventajando en 62 mil a la 14, del diario EL DÍA.

Distinto era el panorama en filas de la mayoría blanca, en un total de medio millón de votos, la diferencia en favor de la alianza herrero-ruralista sobre la Unión Blanca y Democrática había sido de tan sólo 12 mil votos. No obstante, y de acuerdo a los artilugios propios del sistema, seis miembros de la alianza blanca se repartieron los cargos en el Consejo Nacional, [sistema colegiado de gobierno vigente desde 1952 a 1967] tres del Herrerismo y tres del Ruralismo, dejando afuera el ala independiente del Partido.

La tremolina interna de los nacionalistas, colmada de intrigas y regateos, convirtió las negociaciones para la integración del gabinete de gobierno, en un trabajo de parto excesivamente complejo. Habían transcurrido más de dos meses de las elecciones y no aparecía el esperado humo blanco, nadie sabía, al fin de cuentas, quienes iban a ser los ministros.      

Una propuesta infame

En eso, se produce un episodio del que participan el Presidente Luis Batlle Berres y un oficial superior del Ejército, cuyo nombre no se registra o no se ha querido registrar. Aunque las versiones varían en detalles, todas concuerdan en lo esencial. Según cuenta, en uno de sus libros el ex presidente Sanguinetti, (a la sazón estrecho colaborador del mandatario) “Un general le había insinuado a Luis Batlle esa posibilidad [de no entregar el mando] ante el descalabro de un gobierno que no lograba ni nombrar gabinete, pero fue despedido a cajas destempladas”.

Se dice que, ante la indigna proposición el presidente respondió, primero, con un silencio profundo, para luego -como midiendo cada palabra- preguntar: “¿qué hora es señor?”. –“Las 4”, contestó el oficial.  A lo cual el presidente, en forma tajante, concluyó, “A las 5, a más tardar, si es posible antes mejor, quiero sobre mi mesa su nota de renuncia firmada, ¡Buenas tardes!”.

En términos similares se refiere al hecho, el entonces coronel Liber Seregni –a quién se había confiado, la organización de los actos de asunción- en declaraciones posteriores al periodista Alfonso Lessa, “Me consta que algún desubicado, que siempre hay, le planteó a don Luis la posibilidad de no entregar el gobierno y don Luis lo sacó a patadas en el culo”.

“Cocoliches macaqueando”  

Aunque lo sucedido no tuvo ninguna trascendencia, ni asidero bastante como para que los gobernantes electos tomaran recaudos de algún tipo, sirvió como pretexto para despejar rumores, y fingiendo un gesto de acatamiento a la Constitución y a la Ley llevar a cabo una ridícula alcaldada sin precedentes.

Según el citado  testimonio de Seregni brindado a Lessa para su libro “Estado de Guerra”, “…me vinieron a ver los hermanos Zubía para decirme que había que asegurar la entrega del mando y a pedirme que yo facilitara la presencia de oficiales blancos armados en la ceremonia”. El coronel al mando de la organización se negó redondamente a proceder en ese sentido, pero el general Omar Porciúncula que había sido nominado para jefe del Estado Mayor, en cumplimiento de una orden del general Mario Aguerrondo, accedió a la desproporcionada e infundada imposición. Por lo tanto,   durante la parada militar, varias unidades desfilaron con las armas cargadas, con municiones de guerra y con la misión de matar a los jefes que se opusieran a la entrega del poder. Fue un hecho inaudito, nunca visto en la vida del país, en el cual el coronel Mario Aguerrondo se apuraba a mostrar las uñas.

A todo esto, se produce un hecho también paradojal: reunido el nuevo Consejo de Gobierno, en el segundo piso del Palacio Estévez, herreristas y ruralistas no conseguían, aún, ponerse de acuerdo sobre la integración del gabinete. La reunión se extendía demasiado, con las tropas formadas y próximas a ingresar a Plaza Independencia.  Es entonces, que el coronel Seregni –según testigos allí presentes- en un inesperado arranque -apremiado por la responsabilidad- luego de golpear insistentemente la puerta del Consejo sin obtener respuesta, terminó entrando y sacando prácticamente de un brazo al Presidente del CNG que acababa de asumir, llevándolo  al balcón para dar inicio al desfile.  

Pero hubo más, aquella grotesca tarde de verano. Instalado el nuevo gobierno y mientras se desarrollaban la parada, en el marco de las medidas cautelares de la flamante administración fue designado ministro de Defensa al general Cipriano Olivera, -el Inspector del Ejército al general Modesto Rebollo y jefe de estado Mayor al general Enrique Olegario Magnani- y relevados –sorpresivamente- durante el transcurso mismo, de la ceremonia.

También en la ocasión fue designado Jefe de Policía de Montevideo, al coronel Mario Aguerrondo y jefe de la Casa Militar al coronel del arma de caballería, Julio Tanco, hombre de absoluta confianza de Luis A. de Herrera.  Cinco años más tarde, Aguerrondo y Tanco cofundarían la logia secreta Tenientes de Artigas, que iba de dar el golpe de Estado el 9 de Febrero de 1973.

