Editorial

Más allá de 30 de junio

César García Acosta

Las necesidades de la gente y las buenas ideas suelen ser el combo perfecto en momentos ferméntales como los de las campañas electorales. Pero las “elecciones primarias” suelen ser mucho más que eso, porque son ellas quienes nominan los candidatos a las elecciones para todos los cargos electivos. La ley establece y regula la realización de esos comicios que pasan a tener validez legal para la nominación de aspirantes a los cargos públicos, dependiendo de sus resultados y del orden de prioridad relativa según los votos que cada uno obtiene, de allí saldrán desde el presidente, senadores y diputados, hasta los ediles, alcaldes e intendentes que en mayo de 2025 se someterán al voto popular igual que lo harán en octubre los postulantes a los cargos nacionales. En cualquier caso, algo de tanta relevancia política e institucional, se decidirá en Uruguay entrando al invierno, cuando en realidad nuestra tradición desde siempre se planteó el desafío del verano. En vez de sol de noviembre estas campañas se rodearán de humedad, llovizna y frío, al decir de un tango.

La modernidad aleja a los candidatos delas listas de los muros de las esquinas, o de las columnas que servían de apoyatura para la cartelería plástica. Hoy se les dice a quienes se postulan que su mayor desafío será hacerse conocer, y para lograrlo tendrá que apelar a otros escenarios algunos de los cuales son costosos y desacompasados con las posibilidades financieras de quienes se insertan en la política con el objetivo de cambiar al país.

Quizá ese financiamiento primario casi inexistentes, sea la razón por la cual postularse siendo joven es un desafío que, sumado con la inexperiencia y la carencia de trayectoria, son la clave que muy pocos encuentran en los escenarios de mayor relevancia. En este periplo de expectativas, el 30 de junio –día de las elecciones primarias- resulta ser el principio y el final de muchas cosas. La proliferación de listas terminará en una sola, y de los miles de candidatos a un lugar en la convención de los partidos, sólo quedarán unos pocos cientos de adherentes a quienes se les convocará con mucha suerte a unas 50 sesiones en 5 años, en las que cree decidir lo que ya resultó decidido mucho antes. Después de todo para eso el partido tiene un programa, y en algún momento, después de 30 de junio, quizá en un par de sesiones poco memoriosas se logre consumar un debate ideológico. Todo terminará con la edición limitada de algún librito, para de ahí en más aplicarnos al debate de las ideas sobre quien es más batllista.

En mi biblioteca personal donde todo está a la mano del fugaz pensamiento, de la duda o de una idea, sigue estoico el libro de “El país modelo: José Batlle y Ordóñez, 1907-1915”, de Milton I. Vanger, edición de 1983.

Allí todo lo que fue y lo que no somos.

Pero si algo hay para destacar es por dónde podrían comenzar los cambios, y n se me ocurre mejor fuente de inspiración que las políticas culturales, porque ellas logran modificar lo esencial, lo importante, porque apuntan a la esencia de lo cultural en una búsqueda desenfrenada por conquistar los espacios verdaderamente necesarios.

Y qué se busca como objetivo en una política cultural; simple: siendo la cultura uno de los principales componentes de una política de desarrollo endógena y duradera, debe ser implementada en coordinación con otras áreas de la sociedad en un enfoque integrado. Toda   política para el desarrollo debe ser profundamente sensible a la cultura misma. También debe ser un ámbito para fomentar el diálogo entre las culturas, lo cual debe constituir una meta fundamental de las políticas culturales y de las instituciones que las representan en el ámbito nacional, para promover sin vacilaciones a la libertad de expresión universal como factor indispensable para que esta interacción y su participación pueda ser efectiva en la vida cultural.

Concretar esto trae consigo una importante fuente de creación de empleo generado directa o indirectamente a través de la valoración de un amplísimo patrimonio cultural, las industrias culturales y las producciones específicas: todo esta relaciona. Sea donde sea se construye: hay una cultura válida y aceptada adentro de una cárcel o en un teatro. Cada una será portadora de su realidad, y cada una debe ser admitida como parte de un todo cohabitable del que nadie escapará. Eso compromete tanto como desafía.

Invariablemente en este contexto se dará con más o menor fuerza  la  localización  de  la inversión que mejorará la imagen y el atractivo de los entornos; hará que el desempeño de un papel positivo sea más marcado en la promoción, integración y cohesión social; y hará que las personas, y esto es verdaderamente importante, logren un espacio para el  desahogo,  crecimiento personal y fortalecimiento de la autoestima, lo que contribuye de forma decisiva a la creación de un clima humano de bienestar necesario para la convivencia.

Para que todo esto sea posible y no nos pase inadvertidos, en estas elecciones primarias –al menos los que se postulan-, deberían –por principio- aceptar reconocer la dimensión cultural del desarrollo, afirmar y enriquecer las identidades culturales, aumentar la participación en la vida cultural, y fomentar la cooperación cultural más allá de sus propios entornos.

Obviar este texto, inexorablemente, nos someterá a no interpretar la realidad tal cual es, y eso hará que el contexto desactualice los postulados que como inspiración deben ofrecer certidumbre y realidad.

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