¿La revolución cubana es inexplicable…? (2)
Jorge Nelson Chagas
Si Fidel Castro en inferioridad de condiciones materiales pudo derribar al régimen de Batista, no fue por factores desconocidos
En primer lugar se trataba de un régimen ilegitimo, inmensamente impopular, especialmente entre los estudiantes universitarios, las clases medias y altas del país, los profesionales y los pequeños empresarios. Esto no es poca cosa. Repitámoslo: se trataba de una tiranía
Por otro lado, la mayor parte de la alta oficialidad del ejército y de la policía, más casi toda la clase política batistiana, estaba profundamente corrompida y se interesaba más en enriquecerse al amparo del poder que en defender un régimen ilegítimo. Se sabe, por ejemplo, que una de las razones que tuvo Batista para no aplastar a los expedicionarios del yate Granma era que ese foco insurreccional le permitía aprobar presupuestos extraordinarios de guerra que iban a parar al bolsillo de los mandamases. Esto no da una idea de la putrefacción que corroía al régimen.
Asimismo la oposición peleó valientemente y el grueso del ejército batistiano, aunque estaba mucho mejor armado, se desmoralizó cuando le infligieron unas cuantas derrotas menores. No hubo en la revolución cubana ninguna batalla decisiva No podía haberla dado la disparidad de fuerzas, pero el factor moral fue clave.
No obstante, el golpe definitivo contra Batista, como le había ocurrido a Machado en 1933, fue la pérdida del apoyo de Estados Unidos. En abril de 1958 el gobierno republicano de Ike Eisenhower, presionado por una hábil campaña de los exiliados cubanos, decretó un embargo de armas al gobierno de Batista para obligarlo a buscar una solución política a la guerra desatada en el país. Pero las consecuencias de ese embargo norteamericano de armas, no obstante, fueron otras: en lugar de precipitar una salida pacífica al conflicto, Washington provocó o aceleró el triunfo de los insurrectos. Los jefes de las Fuerzas Armadas interpretaron, correctamente, que Batista había perdido el favor de los americanos y dieron por sentado que era un régimen condenado a muerte, así que surgieron conspiraciones y comenzaron a establecer relaciones secretas con Fidel Castro. Batista lo supo y, convencido de que estaba rodeado de traidores, decidió escapar de Cuba exactamente como había hecho el general Machado en 1933.
Paradojalmente, cuando huyó, el 90 por ciento de las fuerzas armadas y el 95 por ciento del territorio seguían teóricamente bajo su control. Pero él y su gobierno estaban profunda e irremediablemente desmoralizados. Por eso perdieron el poder. El total de muertos de ambos bandos, gobierno y oposición, a lo largo de los seis años de lucha fue de 2.771. La mayor parte cayó en las ciudades, no en las montañas. Sin duda, se trataba de un número alto de caídos en combate o ejecutados, pero infinitamente menor que los habidos en las guerras revolucionarias de El Salvador, Guatemala o Nicaragua.
No pocos en EE.UU y América Latina pensaron que Fidel Castro iba a reinstalar la democracia en Cuba y las libertades individuales garantizadas en la Constitución de 1940 y conculcadas por Batista. Esto explica porqué en un principio, hubo un apoyo unánime de la clase política uruguaya a la revolución cubana. Fidel Castro había asegurado varias veces que no era comunista.
Un joven Julio María Sanguinetti viajó a Cuba por ese tiempo y en sus crónicas hay un grado de admiración por la revolución, incluso se mostró comprensivo – aunque no los respaldó – con los fusilamientos. Sin embargo, en sus crónicas, se advierte que en su mentalidad liberal-republicana se encendió una luz amarilla: señaló que la dinámica de los hechos que presenciaba podrían conducir a un régimen no democrático.
Su olfato político no le falló.