Antes de terminar el acto de asunción, el Dr. Martín Recaredo (o Ricardo) Echegoyen, recién investido como presidente [el primero blanco] del Consejo Nacional de Gobierno, en otro alarde de autoridad le impuso a Seregni mandar buscar, de entre el desfile, a cuatro oficiales de conocida filiación colorada, para despojarlos del mando en plena ceremonia y en la fastuosidad del Salón Rojo. Relata Seregni, que en la ocasión, “Encontré [en el interior del Palacio] al coronel Tanco ostensiblemente con la pistola 45. Estaban macaqueando, haciendo el absurdo, cocoliches”

No cayeron de los cielos, las tinieblas

Ciertamente todo acontecimiento histórico a analizar,  está determinado por múltiples causas, y para considerarlo adecuadamente, es necesario atender sin tapujos, las relaciones, entre los hechos del pasado remoto y su influencia en los hechos posteriores. Apartándolos de deformaciones interesadas, para disipar áreas grises, mediante una narración cierta que respete la inteligencia del lector.

Más aún, cuando –como en Uruguay- partes involucradas en el curso de aquellos eventos, persisten todavía en presentar el pasado en función de un liviano análisis. Análisis de partes, que no persiguen propósito mayor, que el de posar orondas del lado de los ultrajados; con la vana ilusión de que al mostrar sólo pedazos de la verdad, se les perciba ajenos y a salvo de las responsabilidades del pasado.

Por lo demás, no fue de repente, ni de manera imperceptible como sin darse cuenta, que el país iba a llegar al fatídico 9 de febrero de 1973. No cayeron de los cielos, las tinieblas, como el maná bíblico. Existieron abundantes mojones, que oportunamente señalaron el sinuoso tránsito hacia la devastación. Todo fue a la luz del día, nadie honradamente pudo, ni puede, mostrarse sorprendido por el desgraciado desenlace ocurrido.

“El despotismo militar” -al que, con claridad se refirió el prócer Artigas en el Artículo 18 de las Instrucciones del XIII, advirtiendo que debía ser “precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los Pueblos”- como una despiadada hiedra trepadora, reptó, hasta usurpar el poder constitucional.

Los últimos años de la década del 50, fueron escenario de circunstancias muy especiales en el país y también en la región. En Uruguay asumía el gobierno el Partido Nacional, luego de casi un siglo en la oposición. Sólo 39 días después, moría a los 85 años el más longevo y carismático de los líderes blancos, Luis Alberto de Herrera y Quevedo. Al despuntar 1959 -los legendarios guerrilleros cubanos ingresaban victoriosos a La Habana- y el extraordinario acontecimiento, se iba a convertir en mojón que demarcaría los tiempos de toda la región americana, era la piedra angular de una nueva era.

En el país comenzaba a pergeñarse la idea de los frentes populares, esbozada por Lenin a posteriori de las “21 Tesis de Abril” del 1917 y explicitada, en 1955, durante el XVI Congreso del comunismo uruguayo, “…como tarea concreta e impostergable forjar la alianza obrero-campesina y el Frente Democrático de Liberación Nacional”. Vendría luego la irreparable derrota electoral del socialismo uruguayo, la que habría de parir la lucha armada en el país.

En los encabezados de la prensa

Todavía la violencia política no había alcanzado su punto de maduración, cuando -el que iba a ser líder indiscutido de la insurgencia, Raúl Sendic Antonaccio, sólo conocido en su Flores natal por sus dotes como agitador y publicista de las ideas socialistas- el 7 de marzo de 1958, irrumpe [su nombre] en la prensa diaria, vinculado al asesinato de un enigmático comerciante inglés, Victor Meynert La Brooy Johnson, residente en Punta del Este, del que se decía que, había trabajado para la inteligencia militar de su país cuando la guerra.

Según las pericias policiales un francés de apellido Balzac -profesor de tiro al blanco, bailarín, pintor, aventurero, muy amigo de Raúl Sendic- era el primer sospechoso de haber dado muerte a La Brooy. Días previos al homicidio, él francés Balzac, González Perla [un dentista de Pan de Azúcar, también amigo de Sendic] y el propio Sendic, habían mantenido una extensa reunión en el balneario esteño. [Cinco años después, cuando el asalto al Club de Tiro Suizo, el odontólogo González Perla, iba a ser uno de los procesados por participar en el atraco].

Según las crónicas de entonces, Balzac y su mujer consiguieron, antes de ser detenidos, huir a Francia. Caratulado el sonado crimen, como una operación de contraespionaje, prontamente pasó al olvido. Meses después, aprovechando su estancia en Europa -y luego de representar a su partido en el VII Congreso de la Internacional Socialista, en Italia- Raúl Sendic viajó a París para visitar unos días, al matrimonio amigo.

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