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My name is “HAL”

Ricardo J. Lombardo

Estamos montados en una revolución. Sin duda la más transformadora que conozca la especie humana. Y las armas para la  disrupción ya no serán los primitivos arcos y flechas, ni los obuses, los fusiles, ni las metralletas. Ni siquiera el arsenal nuclear.

El armamento será más intangible: el conocimiento y la capacidad intelectual de adaptación a las nuevas realidades que cambian vertiginosamente.

Los informáticos la llaman “singularidad”.

Esto es, un punto de ruptura a partir del cual el ser humano no tendrá más control sobre la máquina que creó y deberá convivir con eso.

La ciencia ficción como siempre, lo pensó antes.

“Matrix”, la película de 1999, escrita  y dirigida por las hermanas Wachowsky, nos ofrece un panorama estremecedor del control que las computadoras pueden ejercer sobre nuestra civilización.

Pero mucho antes que eso, en 1968, la película “2001 Odisea del Espacio”  de Stanley Kubrick, basada en una novela  escrita por Arthur C. Clarke, nos introducía a HAL (Heuristically Programmed Algorithmic Computer o sea Computador algorítmico programado heurísticamente), el ordenador que tomaba el control de una nave espacial a Júpiter paradójicamente en un futuro tan lejano como 2001.

Bajo la repetida afirmación de “My Name is HAL”, cada vez que reiniciaba autónomamente, ese prototipo de inteligencia artificial nos mostró, tan lejos como hace 60 años,  lo sombrío que podría ocurrir a cierta altura con el avance de la tecnología si los humanos no estamos preparados para ella,.

Pero más allá de la ficción, también en la década de los 60s Gordon Moore, cofundador de Intel,  descubrió que el número de transistores por pulgada cuadrada en los circuitos integrados se había estado duplicando año tras año después de su invención. Y postuló la llamada “ley de Moore” que afirmaba que la capacidad informática se duplicaría cada dos años.

Aunque resistido por los especialistas, la verdad es que ese postulado basado inicialmente en la capacidad de los transistores, se ha podido ir cumpliendo con la incorporación de nuevas tecnologías disruptivas como la más reciente de la computación cuántica.

El vértigo de la era de la información se ha sustentado en la capacidad física de miniaturización a los nano conductores, hasta la capacidad heurística de los algoritmos, o sea la facultad de encontrar atajos que ofrecen decisiones más rápidas que los métodos tradicionales al resolver problemas computacionales.

Lo cierto es que la extensión de la Ley de Moore, nos llevaba en progresión geométrica a un punto donde los ordenadores superarían la capacidad del propio cerebro humano.

Y hoy nos encontramos montados en esa singularidad donde  cambiará todo.

Es tan encandilador lo que está ocurriendo, que parece que muy pocos lo ven.

Uno observa tal banalidad de la discusión pública,  el anacronismo de las decisiones de los gobiernos y  la falta de perspectiva histórica de los medios, que realmente sorprenden y preocupan.

Porque esta singularidad requiere actuar con decisión si uno no quiere quedar sepultado rápidamente en el olvido de los tiempos.

La educación, pensada en muchos casos para el estado de la civilización de fines del siglo XIX, debería dar un salto cuántico para ponernos a tiro. Carreras enteras deberán desaparecer, porque la nueva era hace inútiles ciertas especializaciones. Aunque abre otras quizás inimaginables todavía, pero que requieren dotar a las nuevas generaciones de flexibilidad de conocimiento y capacidad de captación y adaptación a las nuevas realidades.

La organización del trabajo deberá transformarse y los vínculos sociales adquirirán otras formas.

Las estructuras de gobierno, la producción, el comercio, cambiarán vertiginosamente.

Y todo eso nos demanda  la toma de un estado de conciencia que parece muy lejano aún si uno mira alrededor y repara en los temas de interés cotidiano de una sociedad que no se da cuenta que está cerca de la revolución más transformadora de la historia.

Corremos el riesgo de terminar sintiendo el ruido de un bólido que pasa al lado nuestro  y nos preguntemos: ¿qué era?

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